domingo, 24 de noviembre de 2024
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¿Cuándo, cómo y cuánto perdonar?

El secreto para saber perdonar es el amor a Dios. El límite del perdón es perdonar sin límites.

Parabola do servidor desapiedado por Claude Vignon Museu de Bela Artes Tours Franca Foto Francisco Lecaros

Redacción (17/09/2023 13:46, Gaudium Press) Hoy en día, los castigos infligidos a los autores de delitos se consideran actos de justicia, pero no siempre fue así. En la antigua Mesopotamia, por ejemplo, los castigos eran actos de venganza. A veces, ni siquiera la muerte era el fin de los castigos: alcanzaban intensidades verdaderamente bárbaras, que ni siquiera nos atrevemos a mencionar en este artículo.[1] En este contexto, incluso la famosa “pena del Talión” –ojo por ojo y diente por diente– fue un intento de mitigar en cierta medida la furia de las represalias.

Ahora bien, la sociedad en la que vivió Nuestro Señor se regía por principios similares, por lo que entendemos la pregunta que San Pedro hace al Divino Maestro en la liturgia de hoy:

“Señor, ¿cuántas veces debo perdonar si mi hermano peca contra mí? ¿Hasta siete veces? (Mt 18,21)

El límite del perdón

Para San Pedro, perdonar hasta “siete veces” era ya una obra homérica[2]. Pues bien, Nuestro Señor le responde que no hay que perdonar sólo “siete veces”, sino incluso “setenta veces siete” (cf. Mt 18,22). San Juan Crisóstomo dice que, con esta expresión, Jesús no pretende “fijar un número, sino dar a entender que hay que perdonar ilimitada, continuamente y siempre”[3]. Está claro, por tanto, que el límite del perdón es perdonar sin límites. Pero Nuestro Señor todavía ejemplifica esta verdad con una parábola verdaderamente magistral.

Había un empleado que le debía una enorme fortuna a su jefe. Cuando el jefe fue a ajustar cuentas con sus empleados, este pobre deudor le suplicó clemencia. De hecho, estuvo a punto de ser encarcelado con toda su familia. El patrón se apiadó de él y le perdonó toda su deuda. Cuando el empleado salió a la calle se encontró con un compañero que sólo le debía cien monedas, una cantidad muy pequeña comparada con lo que le debía a su jefe. El empleado se negó entonces a perdonarle la deuda, lo agredió e incluso ordenó su encarcelamiento, junto con su esposa e hijos. Al ver esto, los demás compañeros fueron a informar del hecho al patrón, lo que le hizo enojarse con el insolente empleado, arrojándolo a prisión hasta que pagara toda su deuda (cf. Mt 18,23-34).

Al concluir la parábola, Nuestro Señor dice:

Esto es lo que mi Padre hará con vosotros, si cada uno no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18,35).

¿Hay alguna contradicción en la parábola?

¿Qué nos invita Nuestro Señor a contemplar este Evangelio del Domingo 24 del Tiempo Ordinario? Sin duda, él nos invita a aumentar nuestra capacidad de perdonar, ya que seremos perdonados en la medida en que perdonemos a los demás. De hecho, esto es lo que pedimos en el Padrenuestro: perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; es importante rezar ese pasaje del Padre Nuestro con atención, porque Dios escucha nuestras peticiones…

Sin embargo, podría surgir una duda al considerar el evangelio de hoy: en la parábola descrita parece haber una contradicción: Nuestro Señor dice que siempre debemos perdonar. Al principio, el propio jefe perdona la inmensa deuda del empleado. Pero sus compañeros, al ver la infamia cometida por el insolente siervo, no le perdonan y se lo cuentan todo al amo. ¿Dónde está entonces “perdonar hasta setenta veces siete”? ¿Por qué no tuvieron piedad de su hermano?

De hecho, es necesario hacer una distinción. Cuando la ofensa es contra nosotros, siempre debemos perdonar; pero cuando se hace contra Dios, debemos desear que se haga justicia. De hecho, nuestro perdón a los demás debe hacerse por amor a Dios. Ahora bien, si realmente lo amamos, debemos detestar el pecado y desear que se restablezca el orden que fue transgredido por la falta cometida. En el caso de la parábola, lo más grave del pecado del empleado no fue que no hubiera perdonado a su compañero, sino el hecho de que había cometido una enorme ingratitud ante el perdón que acababa de recibir. Compareciendo nuevamente ante su jefe, recibió en justicia lo que no quiso aceptar en misericordia…

El secreto para saber cuándo, cómo y cuánto perdonar es el amor a Dios. Amemos a Dios sin límites para participar tanto de su misericordia como de su justicia.

Por Lucas Rezende

[1] WEISS. Juan Bautista. Historia universal. Barcelona: La Educación, 1927, v. 1, pág. 509.

[2] Véase LAGRANGE, Marie-Joseph. Sello Évangile San Matthieu. 4ª edición. París: J. Gabalda, 1927, pág. 358.

[3] JUAN CRISÓSTOMO, Santo. Homilía LXI, n. 1. En: Obras. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (46-90). 2da ed. Madrid: BAC, 2007, v. 2, p.269.

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