Este presente debemos ofrecerlo por la intercesión de la Virgen, pues, ¿cómo ofrecer algo a no ser por medio de Ella?
Redacción (24/11/2023, Gaudium Press) ¡Un niño está a punto de nacer en Belén! ¿Qué decir de este acontecimiento?
Cuando el Verbo se encarnó y habitó entre nosotros, ¿cuál era la situación de la humanidad? Indiscutiblemente muy parecida con la de nuestros días.
Sin embargo, algunas almas oprimidas por esta situación sintieron que algo estaba a punto de suceder y entendieron que, o el mundo se acabaría, o la Providencia de Dios intervendría. Estas almas tuvieron su desventura y su angustia llevadas a su máximo grando en la víspera de Navidad. Se vivía el fin de una era en sus estertores, pero en la apariencia de paz, y nadie tenía idea de cuál podría ser la salida.
He aquí que, en esa víspera de Navidad, tan terriblemente opresiva para todos, en Belén, en una gruta, había una pareja que poseía una castidad intachable, y la Virgen Esposa, sin embargo, sería Madre. Y en esta gruta, en determinado momento, mientras se oraba en profundo recogimiento, ¡el Niño Jesús entró a la tierra!
Auténtica Adoración
Los pastores, que recordaban la rectitud antigua, viendo aparecer a los ángeles cantando y anunciándoles la primera noticia: “¡Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!”, quedaron encantados y se dirigieron hacia el pesebre, llevando sus regalitos al Niño Jesús. Fue el primer acto magnífico de adoración, que bien podríamos llamar el “acto de adoración de la tradición”.
Ellos representaban la tradición de la rectitud pastoril, de aquellos ambientes de vida pura, perdidos en medio del mundo depravado y cuidando pequeños animales. Pastores que, llevando una vida honesta al margen de la podredumbre de esa civilización, les fue anunciado por primera vez el gran hecho: “Puer natus est nobis, et filius datus est nobis” (Is 9, 5): “¡Un Niño ha nacido para nosotros, un Hijo nos ha sido dado!”
Poco después, en el otro extremo de la escala social, llegó también una caravana, fue otra maravilla. Una estrella peregrina en el horizonte… y desde las profundidades de los misterios pútridos del Oriente, hombres sabios, magos, ciñendo la corona real, se desplazan desde sus respectivos reinos.
Finalmente, llegaron juntos a la gruta llevando tres magnificencias de sus respectivos países: oro, incienso y mirra, y rindieron otra adoración al Niño Jesús. Allí ya no era la tradición de los más humildes, sino la de los más eminentes.
Estos reyes, ápice de la nobleza de sus respectivos países, trajeron consigo junto a la dignidad real otro alto honor: el de ser magos. Eran hombres sabios, habían estudiado con espíritu de sabiduría, pues en el momento en que recibieron el mandato: “Id a Belén, y allí tendréis vuestras esperanzas realizadas”, sus espíritus estaban preparados por todo lo que conocían y habían estudiado en el pasado.
Pronto estalla la persecución
Inmediatamente, se desató la persecución. En mi opinión, no sería razonable, en estas circunstancias, que meditemos sobre la Navidad sin tener en cuenta la matanza de los inocentes; esa tragedia que acompaña tan de cerca la paz celestial, la serenidad magnífica y toda llena de sobrenatural, del “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Esta cruel matanza tiñó de sangre la tierra que más tarde se convertiría en sagrada, porque ese Niño derramaría allí su Sangre Sacrosanta. Apenas se manifestó, la espada asesina de los poderosos se movió contra Él. En el momento en que estas maravillas se afirman, el odio de los malvados se eleva contra ellas como un tropel.
La matanza de inocentes a menudo se considera por un lado humanitario. No hay duda de que esta reflexión tiene alguna cabida, porque eran niños inocentes y fueron exterminados, cobardemente asesinados. Pero esta apreciación justa y compasiva empaña, en el espíritu moderno y naturalista, la consideración más importante: aquella masacre fue el presagio del deicidio, pues habiendo recibido la información de que el Mesías nacería allí, el rey de los judíos tenía la intención de matarlo, ¡y por eso mandó asesinar a todos los niños!
Aunque no eran plenamente conscientes de que era Dios-Hombre, de una u otra manera, la intención era alcanzar, si no a Dios, por lo menos a su enviado. De ahí una serie de otros hechos, y la Historia Sagrada se desarrolla ante nosotros.
Ayer y hoy el mundo agoniza
¡Cómo es parecida nuestra vida con la de los hombres que vivieron en vísperas del “Puer natus est nobis, et filius datus est nobis!” El mundo de hoy agoniza como lo hacía en vísperas del nacimiento de Nuestro Señor. Todo es desconcertante, locura y delirio. Todos buscan aquello que cada vez más huye de ellos, como el bienestar, la vida tranquila, el gozo infame, las treinta monedas con las que cada uno vende al Divino Maestro, que a su vez implora la defensa y el entusiasmo de aquellos que Él redimió.
Es muy probable que en estas condiciones exista algún hombre, por la inmensidad de la tierra, que esté gimiendo al presenciar el mundo caer a pedazos; es la debacle de la cristiandad o –qué dolor– la terrible crisis en la Santa Iglesia inmortal, fundada y asistida por Nuestro Señor Jesucristo, de tal manera en declive que, si no supiéramos que es inmortal, nos inclinaríamos a decir que está muerta.
Me pregunto: ¿no vendrá para nosotros un acontecimiento enorme, quizás uno de los más grandes de la historia –aunque infinitamente pequeño en comparación con la Santa Navidad– que nos liberte también de todo el horror en el que nos encontramos?
¿Qué dar y pedir al Niño Jesús?
Al pie del pesebre, si Dios quiere, celebraremos la Santa Navidad, y debemos llevar nuestros regalos al Niño Dios como lo hicieron los Reyes Magos y los pastores. Sin embargo, ¿qué darle? ¡El mejor regalo que Él quiere de nosotros es nuestra propia alma, nuestro corazón! El Divino Niño no desea otra ofrenda de nosotros que esta.
Alguien dirá: “¡Qué regalo insignificante, entregarme yo mismo a Él!” ¡No es verdad! Si Jesús nos recibe en sus manos divinas, nos convertirá en vino como el agua en las bodas de Caná y seremos otros. Digámosle: “¡Señor, transfórmanos! Asperges me hyssopo et mundabor: lavabis me, et super nivem dealbabor. Señor, aspérjeme con hisopo y quedaré limpio; ¡Lávame y quedaré más blanco que la propia nieve! (Sal 51:7). Tu obsequio, Señor, es la criatura que te pide: ¡aspérjeme, purifícame!”
Ahora, esta dádiva debemos ofrecerla por intercesión de Nuestra Señora, porque ¿cómo podemos ofrecer algo como nuestra persona, sino a través de Ella? Y si hacemos todo por su intermedio, ¿por qué no pedir a Nuestro Señor un regalo también a través de su Madre? Sin duda, el don fundamental que debemos implorar es este: “¡Señor, transforma el mundo! O, si no hay otra manera, ¡acorta los días, cumpliendo las promesas y amenazas de Fátima! Que perseveren al menos los que aún perseveran, Señor, ten piedad de ellos, abreviad los días de aflicción y haced venir cuanto antes el Reino de vuestra Madre”.
Mientras cantemos el “Stille Nacht, Heilige Nacht2 y los otros cantos sagrados de la Navidad, debemos tener muy en cuenta lo siguiente: es muy bello y muy bueno para recordar todo el hecho de que hubo hace dos mil años, especialmente porque tenemos la convicción de que Nuestro Señor continúa presente en su Santa Iglesia y en la Sagrada Eucaristía, y su Madre nos ayuda desde el Cielo. ¡En la Tierra, sin embargo, es necesario pedir una presencia majestuosa y victoriosa del Divino Niño!
Incluso podemos dar a esta petición otra formulación: “Ut inimicos Sanctæ Matris Ecclesiæ humiliare digneris, te rogamos audi nos!” “Señor recién nacido, que descansáis en los brazos de vuestra Madre como en el trono más espléndido que jamás hubo ni habrá para un rey en la tierra, te suplicamos: dignaos humillar, rebajar, castigar, quitar la influencia, el prestigio, la cantidad y la capacidad de hacer el mal”
En suma, pidamos la forma más requintada de la victoria de Nuestro Señor: ¡el aplastamiento de sus adversario y la victoria de su Madre Santísima!
Plinio Corrêa de Oliveira
(Extraído, con adaptaciones, de conferencia del 23/12/1983. Revista Dr. Plinio No. 68. Diciembre de 2023.)
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