domingo, 24 de noviembre de 2024
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San Maximiliano María Kolbe, creador de la Ciudad de María, el de la Inmaculada, el mártir

Era un chico rebelde: pero un día, la Virgen se le aparece, sonriendo maternalmente…

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Redacción (14/08/2023 07:29, Gaudium Press) Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Maximiliano María Kolbe, ese gran santo franciscano, reciente, que bastante se conoce, pero, dato curioso, más su muerte que los grandes hechos de su vida.

La católica Polonia de finales del S. XIX e inicios del S. XX no estaba exenta de esa siniestra plaga llamada laicismo, naturalismo, ese creer que la vida de la gracia es solo en el templo pero no en el día a día, que en la vida cotidiana soy yo con mis solas fuerzas naturales, todo eso fruto del encanto que había en ese tiempo con el progreso material, las máquinas, la ciencia, etc. Él hombre se hizo la ilusión de que podía vivir sin Dios de una manera ‘paradisíaca’. Fue a ese ambiente que Dios mandó un gran santo como Maximiliano María, él era la cura de todo eso, y con sus medios de difusión recalcaría la primacía de la vida de la gracia.

Nace en 1894, en un hogar bastante cristiano, con nombre de pila Raimundo, que luego cambiará a Maximiliano cuando profese sus votos. Era un poco peleón y malcriado, lo que motivo un regaño de su madre: – Si a los 10 años usted es tan mal niño, pendenciero y malcriado, ¿cómo será más tarde?, le dijo un día.

La Virgen se le aparece siendo niño, y define el rumbo de su vida

Tras escuchar las palabras de la madre, recibe una gracia de compunción, de sano dolor, y queda afligido y pensativo, pues percibió la verdad de lo que ella le había dicho. Entonces, se fue a los pies de una imagen de una iglesia parroquial y le entregó su corazón a la Madre de Dios, diciéndole: ¿Qué va a suceder conmigo?’

En ese momento ocurre un prodigio, Nuestra Señora se le aparece y le sonríe maternalmente portando dos coronas, una roja y otra blanca, preguntándole cuál escogía. Él, alma grande, escogió las dos.

Nace la vocación religiosa

Entonces nace, por intercesión de la Inmaculada Concepción, la vocación religiosa de Raimundo. Decide ser capuchino, y a los 14 años comienza los estudios en el seminario menor, junto a su hermano Francisco.

A los 16 años fue admitido como novicio, y después los superiores deciden enviarlo a Roma, a continuar estudios. Ahí hace su profesión solemne el 1 de noviembre de 1914, y es entonces cuando acrecienta a su nombre el de María, en honra a la Inmaculada.

En Roma se enfrenta con la impiedad, osada, agresiva, con aires de ciudadanía y despreciativa, y decide enfrentarla, incluso antes de ordenarse como sacerdote. Funda en 1917 la asociación apostólica Milicia de María Inmaculada, que tiene como objetivos la conversión de los pecadores, también la de los enemigos de la Iglesia, y la santificación de todos sus miembros, todo bajo la protección de María Inmaculada. Los jóvenes que ingresaban a su asociación se llamaron Caballeros de Vanguardia.

Madonna del MiracoloSe ordena el 28 de abril de 1918, celebra su primera misa en el altar de la Madonna del Miracolo, el mismo lugar donde fue convertido el judío Ratisbonne, y coloca como intención de las misas de sus primeros días la de “impetrar la conversión de los pecadores, y la gracia de ser apóstol y mártir”. Dios le concedería esas gracias.

Regresa a Polonia en 1919, sufre quebrantos de salud y es ingresado en el hospital.

Restablecido, funda el periódico mensual de su asociación con el nombre de Caballero de la Inmaculada. Esta empresa no fue pequeña. La víspera del lanzamiento del periódico, estaban reunidas todas las personas que trabajarían en la iniciativa, que eran nada más ni nada menos que 327. Para dar inicio a este apostolado, se organizó con ellos una vigilia de adoración al Santísimo y de alabanza de la Virgen.

Donación de un terreno – Nace la Ciudad de María

En 1927 el príncipe Juan Drucko-Lubecki le dona un terreno que quedaba a 40 kilómetros de Varsovia. Ahí comienza la construcción de una Niepokalanów – Ciudad de María. En ella instalaría un convento y nuevas edificaciones para su obra de prensa, que iba creciendo, mucho. ¿Con qué dinero se construirá todo? “María proverá. Este es un negocio de Ella y su Hijo”, decía el santo.

En 1939, el periódico ya tenía nada más ni nada menos que un millón de ejemplares en cada edición, se le habían juntado otros periódicos de menor tiraje, y poseía además una radio. La Ciudad de María contaba con 762 habitantes, entre sacerdotes, novicios, hermanos legos, y personas de profesiones liberales, además de un cuerpo de bomberos. El demonio empezaba a desesperarse con la obra de San Maximiliano; pero esta ya había hecho un grandísimo bien a Polonia.

Quiso extender su obra de prensa a otros países, y viajo a Nagasaki en 1930, donde también creó una versión de la Ciudad de María para el japón. Estando en Nagasaki recibió una gracia mística que le prometía el cielo.

Segunda guerra mundial

Cuando estalla la segunda guerra mundial, más exactamente en febrero de 1941, la policía secreta nazi, la Gestapo, llega hasta la Ciudad de María y toma preso al P. Kolbe junto a otros 4 frailes, los más ancianos, a quienes primero lleva a una prisión en Varsovia, y luego al campo de concentración de Auschwitz.

La Virgen permitió que allí, en ese campo de concentración, conservase su rosario. En cada bloque del campo adonde era trasladado, realizaba apostolado con los internos.

Fr.Maximilian Kolbe in 1936 250x338 zzJDjGFue trasferido para el bloque 14, que realizaba trabajos agrícolas. Uno de sus compañeros de prisión consiguió huir, y como castigo, los nazis enviarían a 10 prisioneros al “bunker de la muerte”, lugar subterráneo donde los prisioneros eran lanzados desnudos, y permanecían sin alimento hasta que les llegaba el deceso. San Maximiliano se ofreció en reemplazo de un padre de familia que estaba con horror destinado a ese fin. Después de un tiempo ahí, viendo que el P. Kolbe no moría le aplicaron una inyección letal. Murió “con los ojos abiertos y la cabeza inclinada. Su rostro, sereno y bello, estaba radiante”.

Fue canonizado en 1982 por San Juan Pablo II.

Con información de Arautos.org

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