Hoy, 8 de septiembre, la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, exactamente nueve meses después de la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre).
Redacción (08/09/2023 09:05, Gaudium Press) La Natividad de María se celebró en el Oriente católico mucho antes de que se estableciera en Occidente. Probablemente tenga su origen en Jerusalén, a mediados del siglo V. Fue en Jerusalén donde se mantuvo viva la tradición de que la Virgen María nació junto a la Puerta de la Piscina Probática.
En esta fiesta, el mundo católico admira a Nuestra Señora como la aurora que anuncia el Sol de justicia que disipa las tinieblas del pecado. En esta, la Iglesia nos invita a “contemplar a una niña como todas las demás, y que al mismo tiempo es única, porque es la ‘bendita entre todas las mujeres’ (Lc 1, 42), la Inmaculada ‘hija de Sión’, destinada a convertirse en la Madre del Mesías”. (Juan Pablo II, Audiencia del 8/9/2004)
Alegría incluso para los ángeles
La alegría en las celebraciones de la fiesta litúrgica del nacimiento de Nuestra Señora es justificadamente fomentada en todos, incluso en los ángeles: “Alégrense los patriarcas del Antiguo Testamento que, en María, reconocieron la figura de la Madre del Mesías. Ellos y los justos de la Ley Antigua llevaban siglos esperando ser admitidos a la gloria celestial mediante la aplicación de los méritos de Cristo, fruto bendito de la Virgen María, en la fe.
“Que todos los hombres se alegren porque el nacimiento de la Virgen vino a anunciarles la aurora del gran día de la liberación al que todos aspiran. Alegraos todos los ángeles, porque en este día se os ha concedido por primera vez la oportunidad de venerar a vuestra futura Reina”. (Lehmann, P. JB. En Luz Perpetua, 1959 p.268)
Sólo en el Cielo había Fiesta
Si bien María es la “Virgen hermosa y Gloriosa” a quien Dios ha amado con predilección desde la eternidad, desde toda la Creación como su obra maestra, enriquecida con las gracias más sublimes y elevada a la exaltada dignidad de Madre de Dios, (Patriarca Focio, Homilía en la Natividad, PG 43) visiblemente, ningún acontecimiento extraordinario acompañó el nacimiento de María.
Los evangelios no dicen nada sobre su nacimiento. Los evangelistas no narran relatos proféticos, ni apariciones de ángeles, ni señales extraordinarias. Sólo en el Cielo hubo Fiesta, porque el Hijo de Dios ve nacer a su Madre.
María, santa desde el primer momento de su vida
Los santos y otros autores autorizados expresaron esta doctrina de diferentes maneras. En uno de sus cautivadores sermones dedicados a Nuestra Señora, Santo Tomás de Villanueva enseña: “Era necesario que también la Madre de Dios fuera purísima, sin mancha, sin pecado.
Y así, no sólo como doncella, sino como niña fue santísima, y santísima en el vientre de su madre, y santísima en su concepción. Porque no era conveniente que el santuario de Dios, la mansión de la Sabiduría, el relicario del Espíritu Santo, la urna del maná celestial, tuviera la más mínima mancha.
Por lo tanto, antes de recibir aquella alma santísima, la carne estaba completamente purificada hasta del resto de toda mancha, y así, cuando el alma fue infundida, ni heredó ni contrajo por la carne ninguna mancha de pecado, como está escrito: “Hizo su habitación en la paz” (Sal. LXXV, 3). Es decir, la mansión de la Sabiduría divina fue construida sin inclinación al pecado. (EPC)
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