“Castidad, virtud de ángeles, que nos prepara para el convivio celestial…”
Redacción (13/12/2023 14:45, Gaudium Press) Castidad, virtud de ángeles, que nos prepara para la convivencia celestial, donde estaremos con todos los bienaventurados perteneciendo a la gran familia de a quienes el Cordero destinó a su diestra.
Sin la práctica de la virtud de la pureza, cada uno en su estado, no se llega al cielo.
“No se hagan ilusiones: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los ladrones, ni los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores heredarán el Reino de Dios”, (1 Cor 6, 9-10).
Pero como es fácil constatar por la experiencia universal, la pureza es una virtud frágil, que nos hace sentir al vivo cómo cargamos el tesoro de nuestras almas en vasijas de barro.
Por lo demás, el desprecio de la virtud de la pureza no acarrea consecuencias menores. Jacinta reveló en su momento que la Virgen les dijo en Fátima, a los pastorcillos, que los pecados que más llevaban personas al infierno eran los pecados de la carne.
Para la consecución y mantenimiento de la virtud de la pureza, están las recomendaciones clásicas: vida de oración, frecuencia a sacramentos, huída de las ocasiones de pecado, y una mente no ociosa sino cumpliendo los deberes de estado. Además devoción a la Inmaculada María, la Reina de la gracia, cuya intercesión todo alcanza.
Entre tanto, y siguiendo las enseñanzas del prof. Plinio Corrêa de Oliveira, hay aspectos que él llamaba ‘tendenciales’, que desordenan las pasiones, y que no han sido focalizados por la espiritualidad tradicional, dejando una poterna abierta al vicio impuro y sus devastaciones.
Uno de estos aspectos tendenciales, fundamental, es lo que podríamos llamar el ‘torrente de impresiones sensibles’ en el que está enviciado el hombre moderno, que destrozan su psicología, particularmente su racionalidad, y predisponen a innúmeros vicios, particularmente el de la impureza.
Ocurre que el hombre actual es como un río que corre y corre sin remansos de paz, impidiéndose así fecundar la tierra. Es como un céfiro lleno del más rico polen, pero que tiene ínfulas de huracán, quiere transitar como huracancillo, y no aprovecha en nada su rico contenido.
El hombre moderno considera prestigioso vivir corriendo.
Si él va en su coche, casi que tiene que ir a la máxima velocidad permitida, pues de lo contrario estaría cometiendo un pecado mortal. ¿Y el paisaje y su belleza?
Si está en la oficina, el tamaño y número de las pantallas, además de su agitación, podría ser sinónimo de su dedicación, de su experticia.
Si la dama llega al té, puede ser prestigioso decir a sus amigas que antes atendió telefónicamente el trabajo, preparó la cocina, arregló los chicos, y en poco tiempo pudo dejárselos prontos al esposo para asistir a esta hiper ansiada reunión vespertina: es ella una mujer eficiente, que sí sabe el valor del tiempo.
Sin embargo, sin embargo, ese pobre hombre de nuestros días no tiene noción de cómo está perdiendo el ‘jugo de la vida’, y todo por vivir corriendo.
Pero, sobre todo, él ha habituado a su espíritu a sensaciones fuertes, continuas, sucesivas, revolucionadas; es una licuadora necesitada del jugo de las sensaciones. ¿Consecuencia? Está servida la mesa para las viandas inmundas de la impureza, pues la impureza es eso, sensación animal incontrolada, dominante, esclavizante, animalizante.
Dicho lo anterior, podemos sentenciar sin temor: la sociedad del corre-corre es la sociedad de la impureza.
¿Quiere usted favorecer la pureza, ayudarse a vivir en la paz de la pureza?
Restaure en su vida, los ritmos serenos de la vida.
No es la pereza, no. Es la serenidad, trabajadora, acompasada, finalmente eficiente, pero serena.
Quien no hace eso, difícil, muy difícil… Pero quien lo hace, verá como todo resulta más fácil.
Por Carlos Castro
Deje su Comentario