sábado, 23 de noviembre de 2024
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Bendito el día en que Dios dijo, ‘hagamos a Mozart…’

La música (la mera música, sin hablar aún de sus letras), tal vez como ningún otro arte, tiene la facultad de entrar en nuestro espíritu sin pasar por el filtro de la conciencia.

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Redacción (26/07/2023 12:13, Gaudium Press) Mozart, realmente una maravilla.

Mientras trabajo, escucho uno de esos collage posteados en YouTube, dispuestos para todo aquel que quiera amenizar las horas de labor con su música, sin estridencias, sin que se obstaculicen las labores, sin quedar con los nervios de punta, e incluso – algunos lo dicen, no sé que tanta base científica tendrá esto – quedando hasta más inteligente por causa del ‘efecto Mozart’.

Es difícil que haya alguien que no le guste Mozart, aunque no tenga entre sus preferencias la música clásica.

Algunos podrán decir que Chopin les parece una melcocha sin carácter y dulzona; otros señalarán a Wagner como la exhalación – ¿con ojos enroscados? – de la punta del dramatismo alemán; incluso alguien podría llegar a quejarse de falta de continuidad melódica en ciertas piezas de Bach.

¿Pero Mozart? Mozart es como esa ‘monedita de oro’, que sí le gusta a todo el mundo.

Hay quienes se quejan de que la música clásica sinfónica es con frecuencia monótona, aburrida, pero muy pocos intentarán endilgarle este calificativo a Mozart, quien en sus obras expresa vívidamente todas las tonalidades de los estados de espíritu que puede vivir el hombre.

Desde los lamentos muy dolidos de su Réquiem, pasando por las aventuras de La Flauta Mágica, o por las ruletas rusas de las pasiones de Don Giovanni, y terminando con los agradables ritmos y tonalidades de su obra más popular, la Sinfonía 40, Mozart puede servir de aderezo para cualquier situación, sea una jornada laboral, una conversación entre amigos al mediodía, o una reunión vespertina, donde se aborden tanto los asuntos más serios como los más leves.

Mozart no absorbe sino que acompaña, no impone sino que apoya; Mozart no busca ya cambiar, solo ilustrar; Mozart no grita sino que conversa. Mozart acompaña el luto sin desesperar, o causa la alegría sin exhorbitar. Mozart es música respetuosa con la dignidad humana. Mozart no es el de los tonos de la intemperancia, esa pre-drogadicta que busca los extremos, sino que Mozart es inocente y temperante, al mismo tiempo que música entretenida y animada, en cada estado de espíritu que esté reflejando o acompañando.

Maravilloso fue el día en que de lo alto de los cielos Dios dijo: Hagamos un Mozart, para acompañar la vida cotidiana del ser humano. Recemos para que se haya salvado y no condenado, aunque su vida no haya sido del todo modélica, ni mucho menos.

Pero estas líneas no pretenden ser meramente una apología del gran Mozart, sino que buscan ilustrar un tanto sobre el ‘lenguaje’ oculto de la música.

Camina uno por la calle, se entra a un café o a un centro comercial, y con mucha frecuencia está sonando una música. Podrá agradarnos o no, sernos placentera o no, pero a los pocos minutos nos habremos acostumbrando a ella y no le estaremos prestando atención. Sin embargo, ¿habrá ahí terminado el efecto de esa música? En absoluto.

La música (la mera música, sin hablar aún de sus letras), tal vez como ningún otro arte, tiene la facultad de entrar en nuestro espíritu sin pasar por el filtro de la conciencia. Es como un caminar de las notas por el aire, y luego un introducirse de ellas directo hasta el fondo de la sensibilidad humana, haciéndola vibrar de uno u otro modo, pero de una manera casi necesaria, a la que el hombre no se puede oponer.

Pero al conmover y casi manipular de esta manera la sensibilidad, la música sí puede ir moldeando una mentalidad, nuestra mentalidad.

Así que cuidado con lo que escuchamos, que podemos terminar pareciéndonos al cantante sucio de moda, de esos de los que estamos plagados hoy.

Mejor recordar, y disfrutar a Mozart… Un día no tan lejano hablaremos de otro grande, de Haendel. O del Gregoriano. O de todo lo que hay en el Universo, porque todo trae su mensaje, y vivir lo que se dice vivir, no es comer y dormir como los animalitos, sino percibir la voz de Dios o la de lo contrario de Dios, en el Orden del Universo.

Por Carlos Castro

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