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El mérito de nuestras acciones depende mucho menos de la naturaleza de las cosas que hacemos que del espíritu que las anima y de la conformidad en que están con la voluntad de Dios.
Foto: Marten Bjork/ Unsplash
Redacción (03/08/2023, Gaudium Press) “Pocas veces Dios nos pide que le demos a conocer nuestro amor a través de acciones extraordinarias. En los deberes de Estado más insignificantes, ese amor aparece con fidelidad constante. Gracias a tal fidelidad, María adquirió méritos que la elevaron por encima de los Ángeles. Treinta años estuvo escondida en Nazaret con el Salvador. Allí, su tarea principal era cuidar a su Hijo y proveer a la familia de lo que necesitaba haciendo un trabajo acorde a sus fuerzas.
Todavía yerra quien refiere la santidad a prácticas ajenas a los deberes del Estado, y desprecia estas últimas para entregarse a las primeras. La mayor de todas las perfecciones consiste en amar tu estado, cumpliendo tus deberes, siempre que ese estado esté en orden con la Providencia.
Un obrero que se gana la vida con el sudor de su frente, y un padre de familia que vive sin ambiciones en la oscuridad de una exigua fortuna, no trabajan menos por su salvación que los que están en profesiones más altas, los que están ejerciendo santos ministerios. Muchas veces, incluso, labran la salvación afrontando riesgos menores. Lo que te parece más perfecto no significa que sea mejor. Este es siempre aquel en que Dios te ha puesto.
Ilusión es querer ser santo a tu manera, y no como Dios quiere. Las cosas solo se hacen perfectamente cuando se hacen con el pensamiento de que Dios las quiere así.
Dios quiere de ti una continuidad de acciones mínimas, y tú quieres hacer grandes cosas. Entonces acontecerá que ni lo uno ni lo otro te irá bien”.
ANÓNIMO. Imitación de María. São Paulo: Cultor de Livros, 2019, p.175.
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