La idea que se hace el hombre de la felicidad es importantísima.
Redacción (11/12/2023, Gaudium Press) La idea que se hace el hombre de la felicidad es importantísima, entre otras razones, según explicaba el prof. Plinio Corrêa de Oliveira, porque en función de ella cada uno va acomodando su vida, para intentar alcanzarla así.
Por eso, definir qué es la verdadera felicidad es esencial, para que el ser humano no yerre su camino fundamental.
La idea dominante de felicidad en Occidente sigue siendo en buena medida (aunque esto ya ha ido cambiando un tanto) la propuesta por Hollywood: sensaciones mil, posibilidades económicas para alcanzarlas, además sensaciones intensas, no muy raciocinadas.
Así, feliz sería por ejemplo quien tuviera dinero para viajar y viajar por lo que reste de su vida, por todas partes, con los mayores lujos.
No sería tanto un sumergirse por ejemplo en una cultura fascinante como la francesa por espacio de tres meses, conociendo las diversas etapas de la Historia del país, sino algo más tendiente a cenar hoy en París, mañana en Marsella, pero de aquí a dos días probar las delicias de Sevilla, después las de Bizancio, y así, algo más intenso, porque lo otro ya no parece tan divertido. El ritmo de la intensidad variaría en función de las generaciones: mientras más recientes, debería ser menos lento y más ágil.
El estilo Hollywood pues te dice sin decirlo que la felicidad está en sensaciones extremas placenteras sin mucho raciocinio. Al gusto de cada cual: quien aún no esté habituado a los hiper-excesos, puede imaginarse levantándose en la mañana en un buen hotel para desayunar en el excelente restaurante que este posee, de ahí partir a un paseo a un buen museo por ejemplo de joyas, luego un apetitoso almuerzo seguido de un reparador sueño que prepare para un concierto de música antigua en la soirée. Y así…
La anterior sería una versión clásica, ya no tan del gusto de las nuevas generaciones, que preferirían más un buen resort con un diversificado buffet, sí, matizado por algún deporte por ejemplo acuático, compras en el mall, paseos en auto deportivo descapotado, atrayendo miradas de transeúntes extasiados que envidian la super vida que estos felizardos se están dando.
Entre tanto, la de arriba y la que sigue, son dos versiones de lo mismo: la felicidad son placeres sucesivos, intensos tendientes a lo más, sin mucha reflexión, solo sensación.
Sin embargo, todo eso es mentira.
Porque claro que ir a un zoológico con los niños puede ser ocasión de felicidad, pero la verdad está en los matices, parece que decía Talleyrand.
La felicidad del Zoo no está en pasar como otro animalillo más del tigre a la grulla, de la grulla al guacamayo y de este al hipopótamo, diciéndo a los niños, “qué grande”, o “qué lindo”, corriendo de una sensación a otra sin verdadera contemplación.
Felicidad es parar delante del tigre e intentar penetrar con los ojos del cuerpo y del alma en el ‘espíritu’ del animal, en sus características propias, en lo que hace que este nos cause una impresión particular, sea de miedo, de admiración, de encanto, o de rechazo, o de todo junto.
Es admirar su elegancia, en su porte, en la forma como cruza las patas. Es contemplar sus rayas, sus combinaciones, también la frialdad de su mirada, un cierto desprecio que a veces manifiesta por los humanos que quieren llamar su atención, todos sus gestos.
No es el ‘dárselas de científico’ delante del tigre sino ir aprendiendo a escuchar la ‘voz’ que el Creador del tigre y de todo el Universo quiso y quiere transmitir en ese ser.
Y eso es algo que no se hace corriendo.
Pero felicidad en el zoo es saber también que aunque tenga un entusiasmo especialísimo por estos felinos, también están los flamengos rosados. Es decir, el gusto por el tigre no nos subyugó, no nos dominó como una droga, sino que simplemente fue un vehículo que usamos para llegar a Dios.
A pocos metros de la jaula de los de Bengala se encuentra un estanque con muchos de los rosa, que no conocían los chicos, y será fácil encantarse con sus diversos tonos desde los intensos hasta los más pálidos.
La tendencia nuestra, de nosotros los hombres deformados por la ‘cultura’ Hollywood, será verlos, decir “ohh” y salir corriendo. Pero no: lo que hay que hacer es parar, contemplar, enseñarle a los niños (y a uno mismo) a analizar, de pronto a ver también elementos no enteramente bellos en esos seres magníficos (personalmente pienso que sus patas son un poco secas), a admirarse con la fuerza de sus plumas contrastando la delicadeza de los tonos rosa, a comparar su cuello con el del cisne, a detallar e intentar describir sus movimientos, a ver como el que vivan en grupos y se muevan en grupos les da un atractivo especial, etc.
De esta manera, como consecuencia no menor, se les estará enseñando a los chicos (y a uno mismo) a no ser egoistas, a no vivir para sus sensaciones, sino a salir de sí, admirar las maravillas de la Creación y en el fondo a admirar al Autor de la Creación.
– ¡No se pueden quedar en los flamengos!!!, gritará el agitado tipo Hollywood. Faltan la jaula de las guacamayas, los tucanes, no hemos visitado el mariposario, aquí está el único cóndor en cautiverio de la región… hay que correr.
Tonto. Él cree que la felicidad es la animal de la sensación sin razón. Pero resulta que no somos animales. El cóndor y los tucanes quedarán para una nueva y contemplativa expedición. Cuando Dios quiera. Sin ansias locas.
Porque la felicidad católica se haya en la contemplación meditada, serena, acompasada, bañada por la gracia de Dios, de todos los acontecimientos, de toda la vida, sabiendo que no estamos solos, sino que hacemos parte de la maravillosa sinfonía de la Creación, donde hay luces y sombras también, llamados a vivir en el Arca de Dios, la Iglesia de Dios.
Por Saúl Castiblanco
Deje su Comentario