“Yo si no soy como fulano, que quiere irse al cielo cual angelito tonto a estar aburrido sobre una nube per saecola saeculorum…”
Redacción (03/02/2024 12:47, Gaudium Press) El terrible daño que hacen esos ‘angelitos’ regordetes, flotando en nubes mullidas de algodón blanco, con sus liras o florecillas, con cara de quien no sufre pero tampoco de mayor felicidad; tampoco de sagacidad, o de inteligencia, dando la idea de que el cielo es solo esa flotación, así, por toda la eternidad… verdaderamente le hacen el juego al maligno.
Como le dijo un día un compañero envidioso a un conocido mío cuando estaba en la universidad, y ahí ya hacía gala de su deseo y actitud altiva de mantenerse fiel a la fe católica: “yo si no soy como fulano, que quiere irse al cielo cual angelito tonto a estar aburrido sobre una nube per saecola saeculorum. Yo prefiero el infierno, donde debe haber muchas orquestas tropicales…”
Se sorprenderá no poco el atacante si por su obstinación llega a caer en los penetrantes fuegos de la Gehena, pues allá la única música que va a escuchar son los rugidos horrendos de los cerdos alados infernales, junto a gritos atormentados y envidiosos de los demás condenados: “Allí habrá el llanto y el crujir de dientes…” (Mt 13,50), dijo un día y por siempre Jesucristo.
Pero lo cierto es que esas representaciones de angelitos bobos ‘celestiales’ hacen daño.
Un daño parecido al que hacen esas imágenes que aún circulan por ahí de ángeles de batas blancas de hospital, que apenas sirven para ayudar a cruzar charcos, y que se contraponen a las figuras de mefistófeles astutos y sutiles, que sí saben proponer sus tentaciones como apetitosas, que parecen sí tener las artes para convencer a sus incautos oyentes. Y lo peor es que esas representaciones erradas son casi que privilegio de ambientes católicos…
Entre tanto, ni los ángeles son así, ni mucho menos el Cielo es así.
El principio fundamental que debemos tener presente si queremos hacernos una idea de lo que es el Cielo, es que su Autor Omnipotente y de inteligencia infinita sabe más que nadie cómo dar la mayor felicidad posible al hombre, en la bienaventuranza eterna.
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Además, tenemos la voz del Doctor Universal de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, quien nos dice que aunque Dios puede hacer mejor todas las cosas que Él creó, tres no tienen esta posibilidad, como son la Humanidad del Verbo, la Madre de Dios, y la Bienaventuranza Eterna. Así lo recuerda el gran Cornelio a Lapide, de quien tomamos todas las citas de este artículo (1): “Santo Tomás pregunta si Dios podría hacer cosas más grandes, más perfectas que todas las que hizo y este Santo doctor responde afirmativamente; pero exceptúa sin embargo tres cosas: Jesucristo, la Virgen María y la bienaventuranza de los elegidos”. (p. 215)
Entonces el Cielo no solo es maravilloso sino que es insuperable.
Un Cielo donde se colmarán todas nuestras profundas ansias de felicidad eterna:
“Siete cosas son necesarias para la felicidad del hombre, dice el venerable Beda, y solo pueden encontrarse estas en el cielo: 1. Una vida a que no ponga término la muerte. 2. Una juventud no seguida de vejez. 3. Una luz que no deje de brillar. 4. Una alegría jamás alterada por la tristeza. 5. Una paz no expuesta a turbarse. 6. Una voluntad que no experimente obstáculos. 7. Un reino que no pueda perderse…”. (p. 216)
Allí habrá todo lo que se desea y nada de lo que no se desea:
“¿Cuál no debe ser, dice San Bernardo, la abundancia de un lugar en donde no hay nada de lo que no se quiere y se encuentra todo lo que se desea? (De Tripl. gen. bonor) La remuneración de los elegidos, dice en otra parte este gran Santo, es un torrente de delicias, un río impetuoso de goces”. (p. 217)
Cornelio a Lapide nos ayuda a profundizar en la manifestación de lo que San Pablo vio del Cielo: “El ojo no ha visto, el oído no ha percibido, ni el corazón del hombre jamás concibió lo que Dios ha preparado a los que le aman, dice San Pablo a los Corintios. (…) El ojo del hombre jamás ha visto; y sin embargo, ¿qué no ha visto el ojo del hombre? La hermosura del firmamento, las maravillas de la naturaleza, la primavera, las grandes ciudades, las grandes fiestas, etc… El oído jamás ha percibido; y sin embargo, ¿qué armonías no le han conmovido? ¡Ha oído cantos admirables, voces arrebatadoras, sinfonías maravillosas, el canto de los pájaros, la elocuencia de los oradores! El corazón del hombre jamás ha concebido. Escuchad su respuesta: Audivit arcana verba quae non licet homini loqui: He visto, oído y concebido maravillas que no puede expresar un hombre. (Il. Cor. XII. 4.)” (pp.217-218)
Maravillosas son las interpretaciones que hace Cornelio a Lapide sobre la visión del Cielo plasmada por San Juan en el Apocalipsis (21, 10-27). Recordemos primero lo dicho por el Apóstol Virgen en el último libro de la Biblia:
Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, y tenía la gloria de Dios. Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce Ángeles y nombres grabados, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al mediodía tres puertas; al occidente tres puertas. La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad es un cuadrado: su largura es igual a su anchura. Midió la ciudad con la caña, y tenía 12.000 estadios. Su largura, anchura y altura son iguales. Midió luego su muralla, y tenía 144 codos – con medida humana, que era la del Ángel -. El material de esta muralla es jaspe y la ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro. Los asientos de la muralla de la ciudad están adornados de toda clase de piedras preciosas: el primer asiento es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de crisoprasa, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista. Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla; y la plaza de la ciudad es de oro puro, trasparente como el cristal. Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra irán a llevarle su esplendor. Sus puertas no se cerrarán con el día – porque allí no habrá noche – y traerán a ella el esplendor y los tesoros de las naciones. Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero.
Aquí algunas de las interpretaciones que hace el sabio a Lapide de esos textos:
“6. Tiene una muralla de jaspe; esta muralla significa la fuerza y la seguridad de los elegidos. 7. Sus doce puertas indican que el cielo está abierto de todas partes y en todos tiempos y a todas horas, para los justos y para los Santos, sin excepción de personas. 8. Tiene doce cimientos. Estos doce cimientos significan que descansa sobre la santidad y sobre la doctrina contenida en el Símbolo de los Apóstoles, que tiene doce artículos. 9. Es cuadrada: lo que indica su exacta y perfecta arquitectura, así como la admirable unión de sus ciudadanos. 10. Es vasta y espaciosa; de donde se deduce su magnificencia y el inmenso número de sus habitantes. 11. Sus edificios y plazas son de oro puro como el cristal; porque en el cielo todo es puro y precioso, y todo se manifiesta a los elegidos. 12. Dios es su templo; porque los elegidos ven, respetan, honran, adoran y alaban a Dios y al Cordero. 13. Las naciones marcharán a su luz, y los reyes de la tierra llevarán su gloria a su seno; es decir, que en el cielo estarán reunidas la pompa y la gloria de todos los reyes, de los príncipes y de los pontífices. 14. El río de vida significa la abundancia de sabiduría y de todos los placeres puros. Los árboles, tan bellos y tan fértiles, señalan la inmortalidad y la eternidad. El cielo está construido por mano del mismo Dios: ¿Cuál no es pues su hermosura, su esplendor y sus riquezas?” (p. 219)
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Ya estamos muy lejos aquí de los bobos angelitos barrocos…
Además, si bien es cierto que la mayor felicidad en el Cielo será la Visión de Dios o Visión Beatífica —que es esa comunicación del alma con el Señor— no es menos cierto que el Creador buscará ofrecer al hermano-cuerpo del hombre una gloria proporcionada: las luchas aquí en la Tierra no solo las trabó el alma, también el cuerpo, y por ello el cuerpo también merecerá su glorificación y felicidad.
Como afirman varios autores, entre ellos el prof. Plinio Corrêa de Oliveira, sería comprensible y ‘arquitectónico’ que en el Cielo haya manjares fabulosos, que injeridos por el hombre no se descompongan sino que se transforman en materias maravillosas. Sería la felicidad específica del sentido del gusto. Y así con todos los sentidos.
Que también, por ejemplo, haya una comunicación con los ángeles que no sea solo directamente de espíritu a espíritu sino que estos usen de elementos sensibles, de tal manera que si un ángel quiere manifestar a un hombre una idea, se valga por ejemplo de movimientos de luces, o de objetos, use sonidos maravillosos, se manifieste con brisas aterciopeladas o perfumes finísimos, lo que constituya un lenguaje nuevo y maravilloso con el cual sea establecida una nueva comunicación angélico-humana.
También decía un día el Dr. Plinio, que se le hacía arquitectónico que la Creación material glorificada acompañe todo lo que los hombres van viendo de Dios en la Visión Beatífica, de tal manera que cuando por ejemplo el hombre comprenda en mayor profundidad un misterio de Dios, esto se acompañe de manifestaciones maravillosas del Cielo Empíreo, como por ejemplo fuegos de artificio inimaginables, o brillos de construcciones de piedras preciosas que nunca se habían visto, etc.
¿Como serán las ceremonias del Cielo? ¿Cómo serán las construcciones del Cielo? ¿O las conversaciones entre los Bienaventurados del Cielo?
Serán maravillosas, pues ya lo afirmaba el de Hipona: “La tierra, dice San Agustín, no es más que una cárcel; sin embargo esta cárcel es ya bella, agrada: ¿qué será pues la patria [celestial]? Si carcer ita pulcher est, ¿patria qualis est? (De Conffict. Vit.)” (pp. 216-217)
A esta altura, los angelitos barrocos de la nube más parecen una blasfemia…
El Cielo, donde encontraremos a Cristo, donde contemplaremos la mirada de la Virgen Bendita.
Pero el Reino de los Cielos lo “arrebatan los valientes”; llegan allá quienes vencen las duras luchas por mantenerse fiel a la Ley de Dios aquí en la Tierra. Es algo muy grande, que no se da de gratis. Pidamos a la Virgen que nos ayude, que nos de su gracia, que nos levante, que nos haga a su lado sus valientes.
Por Saúl Castiblanco
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(1) Tesoros de Cornelio a Lapide – Extracto de los comentarios de este célebre autor sobre la Sagrada Escritura, por el Abate Barbier. Traducción al español de la segunda edición francesa. Tomo primero. Librerías de don Miguel Olamendi, de don Eusebio Aguado, de don Leocadio López, y de don Francisco Lizcano. Madrid. 1866.
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