Nuestro Señor entrega a San Pedro, el primer Papa, las llaves del Reino de los Cielos, y nos enseña a distinguir la acción inspiradora y veraz del Espíritu Santo.
Redacción (28/08/2023, Gaudium Press) La narración de san Mateo en el Evangelio de ayer es tan rica en expresividad que no sería muy difícil transformarla en una magnífica pieza teatral: hay personajes, discursos y incluso escenario.
Nuestro Señor acababa de salir de Betsaida, donde había sanado a un ciego (cf. Mc 8,22-26), y ahora llegaba con sus discípulos a Cesarea de Filipo, ciudad situada aproximadamente a 50 km de Betsaida, en una zona de belleza exuberante, al norte de Palestina. Tenía ese nombre porque Herodes –llamado el Grande– había construido allí un templo para el culto de César Augusto, y más tarde, cuando Felipe se convirtió en tetrarca de la región, llamó a este lugar “Cesárea” para conquistar las simpatías del emperador. [1]
Probablemente, la escena del evangelio de ayer tuvo lugar junto a este edificio pagano, que, con solidez y fuerza, se alzaba sobre una roca, dominando el panorama.[2]
“Pedro, tú eres piedra”
Todo este escenario da nueva vida al Evangelio de ayer:
En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Cesarea de Filipo y allí preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Ellos respondieron: “Algunos dicen que es Juan el Bautista; otros que es Elías; otros más, que es Jeremías o alguno de los profetas”. Entonces Jesús les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mt 16,13-15).
Vale la pena enfatizar la diferencia entre las dos preguntas de Nuestro Señor: en la primera, Él se refiere a Sí mismo como “Hijo del Hombre”; en el segundo, como “Yo”. Esto es muy importante, porque es una pedagogía verdaderamente divina con la que Jesús formó a los Apóstoles, ya que pretendía “invitarlos a concebir pensamientos más elevados sobre Él, y mostrarles que la primera frase estaba muy por debajo de su auténtica dignidad”. [3] Entonces San Pedro, siempre muy expansivo, le responde, continuando la escena:
“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Respondiendo Jesús, le dijo: “Feliz eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque no fue un ser humano quien te reveló esto, sino mi Padre que está en los cielos. Por eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno nunca podrá vencerla. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; Todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo (Mc 16,16-19).
Se establecieron tanto la institución del papado como la invencibilidad e inmortalidad de la Iglesia Católica.
El lector habrá observado, además, que fue en esta época cuando Jesús dio al primer Papa el nombre de Pedro, ya que antes se llamaba Simón. En arameo, Pedro y piedra se expresan con la misma palabra: kefa’. Es decir, Nuestro Señor estaba construyendo la Iglesia sobre esta kefa’ – roca – que era Pedro [4]. Si, efectivamente, Nuestro Señor estaba con los discípulos junto a este templo pagano construido sobre una imponente roca, los Apóstoles tuvieron un ejemplo concreto de lo que significaba ser la “roca sobre la que se construiría la Iglesia”.
¡He aquí la fuerza del papado!
Un binomio peligroso
San Pedro tuvo el honor de ser elegido por Nuestro Señor para proteger y gobernar la Iglesia fundada por Él luego de tan acertada respuesta. Cabe señalar, sin embargo, que ella no surgió de su propia cabeza. Fue el mismo “Padre que está en los cielos” quien le reveló tan elevada verdad (cf. Mt 16,17). Un hecho muy importante, sobre todo para que entendamos la escena que siguió a la del Evangelio de hoy – por cierto, no considerada en este domingo XXI del Tiempo Ordinario.
En los versículos siguientes, Nuestro Señor anuncia a los Apóstoles los trágicos acontecimientos de su Pasión. San Pedro no pudo contenerse y, volviéndose hacia el Maestro, lo corrige. En respuesta, Jesús dirige palabras muy duras al Jefe de los Apóstoles, que contrastan sorprendentemente con las que vimos arriba: “Apártate de mí, Satanás” (Mt 16,23). ¿Cómo entender esto? ¿Puede incluso el Papa –el primero, por cierto– estar equivocado?
El dogma de la infalibilidad pontificia es conocido por todos. El Papa “será asistido por el Espíritu Santo para enseñar la verdad”, [5] siendo infalible en pronunciamientos ex cathedra, “es decir, cuando, en el desempeño del munus de pastor y doctor de todos los cristianos, define con su suprema autoridad apostólica que cierta doctrina sobre la fe y la moral debe ser asumida por toda la Iglesia»[6].
Ahora bien, no se puede decir que fue por inspiración del Espíritu Santo que San Pedro reprendió a Nuestro Señor; de lo contrario, no merecería oír una corrección tan severa. Lo que habló de él en aquella segunda ocasión fue su naturaleza caída por el pecado original. [7] Así, la distinción entre la verdad que nos llega a través de inspiraciones sobrenaturales y la falsedad que proviene de la debilidad de la carne está muy bien marcada en el Evangelio.
Tal binomio ocurrido con el primer Papa y, lamentablemente, a tantos otros a lo largo de la historia de la Iglesia, también nos puede pasar a cada uno de nosotros.
Este domingo, pues, estamos invitados a estar vigilantes para distinguir en nosotros mismos lo que viene de la carne y lo que viene de Dios.
Por Lucas Rezende
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[1] Cf. FILLION, Louis-Claude. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Vida Pública. Madrid: Rialp, 2000, v. 2, p. 270-271.
[2] Cf. TUYA, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v. 5, p. 368-369.
[3] JOÃO CRISÓSTOMO, Santo. Homilia LIV, n. 1. In: Obras. Homilias sobre el Evangelio de San Mateo (46-90). 2. ed. Madrid: BAC, 2007, v.2, p. 138.
[4] Cf. JONES, Alexander. Comentario al Evangelio de Sant Mateo. In: ORCHARD, Bernard (Org.) et al. Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura. Nuevo Testamento: Evangelios. Barcelona: Herder, 1957, p. 416; Cf. etiam: LAGRANGE, Marie-Joseph. Évangile selon Sain Matthieu. 4. ed. Paris: J. Gabalda, 1927, p. 323-324.
[5] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os evangelhos. LEV: Città del Vaticano, 2013, v. 2, p. 298.
[6] (DH 3074).
[7] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Op. cit., p. 300.
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