“Hay un momento en que se puede decir que el drogadicto inició su proceso rumbo a la auto-destrucción…”
Redacción (12/11/2023 13:21, Gaudium Press) Hay un momento en que se puede decir que el drogadicto inició su proceso rumbo a la auto-destrucción.
No es necesariamente cuando prueba su ‘primera dosis’, lo que puede ocurrir de forma ‘casual’, en un encuentro social, por ejemplo un joven presionado por sus amigos.
El proceso comienza cuando esa persona, por ejemplo ese joven, establece que hace parte de los ‘gustos’ a los que tiene derecho en su vida, de tanto en tanto gozar los placeres sensuales excesivos que produce la droga. Al principio consumirá una vez por mes, con algo de temor, de remordimiento de conciencia, medio oculto. Pero después de un tiempo el consumo será más frecuente, semanal, y así rumbo a la clínica de rehabilitación, o a la tumba.
¿Por qué ese remordimiento de conciencia al inicio? Porque hay una voz interior que dice a la persona que ese placer excesivo, que lo toma por entero, que inhibe el control de las facultades superiores para dar rienda suelta solo a la parte animal, va en contra de la naturaleza racional del hombre y cobrará su impuesto.
No es que al hombre le esté prohibido tener placeres sensibles, pues es él un compuesto de espíritu y materia, creada por Dios, y conocemos y también gozamos por medio de las facultades sensibles, de acuerdo a plan divino. Pero el placer material debe estar dominado por la voluntad y la razón, algo que ya no se hace efectivo en el drogadicto particularmente en sus etapas finales, quien consume y consume en exceso, aún a sabiendas de que se está auto-destruyendo. Ya no tiene freno: el animal subyugó y encadenó al ángel.
Algo más o menos similar ocurrió al inicio de lo que en Revolución y Contra-Revolución (R-CR) Plinio Corrêa de Oliveira llamó de ‘proceso revolucionario’, al final de Edad Media: no es que antes de este proceso los hombres no pecaran con la sensualidad, o con el orgullo, sino que en un momento determinado fueron haciendo progresivamente de la sensualidad y el orgullo el eje y objetivo de sus vidas, los grandes valores metafísicos de sus vidas: ‘más placer sensible-más placer del orgullo’, se convirtió en la divisa, en el lema, aunque al inicio fuera más o menos subconsciente.
Sensualidad y orgullo, motores de la Revolución, que son simplemente la manifestación más visible y dinámica de todo un desorden de las pasiones, que ya venían desordenadas por el pecado original, pero que cuando la sensualidad y el orgullo se colocan como el objetivo de la vida, adquieren el dinamismo que termina en la Anarquía, régimen ideal del revolucionario, donde no vigora ninguna autoridad que coarte el orgullo, ni ninguna norma moral que restrinja la carne. La Revolución Protestante (introducción de la poligamia, ataque a la autoridad religiosa), la Revolución Francesa (mayor desencadenamiento de la pasión carnal, ataque a la autoridad civil), la Revolución Comunista (destrucción de la familia, los hijos son del Estado, ataque a la jerarquía económica), no son sino etapas rumbo al Paraíso Anárquico soñado por el revolucionario, donde orgullo y sensualidad encontrarían plena ciudadanía y total libertad.
‘¿Eso significa que todo placer es sospechoso o factible de ser generador de anarquía?’, preguntará un hipotético objetante. Claro que no; pero hay placeres de placeres. Ya hablamos de placeres bajo el yugo de la voluntad y de la recta razón, y de otros que no.
Ejemplifiquemos con Fra Angelico y Rafael o Miguel Ángel.
El de arriba es un detalle de la famosa Anunciación de Fra Angelico que se encuentra en el Museo del Prado.
¿Produce un placer estético la visión de ese cuadro? Evidentemente que sí.
Sin embargo es un placer que eleva, que invita a considerar la pureza de los rostros, tanto de San Gabriel como de la Virgen, su inocencia, su santidad, su actitud de respeto entusiasmado hacia el otro, de consideración de que ambos se hallan ante gigantescas personalidades sobrenaturalizadas. La presencia divina no se percibe solo en la paloma que desciende en un rayo, símbolo del Paráclito, sino en cada detalle de la escena, que remonta al Creador, a su Ley y su Virtud.
Es un placer que no me toma por entero, que no me obnubila sino que favorece e impele a la meditación, a la contemplación de realidades superiores.
Es una maravilla. Placentera, pero es sobre todo un placer de espíritu.
En cambio…
Miremos estos ‘ángeles’ de Rafael, ubicados debajo de la Madonna de San Sisto, hoy en Dresde.
Las expresiones de los rostros, muy bien logradas por cierto, aunque miren hacia arriba, parece que más que a la Virgen estuviesen dirigidas hacia ellos, hacia lo que los demás piensen de ellos, a cómo la Virgen los considera a ellos. El foco de sus expresiones no es la Virgen, son ellos, ejemplificando la revolución antropocéntrica del Renacimiento, y el placer que ellos sentirán si son bien considerados y tratados por los que les rodean. Algo muy diferente al San Gabriel de Fra Angelico, que no es egoísta sino contemplativo de la Virgen y lo sobrenatural.
Por lo demás, los dos angelitos se ve que están bien, hasta demasiado bien nutridos. El placer sensible del gusto puede estar tomando preponderancia. Estos angelitos son dos niñitos como se pueden encontrar en cualquier parte, son terrenos, no son ángeles: si están en el cielo es porque un día desde la tierra se colaron al cielo y allí para entrar les adaptaron unas alas artificiales que bien se las quitarán sin menoscabo cuando tengan que regresar a la tierra. El placer espiritualizado al contemplar la Anunciación de Fra Angelico se convirtió en mero placer sensible en la contemplación de estos angelitos, efecto de la Revolución antropocéntrica del Renacimiento. Es un placer tendiente a la ‘carne’, a la Tierra, no al cielo o realidades superiores.
Es placer por el mero placer de sentir placer.
Algo muy similar se puede decir de este Noé ebrio de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Es un anciano anatómicamente perfectamente representado, también en su situación de descontrol fruto de la ebriedad. Pero es solo eso, un anciano terreno ebrio, cuya contemplación produce el placer estético propio a una excelente representación, pero no un placer sobrenaturalizado, de quien está contemplando al hombre que rescató al género humano en su Arca, el gigante que sirvió de puente entre los primeros tiempos y los tiempos de los patriarcas.
Hechos similares ocurrieron en la arquitectura, en la música, el teatro, etc.
‘Usted está hilando demasiado fino, en consideraciones artísticas que por lo demás pueden ser meramente subjetivas’, dirá alguien.
Entre tanto, creo que el principio queda claro con la comparación hecha al inicio con el camino del drogadicto: excesos progresivos de placeres meramente sensibles, no intelectualizados, no espiritualizados, no sobrenaturalizados, que fueron escapando del control de la voluntad, de la razón iluminada por la fe, que fueron enviciando al hombre en un deseo cada vez mayor de solo placeres y solo placeres, también los inebriantes placeres del orgullo, rumbo al deseo y la concretización de un paraíso anárquico ‘placentero’ animal.
Así cayó Roma.
Así se inició la decadencia del imperio sacral, anti-igualitario y anti-liberal medieval.
La restauración solo vendrá fruto de la gracia, de una ayuda sobrenatural que haga que los hombres practiquen nuevamente la ascesis cristiana, y que encuentren en la lucha, el sacrificio, el heroísmo y la trascendencia el gusto de sus vidas.
Lucha y sacrificio, sinónimo de Cruz, que produjo las más grandes maravillas, muy placenteras pero espiritualizadas de la Civilización Cristiana.
Por Saúl Castiblanco
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