domingo, 24 de noviembre de 2024
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San Camilo de Lelis, apostador, soldado, luego enfermo y finalmente curador de enfermos

La vida de San Camilo de Lelis es una prueba de la fuerza de la “persecución” de Dios.

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Redacción (14/07/2023 07:59, Gaudium Press) San Camilo de Lellis, o Lelis, nace en Bucchianico, en los Abruzos, antiguo reino de Nápoles hoy Italia, en el año 1550.

Lo atrapa el vicio del juego

Su padre era militar, y vivía más en los campos que en el hogar. Su madre ya era de avanzada edad cuando el niño nació. Esto hacía que no fuese fácil de educar y controlar su temperamento, que por lo demás era muy vivo, hasta belicoso. Pero la madre le enseñó los fundamentos de la religión, y sembró en su alma la semilla cristiana. Sin embargo el demonio también estaba sembrando la suya, y el niño iba aprendiendo con malos amigos el secreto de los naipes, los dados y las apuestas, y desde muy joven ya había probado las electricidades de esos vicios.

Su madre muere siendo él aún joven.

Siguió al inicio la vida militar de su padre, y se enroló en el ejército veneciano, para combatir los turcos. Allí fortaleció las virtudes cuanto se contaminó con los vicios de los soldados. Su padre también muere, y es enterrado cerca de Loreto.

Pero un día le aparece una llaga en su pierna – llaga incurable que sería el mensaje de la salvación de Dios –, y tiene que ir al hospital de Santiago en Roma, a curarse. En ese hospital ya comienza a manifestar su caridad hacia otros enfermos, a quienes atendía, ayudaba. Fue recibido como enfermero.

Pero por su pésima inclinación al juego de azar fue expulsado del hospital, y luego en Nápoles pierde toda su fortuna, también en el juego: Había apostado todo lo que poseía y perdió, incluso hasta la propia camisa. Pensó en volverse un ladrón, pero recordando las enseñanzas de su madre, prefirió pedir limosna.

El superior de los capuchinos de Nápoles lo invita a trabajar en un convento que estos frailes construían en Manfredonia. Este superior huele algo en él, y llevado por el Espíritu Santo le habla de vocación religiosa. Un día Camilo escucha una reflexión que un fraile dirigía a los obreros y este es el estopín de profunda conversión. El mendigo, antiguo apostador, se confiesa y se entrega a la misericordia de Dios. Esto ocurrió cuando tenía 25 años.

Entra a los capuchinos, pero Dios no lo quería capuchino

Pidió el ingreso a los capuchinos, que era su ambiente religioso más cercano, y de donde había obtenido conversión. Inicia el noviciado, pero nuevamente se le manifiesta la llaga de su pierna y tiene que regresar al hospital de Santiago, donde una vez más se dedica a atender a los enfermos, pero ya con celo renovado y lejos del vicio.

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Teniendo 30 años, y bajo la dirección espiritual de San Felipe Neri, ingresa al Colegio Romano, (hoy Universidad Gregoriana) a adelantar estudios eclesiásticos. Sus jóvenes compañeros se burlaban de su edad, pero esto no impide que se ordene sacerdote el 26 de mayo de 1584.

Funda a los religiosos camilos

Siguió dedicándose a atender enfermos – llegó a ser nombrado administrador general del hospital – y un día, mirando un Crucifijo, mientras cuidaba a algunos pacientes, exclamó: “¡Ah!, Sería necesario aquí hombres que no fuesen conducidos por el amor al dinero, sino por el amor de Nuestro Señor; que fuesen verdaderas madres para esos pobres enfermos, y no mercenarios. Pero, ¿dónde encontrar tales hombres?”. La gracia lo sigue conduciendo, labrando, y con los mejores de sus colaboradores funda la Orden de los Ministros de los Enfermos, o Religiosos Camilos, el 8 de diciembre de 1591. A esto lo movió también la gran necesidad de atención médica que requerían los enfermos llegados a Roma.

Su caridad iba creciendo con los años y con la misión. Los muchos enfermos no podían sino agradecer a ese ángel curativo que Dios había puesto en su camino.

Durante 36 años soportó su llaga, siempre dando muestras externas de bondad, sin ningún mal humor.

Muere el 14 de julio de 1614, de 64 años. Fue beatificado en el año 1742 por el Papa Benedicto XIV, y canonizado en 1746 por el mismo Pontífice.

En 1886 León XIII lo declaró, junto a San Juan de Dios, protectores de todos los enfermos y hospitales del mundo católico, patrono universal de los enfermos, de los hospitales y del personal sanitario.

Con información de Aciprensa y de Camilos.es

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