sábado, 23 de noviembre de 2024
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Santa Isabel Ann Seton: convertida por la Eucaristía

Hoy, 4 de enero, la Iglesia recuerda también la memoria de Elizabeth Ann Seton, la primera estadounidense elevada al honor de los altares, que transformó la historia del catolicismo en los Estados Unidos.

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Redacción (04/01/2023, Gaudium Press) De religión anglicana, casada con un rico comerciante y con cinco hijos, nada parecía indicar los elevados designios para los que la Providencia iba a llamar a Elizabeth Ann Seton. Pero de su correspondencia con la gracia dependerían miles de almas y, en cierto sentido, un país entero.

Y ella dijo “¡si!” Abrumada por el entusiasmo por la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía, se convirtió en hija de la Iglesia Católica.

Una infancia dolorosa

Segunda hija del famoso médico Richard Bayley y Catherine Charlton, Elizabeth Ann Bayley vino al mundo el 18 de agosto de 1774. La familia vivía en Nueva York, descendiendo de los primeros pobladores de la región. Como ocurre con la mayoría de los miembros de la alta sociedad de Nueva York, eran anglicanos practicantes.

Antes de cumplir los tres años quedó huérfana de su madre, y su padre se volvió a casar, de donde nacieron siete hijos más. La pequeña hijastra era despreciada por su madrastra, lo que hacía que extrañara mucho a su madre.

Debido a tales circunstancias, Isabel, a la edad de ocho años, fue enviada a la finca de un tío paterno, para vivir allí en compañía de sus primos. Este período transcurrido en el ambiente tranquilo del campo determinó la formación de su carácter contemplativo y decidido.

Matrimonio en la alta sociedad

A los dieciséis años, Elizabeth regresó a Nueva York y antes de cumplir los veinte se casó con William Magee Seton, de una reconocida familia de comerciantes. Los primeros ocho años de la pareja fueron prósperos y pacíficos. Bendecidos con cinco hijos (Anna, Richard, William, Catherine y Rebecca), los Seton vivían en uno de los mejores barrios de Nueva York y llevaban una vida lujosa.

Muy religiosa y caritativa, Isabel participó en actividades promovidas por la Iglesia Anglicana y se preocupó por el sufrimiento de los demás. Para ayudar a las viudas pobres, organizó, junto con otras damas ricas, una asociación caritativa.

Llegan las tribulaciones

En 1803, la empresa familiar Seton quebró. Al mismo tiempo, William sufrió tuberculosis. Para cambiar de clima, en un último intento por restaurar la salud de su marido, Isabel partió hacia Livorno, Italia, con él y su hija mayor, entonces de ocho años, apodada Annina.

A los ojos de familiares y amigos, este viaje parecía una locura. Sin embargo, cada uno de esos días constituyó un tramo del largo camino trazado por la Providencia para conducir a Isabel a la Iglesia católica.

Entre los numerosos contactos comerciales que William Seton mantuvo con Europa se encontraban los hermanos Antonio y Filippo Filicchi, de Livorno, con quienes había entablado una sólida amistad. Por lo tanto, los Seton acordaron quedarse en la casa de los Filicchi durante el tiempo que pasaron allí.

Sin embargo, al atracar en Livorno, las autoridades sanitarias ordenaron cuarentena para la tripulación del barco recién llegado, ante la noticia de que la fiebre amarilla se estaba propagando en tierras americanas. Luego llevaron a los Seton al lazareto, un edificio con paredes frías y húmedas, donde la salud de William se deterioró aún más.

Las primeras gracias de la conversión

Aislada de todos, viendo a su marido consumiéndose día tras día y sufriendo privaciones, Isabel comenzó a pensar más en Dios y a considerar su vida a través de un prisma más sobrenatural. Y comenzó a escuchar atentamente las explicaciones sobre la Doctrina Católica que le daban las pocas personas con las que tuvo contacto durante ese período.

Una vez terminada la cuarentena, los Seton se dirigieron a Pisa. Debilitado por los días pasados en el lazareto, William murió en menos de dos semanas. Isabel tenía entonces treinta años.

La familia Filicchi, imbuida de verdadera caridad cristiana, acogió en su casa a la viuda y a su pequeña hija. Un domingo, Amabilia, la esposa de Antonio Filicchi, los invitó a asistir a misa en la iglesia de la Annunziata.

Al entrar en el templo sagrado, Isabel se sintió conmovida hasta lo más profundo de su alma. Alrededor del altar, muchas personas rezaron el Rosario, llenas de devoción. La mirada asombrada de Isabel recorrió las obras de arte que embellecían la estancia: tallas de madera, hermosas piedras de diferentes colores, pinturas que representaban escenas de las Escrituras.

Al salir de allí, escribiría en su diario: “No se puede hacer una idea de cómo es todo esto con una simple descripción”. Después de ese día, Elizabeth sintió un cambio dentro de ella. ¿Qué tenían los templos católicos que la atraían tanto?

La Providencia se hace sentir

Los Filicchi aprovecharon la oportunidad para instruirla más en la Fe, exponiéndola a la doctrina de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Isabel quedó encantada con la idea de poder encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo en las Sagradas Especies.

Unos días después, Dios le enviaría una gracia sensible para hacerle creer en esta sublime verdad de fe.

En compañía de la familia Filicchi, asistió a misa en la iglesia de la Madonna delle Grazie, en Livorno. Cuando el celebrante elevaba la Sagrada Hostia, después de la Consagración, alguien se arrodilló junto a Isabel y le dijo al oído: “Existe lo que se llama la ‘Presencia Real’”. Cautivada por estas palabras, se inclinó llena de veneración y, por primera vez, adoró a Jesús en la Eucaristía, mientras intentaba contener las lágrimas.

Un día, Isabel encontró un pequeño libro de oraciones perteneciente a la señora Filicchi, colocado sobre la mesa. Lo abrió al azar y empezó a leer: “Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, a quien nunca se oyó decir…”

Cada una de las palabras del Memorare sonaban en su alma como un consuelo: ella, que en su infancia había echado de menos tanto cariño maternal, en realidad tenía una Madre que la cuidaba con inefable bondad. Luego comenzó a invocar a Nuestra Señora, pidiéndole que le indicara el camino que debía seguir.

Nuevas adversidades

El 8 de abril de 1804, madre e hija se embarcaron de regreso a Estados Unidos, acompañadas por Antonio Filicchi.

A pesar de la felicidad de ver a sus otros cuatro hijos, Elizabeth tenía un profundo dilema en el alma: abrazar el catolicismo significaba comprar el aislamiento de toda su familia y amigos estadounidenses. Pero, por otra parte, ya no podía vivir sin pensar en el Santísimo Sacramento.

La conversión

El miércoles de ceniza de 1805, frente al sagrario de la iglesia de San Pedro, Isabel tomó la decisión irrevocable de hacerse católica, con sus cinco hijos. Diez días después, el 14 de marzo, hizo su profesión de fe, en la misma iglesia.

En la fiesta de la Anunciación, el 25 de marzo, su deseo más ardiente se hizo realidad: recibió la Primera Comunión.

Funda una nueva Congregación religiosa

Preocupada por la educación de sus hijos y la formación de los niños católicos, intentó abrir una escuela en su ciudad natal. Sin embargo, sus planes se vieron frustrados, debido al desprecio e incomprensión por parte de quienes no aprobaban su conversión.

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Posteriormente, en 1808, bajo la protección de Mons. Carroll, Isabel se trasladó a Baltimore, donde fundó una escuela para la educación de niñas. No tardaron en aparecer jóvenes que se sentían llamados a la vida religiosa y querían seguir a Isabel, en su noble ideal de caridad.

Con la ayuda de un generoso donante, la pequeña comunidad se estableció en Emmitsburg, Maryland, en 1809. Así nació la primera congregación religiosa en Estados Unidos: la Congregación de las Hermanas de la Caridad de San José, bajo la regla de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, y dedicada a la educación.

Acompañada de diecisiete discípulas, Isabel tomó sus votos el 21 de julio de 1813. La Madre Seton, como pasó a ser llamada después de la fundación, fue directora general de la Congregación hasta el final de su vida, esforzándose por formar a las monjas según el espíritu de Santa Luisa de Marillac y San Vicente de Paúl.

Frutos de un alma eucarística

En cuanto a sus hijos, todos vivieron y murieron como buenos católicos.

Como suele ocurrir con los Fundadores, la misión de la Madre Seton continuaría después de su muerte. Ella contemplaría, desde el Cielo, el crecimiento de su obra.

Cuando entregó su alma a Dios, el 4 de enero de 1821, Santa Isabel contaba sólo con cincuenta hermanas, repartidas entre escuelas y orfanatos.

El día de su canonización, el 14 de septiembre de 1975, eran más de ocho mil, ya que su Congregación estaba fundada sobre la roca inquebrantable de la Eucaristía, a cuya sombra florecen los carismas y se solidifican las obras de Dios.

(Texto extraído, con adaptaciones, de la Revista Arautos do Evangelho n.85, enero de 2009. Por Sor Isabel Cristina Lins Brandão Veas, EP.)

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