Nace en Fuenllana, España, en el año de 1488, en un hogar católico donde se practicaba la alta virtud, que heredó el niño Tomás. A sus padres les decían “los santos limosneros”.
Redacción (10/10/2023, Gaudium Press) Hoy la Iglesia celebra a Santo Tomás de Villanueva, monje agustino y Arzobispo de Valencia.
Nace en Fuenllana, España, en el año de 1488, en un hogar católico donde de alta virtud, la cual heredó el niño Tomás. A sus padres les decían “los santos limosneros”. Se crió en Villanueva de los Infantes, y de ahí el nombre que posteriormente tomó cuando se hizo monje.
Siendo todavía niño, además de ayudar a los pobres “comenzó a practicar la mortificación a fin de hacer sentir a su carne los dolores de la penitencia, incluso antes de que ella fuese susceptible a los placeres de la concupiscencia”, dicen los Bolandistas.
Estudia en la Universidad de Alcalá por 9 años
Cuando tenía 15 años los padres lo envían a la Universidad de Alcalá, donde cursa humanidades, retórica, filosofía y teología, por 9 años. En ese espacio muere su padre, él hereda una casa que transforma en hospital para pobres y hace de su madre la viuda benefactora de estos carentes, viviendo en el hospital.
Terminados sus cursos lo nombran profesor de filosofía en la misma universidad, pero sintiendo el llamado de Dios, entra a la orden agustina, haciendo su profesión solemne en 1517, el mismo año en que otro monje agustino, Lutero fijaba en Wittenberg sus famosas 95 proposiciones: cuando el uno abría la puerta para la gran división de la Iglesia, el otro, el santo, caminaba para la verdadera reforma de las costumbres, apalancado en su gran virtud personal.
En su primera misa, un día de Navidad, entra en éxtasis al cantar el Gloria, revelando su gran vida mística. Estos éxtasis se repetirán toda su vida, granjeándole fama de santidad.
No ocio sino laboriosidad. Estudio pero con piedad
Tenía especial aversión al ocio, y decía que el religioso sin tareas era como un soldado sin armas expuesto al ataque de los enemigos. Afirmaba que la gran erudición sin la piedad era como una espada en manos de un niño, arma que podía herirlo. Pero igualmente criticaba a los religiosos que con pretexto de piedad faltaban a sus estudios.
Excelente orador, Carlos V quiso oírlo y lo escogió como su predicador personal. Cuando Tomás de Villanueva se iba fuera de palacio a predicar, el emperador se disfrazaba para oírlo.
Él éxito de su predicación radicaba en la oración. Criticaba a los predicadores que hacían largos y pomposos sermones para dar muestras de sabiduría: “Es en la oración que el hombre recibe las luces que iluminan su espíritu y los ardores que calientan su voluntad”. Los escuchas sentían como si Santo Tomás estuviese hablando a cada unos de ellos, de sus necesidades, sufrimientos y ansias.
Santo Tomás fue hecho prior de Burgos y Valladolid, y dos veces provincial de Andalucía y una de Castilla. Su gobierno era una mezcla de mansedumbre y atractivo personal. Exigía que el oficio divino fuese celebrado en sus conventos con rectitud; pedía que sus religiosos no se relajasen en la meditación; la caridad entre los hermanos debía ser conservada por encima de todo; y nuevamente, era férreo combate al ocio y a la pereza, pues sí afirmaba que el ocio es fuente de todo mal.
Las casas agustinas bajo su gobierno, florecieron ampliamente.
Un día el Emperador Carlos V lo quiso hacer Arzobispo de Granada, dignidad que Fray Tomás rechazó. Pero algo providencial ocurrió, que lo llevaría irreductiblemente a la dignidad episcopal.
Vacante la sede de Valencia, el emperador había escogido a un monje de los Jerónimos. Pero cuando el secretario le presentó el decreto, había colocado como titular a Fray Tomás de Villanueva. Carlos V, le preguntó por qué había alterado sus órdenes, a lo que el secretario respondió que él había escuchado perfectamente que el escogido era el monje agustino Tomás, pero que solucionar el asunto era cosa tan fácil como cambiar el decreto. Entonces dijo Carlos V: “No; lo que está escrito permanecerá. Vos lo hicisteis mejor que lo que yo dije, o yo lo dije mejor que lo que yo pensaba. Es la mano de Dios”. Y el Arzobispo de Valencia fue Santo Tomás, quien solo aceptó el cargo obligado por la obediencia y amenazado de excomunión.
Cuando llegaba a su nueva ciudad, que estaba sufriendo fuerte sequía, llovió, lo que muchos interpretaron como la lluvia de gracias que venía con el arribo del nuevo Arzobispo.
Un Arzobispo que seguía siendo fraile
Siguió usando sus ropas de fraile, remendadas por él mismo. El cabildo le regaló 4.000 ducados, que él envió al hospital.
Un día promovió un sínodo para acabar con muchos abusos y reformar el clero. El cabildo se negó y apeló al Papa, de quien decía dependían directamente. “Ellos no quieren obedecer a mi sínodo y apelan al Papa; y yo, yo apelo de su resistencia a Nuestro Señor Jesucristo. Que ellos escapen, si quieren, de mi justicia, que no escaparán de la de Él”. El cabildo terminó sometiéndose.
También se enfrentó con el gobernador, que quiso juzgar dos clérigos sin que estos antes compareciesen ante el tribunal eclesiástico, como era la norma entonces. Lanzó contra el gobernador las censuras eclesiásticas, el caso fue a parar al Virrey, quien terminó dando la razón al Arzobispo.
Como regente de la sede de Valencia, Santo Tomás siguió siendo en extremo caritativo con los pobres.
Un día un paralítico le fue a pedir limosna, y el santo le preguntó si prefería ganar el sustento con sus propias manos a lo que este pobre respondió afirmativamente. Santo Tomás de Villanueva le dijo entonces: “En nombre de Jesús Crucificado, deja tus muletas y anda”, y fue curado. Este fue uno de los milagros que operó, y que corrieron por boca de todos, haciendo crecer su fama enormemente.
Muere el 8 de septiembre de 1955.
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