Sus súbditos lo amaron. Incluso los parlamentarios… Fue quien dividió la representación parlamentaria en Cámara de los Lores y Cámara de los Comunes.
Redacción (05/01/2024, Gaudium Press) San Eduardo el Confesor (1003-1066), rey de Inglaterra. Hijo de Eteredo y de la normanda Ema. Un hombre de esos que construye naciones.
Lo antecedieron unos reyes daneses, Harold Harefoot y Artacanuto, que hicieron que el pueblo ansiara por reyes buenos.
Cuando reinaban los daneses, Eduardo fue enviado a Normandía, Francia, para protegerlo. Regresó en 1042, y ahí fue elegido rey. Se casó con Edith, a los 42 años, y la tradición nos dice que guardaron continencia por amor a Dios.
El reino comenzó a ser excelentemente administrado con el nuevo rey, y eso le granjeó a San Eduardo mucho prestigio. Llevó la paz al reino, una paz que todos ansiaban después de muchas guerras. Suprimió el impuesto de guerra que traía la ruina a mucha gente. Dividió la cámara legislativa en la de los lores y la de los comunes, y mantuvo la armonía con estas dos corporaciones.
Un contemporáneo delineó así el perfil del santo:
“Era un verdadero hombre de Dios. Vivía como un ángel en medio de tantas ocupaciones materiales y se notaba que Dios lo ayudaba en todo. Eran tan bondadoso que jamás humilló con sus palabras ni al último de sus servidores. Se mostraba especialmente generoso con los pobres, y con los emigrantes, y ayudaba mucho a los monjes. Aún el tiempo en que estaba en vacaciones y dedicado a la cacería, ni un solo día dejaba de asistir a la santa misa. Era alto, majestuoso, de rostro sonrosado y cabellos blancos. Su sola presencia inspiraba cariño y aprecio”.
El Papa lo releva de su juramento, por el bien de la nación
Estando desterrado en Normandía, San Eduardo había prometido ir en peregrinación a visitar la tumba de San Pedro en Roma, si Dios arreglaba los problemas de su familia.
Luego, tras convocar un concilio en su tierra, allí manifestó el deseo de ir a cumplir la promesa. Pero el concilio le expresó que si partía comenzarían pronto las pugnas, los disensos y que toda su obra podía venirse a pique.
Consultó San Eduardo pues al Papa San León IX, que lo relevó de la promesa, y le señaló que repartiera el dinero que estaba destinado para el viaje entre los pobres, y construyera en su reino un monasterio en honor a San Pedro.
Pero no hay vida sin cruz, y no hay día sin cruz. En el último año de su vida, el Conde Tostig Godwinsson de Nortumbría peleaba con los súbditos del monarca, lo que le causó serios dolores de cabeza. Finalmente San Eduardo tuvo que desterrar al conde.
Muere en 1065, es canonizado en 1161, y dos años después Santo Tomás Becket traslada su cuerpo incorrupto a una capilla del coro de Westminster.
Con información de Aciprensa y EWTN
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