La Revolución Tendencial, adonde no llegó Santo Tomás.
Redacción (03/11/2023, Gaudium Press) Cada vez más la psicología realza la importancia de lo que se ha dado en llamar el ‘lenguaje no verbal’, es decir los gestos y las actitudes que acompañan las palabras que se emiten. Incluso ya no son pocos los teóricos que dicen que es este más importante, bastante más revelador del mensaje que se quiere transmitir, que representa un porcentaje mayor de la comunicación total.
Así, imaginemos que hablamos con alguien, y le decimos que lo apreciamos mucho, que le tenemos una alta estima, al tiempo que acompañamos nuestras palabras con una mirada cálida, con un tono de voz no estridente pero no neutro, tal vez con un abrazo, etc., pues habrá coherencia entre el lenguaje verbal y el no verbal, y nuestro interlocutor tendrá la sensación de la veracidad de nuestras palabras.
Pero pongámonos en la situación de alguien que afirma apreciarnos, y para eso usa las palabras más rimbombantes, las mejor escogidas:
– Mira, tú sabes cuanto te aprecio, tu bienestar para mí es algo que vale más que las niñas de mis ojos, haré todo lo que pueda para que estés bien, y si de mí depende tu dicha y felicidad, puedes estar tranquilo.
Etc.
Pero al mismo tiempo quien así nos habla está haciendo varias otras cosas, buscando un teléfono en una libreta, por ejemplo, o caminando nervioso y agitado de un lado a otro; en los momentos de más expresión verbal de su afecto, su mirada se desvía, el tono de voz no se muestra firme sino inseguro. Entonces, por más que nos cante la Oda a la amistad o el Himno de los compadres, el lenguaje no verbal nos estará diciendo otra cosa, y más creeremos a los gestos que a las palabras que se las lleva el viento, pronunciadas con lengua sin hueso que lo puede todo.
Sin embargo, el ‘lenguaje no verbal’ puede ser emitido no solo por las personas, sino por los ambientes, por las artes, por la cultura, por los ritos.
Imaginemos que nos encontramos en adoración junto al Santísimo Sacramento del altar, justo en el momento en que el presbítero inciensa la Hostia Divina y el humo aromático, lento y en volutas se eleva al cielo llevando al Creador el perfume de nuestro homenaje sumiso y agradecido. Imaginemos que en ese momento un coro o un lector, pronuncia un himno magnífico en honra al Santísimo, por ejemplo ese que destruyó San Buenaventura cuando escuchó el Tantum Ergo de Santo Tomás.
Ubiquemos esta ceremonia en una iglesia pequeña, no un portento, pero de sano espíritu románico por ejemplo, y con una feligresía no muy grande pero sí atenta, y devota, de rodillas.
Habrá allí coherencia entre el ‘lenguaje verbal’ de las alabanzas que se profieren, y el ‘lenguaje no verbal’ de los ritos, de los gestos, de las actitudes: todo confluirá de forma coherente y armónica para prestar un merecido y elevado homenaje al Rey Celestial hecho Pan.
Pero entremos en los senderos de la pesadilla, y ahora imaginemos que a esa sencilla iglesia románica llegó un día un padre o un sacristán más ‘moderno’, más aggiornato, chic e in, promocionando un invento genial que comenzó un día a circular en algunos ambientes: El Incienso en spray.
– Mire, yo sé que puede chocar un poco al principio, cuando lo usemos, pero vamos a ver las dos caras de la moneda, dirá un día el encargado en reunión parroquial o con acólitos. Primero, tengamos en cuenta que el incienso tradicional puede ser anti-ecológico.
– ¿Cómo así?
– Sí, porque los carbones que se usan para quemarlo son arbolitos que ya no producirán el tan necesario y cada vez más escaso oxígeno. En cambio, el propelente del incienso-spray ya viene elaborado para respetar la capa de ozono.
Además está el tema del tiempo…
– ¿El tiempo…?
– Sí, porque aquí todos estamos muy ocupados. Y resulta que primero hay que preparar los carbones, encenderlos, soplarlos, mantenerlos prendidos, a veces el acólito prepara todo, pero ocurre que la ceremonia a veces trascurre más lento de lo debido y los carbones se apagan, y viene entonces la angustia. En fin, no le demos más vueltas: incienso en spray, que siempre funciona, y viene aromático también, es ecológico, y ya pronto se podrá comprar fácil en el mall…
¿No tendría la feligresía la sensación, la primera vez que el Santísimo vaya a ser rociado con ese incienso-spray, que se le estaría profiriendo una blasfemia, algo como una negación rotunda de su presencia real en la Hostia-Santa? Creemos que gracias a Dios sí, incluso en los decadentes días que corren.
Pero ¿por qué, si nadie estaría profiriendo insultos o blasfemias?
Porque todo tiene un lenguaje ‘no verbal’, que comúnmente termina siendo el más importante, el más directo y con frecuencia el más peligroso, pues no tiene filtros que lo controle.
Resulta que la lentitud del incienso que sube nos remite sin saberlo a la eternidad de Dios, que ve toda la Historia de los hombres desde su atemporalidad llena de majestad. En cambio el chorro del spray es símbolo de la inmediatez que normalmente acompaña a las cosas sin mucha importancia.
Resulta que el incienso va formando figuras variadas a medida que sube, haciendo que nos remontemos a la variedad y a las lindas sorpresas divinas, que se manifiestan en el gran universo, uno y variado. En cambio el chorro del spray tiene la simplicidad del comunismo.
Resulta que los movimientos pendulares respetuosos de quien toma el incensario con delicadeza y firmeza y lo dirige hacia el Santísimo, recuerdan a la feligresía que allí sí está ese Ser Divino que merece nuestra honra. Mientras que quien le dirigiese un spray casi que le estaría disparando un gas tóxico a quien combate como delincuente.
Y así podríamos seguir. No solo refiriéndonos a ese hipotético spray-blasfemo, sino a quien quisiera cambiar las tonalidades de músicas y cantos para hacerlos más agitados y ‘acordes con los tiempos’, a quien quisiera trasformar u olvidar los lindos roquetes y paramentos que se usan para estas ceremonias, y procurase unos más en la línea de ‘los jóvenes’ y estableciese ceremonias en T-Shirts simplonas, ahh pero eso sí con un impreso que diga: “Cristo Vive”…
Los propugnadores de ese estilo no podrían ser calificados de otra manera sino de ‘herejes del lenguaje no verbal’, agentes de lo que Plinio Corrêa de Oliveira llamó en Revolución y Contra Revolución, la Revolución Tendencial.
Es esa una revolución sin palabras, pero con un lenguaje comúnmente mucho más profundo, que llega a los profundidades del alma conmoviendo y desordenando las pasiones, que por la coherencia humana termina luego encontrando su expresión en palabras y hechos.
Revolución Tendencial, adonde no llegó la vacuna del gigantesco Santo Tomás, porque no era su misión, sino la de ser columna doctrinaria de la Iglesia hasta el final de los tiempos.
Por Saúl Castiblanco
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