El monje mariano, luego asesino, y al final…
Redacción (21/09/2023 11:01, Gaudium Press) Este hecho no es de fábula, es de piedra y milagro. Ocurrió en Inglaterra, en un pequeño pueblo que creció alrededor de un famoso monasterio. Antaño el pueblo estuvo casi condenado a desaparecer debido a una terrible plaga que asolaba la región. Como siempre hacían en tiempos difíciles, los habitantes corrieron a buscar ayuda de los piadosos y santos monjes.
El abad, hombre compasivo, no escatimó esfuerzos en convocar a toda la comunidad para ayudar a los necesitados, sin olvidar, sin embargo, que la mayor ayuda que podía prestar era la oración: llamó al más joven de los novicios y le dio la obediencia de orar ante el altar de Nuestra Señora, sin alejarse de él hasta que Ella le asegurase el milagro.
Ernesto –el joven novicio– obedeció prontamente. Oró con tanta sumisión y confianza que pronto logró lo que pedía.
Este hecho marcó profundamente la vida de aquel joven, aumentando mucho su devoción a María Santísima. Se sentía débil pero al mismo tiempo muy protegido por Ella. Fortalecido por esta confianza, progresó notablemente en la práctica de la virtud en busca de la perfección.
Sin embargo, al diablo no le gustó el progreso de aquel monje y por ello desató en su contra terribles tentaciones, de manera particular, haciéndole dudar de su vocación y despertando deseos impuros en su casto corazón. Ernesto, ante las innumerables trampas tendidas por el enemigo, no recurrió a Aquella que tanto le había ayudado en otras ocasiones y, al final, se dejó derrotar…
El día señalado, para poner en práctica el plan sugerido por el tentador, caminó por el claustro del monasterio: “¿Cómo haré esto? Saltar el muro…”; Su pensamiento fue interrumpido por una suave voz proveniente del altar de la Virgen:
−Ernesto, hijo mío, ¿me vas a abandonar?
Sorprendido, se acercó al piadoso fresco que alguna vez había sido objeto de sus innumerables oraciones y respondió:
−¿No ves, Señora, que ya no puedo resistir? ¿Por qué no me ayudas?
−¿Por qué no me invocas? ¡Si hubieras pedido mi ayuda no estarías así! ¡Desde ahora, orad y no tengáis miedo!
Reconfortado por aquellas palabras, Ernesto regresó a su celda, pero al llegar allí fue nuevamente asaltado por las tentaciones y, no siguiendo lo que Nuestra Señora le aconsejaba, hizo lo que el diablo quería: huir del monasterio.
Saltó el muro y, en el mundo, cometió las peores abominaciones. Finalmente, tras unos años de vida libertina, alquiló una pequeña casa, utilizándola como supuesto albergue donde también asaltaba y asesinaba a los viajeros que le pedían refugio. Se convirtió en el delincuente más buscado de la zona.
Una vez, un joven caballero muy apuesto pidió alojamiento. Nada más caer la noche, tras comprobar que el huésped ya se había retirado, Ernesto derribó la puerta del dormitorio, deseoso de robarlo. Se acercó y, para su asombro, en el lugar del caballero encontró al Santo Cristo. El Divino Salvador lo miró largamente y finalmente le dijo:
−¡Hijo desagradecido! ¿No fue suficiente que muriera una vez por ti? ¿Quieres matarme de nuevo? ¿Tienes el coraje?…
Aturdido y arrepentido, el ex monje comenzó a llorar profusamente y, entre sollozos, preguntó:
−¡Señor, grande es tu misericordia! ¡Perdóname y llévame de regreso!
Y sin dudarlo un momento partió hacia el monasterio, pero… en el camino fue arrestado y condenado a la horca.
Al momento de la ejecución pidió un confesor; sin embargo, los jueces no le dieron crédito. Luego hizo un acto de confianza en la Virgen y cuando lo subieron al patíbulo sintió que alguien lo sujetaba, imposibilitando que lo colgaran: ¡¡¡era Ella!!!
− Hijo mío, le dijo, vuelve al monasterio. Orad y haced penitencia. Obtendré el perdón de tus pecados y vendré a buscarte al final de tu vida.
Ernesto regresó al monasterio y humildemente se presentó al abad contándole su historia. Hizo penitencia, llevó una vida llena de virtudes y, sobre todo, difundió su devoción a María Santísima, quien nunca, ni siquiera en el crimen más horrendo y profundo, lo abandonó.
Admirable lección para nosotros y para el mundo de hoy: por mucho que hayamos tenido la desgracia de recorrer el camino del vicio, por mucho que la humanidad esté inmersa en la violencia, el irrespeto a la ley de Dios, el amoralismo y el crimen, no desesperemos, Recordemos las amables palabras pronunciadas por el no menos gentil Doctor meliflus, el gran San Bernardo de Claraval:
…si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confundido por la vileza de tu conciencia, aterrorizado por el miedo al Juicio, comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de la tristeza, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, pensad en María, invocad a María.
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