viernes, 22 de noviembre de 2024
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La búsqueda de las Arquetipías: cómo se creó la Civilización Cristiana, para caminar al Cielo

Antes de la Civilización Cristiana hubo cosas bonitas, sin duda, pero nunca tan bellas como una Sainte-Chapelle…”

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Huevo Coronación Imperial, Fabergé – Foto: Wikipedia

Redacción (16/01/2024, Gaudium Press) Que esta vida es un Valle de Lágrimas, es una realidad que constatamos día tras día. No fue menor la consecuencia del pecado de Adán, y todo un Cristo pendiendo del sublime madero la Cruz –que vino a reparar así esa gran falta– nos da cuenta de ello.

Sin embargo, y sin dejar de ser un lugar de dolor y expiación, esta tierra es también susceptible de ser transformada en una antecámara del cielo, y esto por un movimiento del alma del hombre hacia la perfección, hacia lo que el prof. Plinio Corrêa de Oliveira llamaba la Arquetipía, la belleza y la magnificencia aún no realizada, que como se verá, es en el fondo la búsqueda del alma humana del Creador, alma que al mismo tiempo que tiene inclinación al vicio y al pecado es también teo-trópica, va a la procura de Dios.

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Miremos un coche como los que hay en La Galerie des Carrosses del Palacio de Versalles. Maravillosos.

Entre tanto, surge la pregunta… ¿cómo fue que de las cabalgaduras casi a pelo de bestia de los bárbaros –esos antepasados de Luis XIV– se llegó hasta estas carrozas para transportar princesas de cuentos de hadas?

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Forzosamente es porque en el alma humana había potencialidades para ello.

Es claro, en el refinamiento pinacular que alcanzó la Civilización Cristiana hubo gotas de sangre de Cristo transformadas en gracia, que inspiró las costumbres, las modas y también las artes, a punto de habilitar a artistas y artesanos a hacer estos coches de terciopelos, sedas y cristales embombados que más parecen del cielo que de la tierra.

Antes de la Civilización Cristiana hubo cosas bonitas, sin duda, pero nunca tan bellas como una Sainte-Chapelle, como los trajes medievales o del Ancien Régime, como una abadía del Mont Saint-Michel o como unos huevos de Fabergé o una Catedral de Colonia, (esa que por estos días enemigos de la belleza posible y de la humanidad han intentado destruir).

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María Antonieta ‘à la Rose’, por Mme. Vigée-Lebrun – Foto: Wikipedia

Efectivamente, la gracia potenció la capacidad de crear belleza del ser humano a un punto que podríamos tildar de angélico. En este sentido la Iglesia, canal de la gracia, podría ser pensada como algo a la manera de una Fábrica de Maravillas, y por eso es normal también que haya buscado adornar de maravillas sus edificios, su liturgia, sus oraciones, etc.

Entre tanto, esta inclinación y ejercicio hacia la Belleza Absoluta que es natural, y que puede ser bendecido por la gracia, un pensador como el Dr. Plinio lo propone como camino espiritual, casi como sistema, pensado, explícito: El Ejercicio de la Búsqueda de la Arquetipía.

Afirmaba él por lo demás que eso es algo propio a la inocencia. El niño inocente tiende no solo a ser atraído por lo que hay de más lindo ante sus ojos –un bello jarrón, un lindo pajarillo, un globo dorado de un árbol de Navidad– sino que fácilmente imagina mundos maravillosos a partir de su contemplación.

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Foto: Clint Patterson en Unplash

El ‘sistema’ propuesto, casi que se podía resumir en dos líneas: todo ser, acto, proceso, incluso los más bellos, son susceptibles de que se formule esta pregunta a su respecto: ¿Habría posibilidad de que fuera más bello, de que fuera más maravilloso?

Si hay una ciudad linda en este mundo es Venecia, que no tiene calles sino canales, donde los reflejos de los palacios en sus aguas permiten soñar con palacios aún más bellos: Después de admirar un cuadro de Venecia, ¿no podré imaginar una Venecia aún más linda, una Venecia Arquetípica?

Igual con un traje, con una música, con un gesto de cortesía, con… con todo.

Pero, este ejercicio –dirá una pobre víctima de la agitación mecánica moderna– ¿no será solamente una pérdida de tiempo, un juego diletante de una imaginación desocupada, una especie de opio para escapar de la realidad real, de la lucha de todos los días?

Es claro que no.

Ya vimos que este ejercicio fue el punto de partida de lo más bello que existe en la Tierra, desde una carroza hasta los más lindos palacios, de las más magníficas tradiciones y costumbres a la propia cortesía, trayendo alegría y reposo al alma humana, fortaleciéndola y preparándola para el esfuerzo y el sacrificio.

Pero es que además hay una razón teológica que nos impulsa a hacerlo.

Imaginar posibles más perfectos es acercarse más a la Mente Divina, donde habitan las Ideas en su Perfección. Estos ejercicios a la búsqueda de las Arquetipías son por tanto un acercarse más a Dios.

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Iglesia de la Contemplación Marial, Heraldos del Evangelio, Cotia-Brasil.

Ellos se podrían hacer incluso ‘divinos’ de una manera aún más explícita: Estoy imaginando este ser aún más bello, más maravilloso, pero… ¿qué cualidad de Dios representa este ser más bello?

Por ejemplo, así nació la Héraldica.

Quien tiene la oportunidad de ver un león tiene una impresión de grandeza, de señorío.

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Foto: Elie Khoury en Unplash

Aquel que escucha uno de sus rugidos, puede aumentar esta impresión. Pero un león tiene también sus carencias, a veces no es muy limpio, a veces se revuelca en el suelo de manera no elegante, aunque sus poses sí son por lo general elegantes. Sin embargo, el león de la heráldica no representará esas falencias del león, sino su Arquetipía, su perfección en la que él simboliza nobleza, heroicidad, elegancia. Cuando un conde lo coloca en su escudo de armas, quiere expresar que él busca compartir estas cualidades ‘arquetipizadas’ del león. Pero cualquier cualidad humana pertenece a Dios en su máxima expresión, en su expresión infinita, porque Dios más que ser elegante, heroico o noble, es la Elegancia, la Heroicidad, la Nobleza, y por eso imaginar un león aún más elegante, noble o guerrero, es acercarse más a la Fuente Absoluta de estas cualidades.

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Por lo demás, este ejercicio de Arquetipización-Elevación no es solo realizable con cosas extraordinarias, o especiales como un león, sino que puede ser hecho con elementos de la vida de todos los días como el perrito lulú de la casa, con ese cuadro que tenemos en la sala del comedor, con el tenedor grande que nos llamó la atención, con todo. Este ejercicio va llenando toda una vida, también la vida de la lucha cotidiana. Es decir, la vida cotidiana también puede servirnos de lente para ver las estrellas del cielo de las Arquetipías.

Además, ese ejercicio así de Arquetipización nos previene del mero fruir sensible de los seres de la Creación, porque entendemos, de forma explícita, que lo que estamos haciendo es viendo el reflejo de Dios en sus criaturas, buscando a Dios en ellas, y buscando la perfección divina en la imaginación de criaturas más perfectas. De esta manera, la Arquetipización que es un unirnos con Dios, termina siendo una vacuna para que no nos encharquemos en el mero deleite sensual de los sentidos al contemplar el Orden Creado.

Finalmente, del sentido de las Arquetipías, de lo Maravilloso, nace el horror a los desastres del Pecado Original.

Quien sabe que todo lo que es más perfecto –todo lo creado por la Arquetipización– nos acerca a Dios, pues considerará con horror todo lo que tiende a lo feo, a lo hediondo, a lo absurdo.

Así, ante un jarrón razonablemente lindo, el hombre imbuido de Arquetipización imaginará uno aún más bello, y entenderá que el jarrón que él tiene o contempla es la pista de vuelo para ir al Jarrón Arquetípico. Y al mismo tiempo sabrá que un Jarrón más simple que el que ya posee, es un retroceso en el camino hacia Dios.

De la misma manera con el hombre: el Hombre Arquetípico es ese más perfecto que camina hacia Dios, el Santo; mientras que el pecador es el hombre anti-arquetípico, el que se aleja de su Creador.

El tema, para el gran público, puede resultar novedoso. No obstante, ya se pueden ir viendo sus amplios panoramas que se confunden con el cielo.

Que la Virgen, la Reina de la Arquetipía, nos ayude en ese caminar.

Por Carlos Castro

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