sábado, 23 de noviembre de 2024
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¿La alianza de Dios se puede romper?

¿Se puede deshacer el pacto que Dios hace con los hombres?

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Foto: Arautos Cotia

Redacción (17/03/2024, Gaudium Press) Durante este tiempo de Cuaresma, la Santa Iglesia desea instruir a sus hijos con lecturas que los preparen dignamente para las próximas celebraciones pascuales. Este quinto domingo, la liturgia trata sobre la alianza de Dios con los hombres.

Ahora bien, ¿ella puede ser deshecha? ¿Quién realmente la rompe, Dios o el hombre?

Alianza en el Antiguo Testamento

La primera lectura, extraída del libro del profeta Jeremías, dice:

He aquí, vienen días, dice Yaveh, en que concertaré con la casa de Israel y la casa de Judá una nueva alianza, no como la alianza que hice con sus padres cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto” (Jer 31,31).

Cuando Adán y Eva violaron la ley divina, comiendo el fruto prohibido, fueron expulsados del Paraíso por Dios (cf. Gn 3,22), pues ya no eran dignos de vivir en ese lugar preparado por el Creador con tanta predilección. Más tarde, cuando la humanidad había caído en una terrible decadencia moral, Dios envió el diluvio que cubrió toda la Tierra, concluyendo una nueva alianza con Noé (cf. Gn 9, 9-16). Sin embargo, los hombres volvieron a pecar, construyendo la Torre de Babel, y Dios los dispersó por la Tierra, confundiendo sus lenguas (cf. Gn 11,1-10). Más tarde, Dios hizo una alianza singular con Abraham, bendiciéndolo y prometiéndole una descendencia numerosa, incontable como la arena del mar (cf. Gn 12,1-4; 15,18). Los hebreos, sus descendientes, habiendo sufrido una cruel esclavitud en Egipto, fueron liberados por Moisés y vieron la mano de Dios realizar grandes maravillas y milagros ante sus ojos. A pesar de esto, no reconocieron sus caminos, adoraron a dioses falsos y murmuraron contra el Altísimo en sus corazones.

Vemos, por tanto, que, muchas veces a lo largo del Antiguo Testamento, la humanidad violó los preceptos divinos, no haciendo justicia a la misericordia divina, y fue, por esta razón, castigada por Dios.

Según una visión unilateral, seríamos llevados a creer que, ante tales prevaricaciones, es Dios quien rompe la alianza con los hombres cuando estos le ofenden. Sin embargo, lo que sucede es exactamente lo contrario: ¡son los hombres los que rompen la alianza con el Creador!

Aun así, Dios usa la misericordia hacia los hombres, como vimos anteriormente, haciendo nuevos pactos. En este sentido, el profeta Nehemías exclama que, aunque el pueblo ofendió a Dios, Él tuvo compasión de ellos: “Por tu gran misericordia, en nada los confundiste, ni los desamparaste, porque eres un Dios misericordioso y clemente. (Neh 9, 31).

De esta manera, Dios, en su insondable benevolencia, vino a la Tierra trayendo una alianza eterna, que nunca tendrá fin. Él vino a redimir a la humanidad, haciéndose víctima completamente en la Cruz, por amor a nosotros, y no negándose a sufrir las peores burlas y sufrimientos.

El evangelio de hoy resalta esta verdad, cuando Jesús afirma:

Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).

¡Ni siquiera la abundancia de nuestros pecados pudo borrar el amor divino, porque esta alianza no puede ser anulada por Dios! – ¡¿La romperemos nosotros?!

Para no quebrarla, basta con tener en cuenta el consejo que nos da Nuestro Señor en el Evangelio de hoy:

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor” (Jn 12, 25-26).

Se trata, por tanto, de pedir a Nuestro Señor, a través de las oraciones de María, que nos obtenga la gracia de desprendernos completamente de todo lo que nos aleja de la alianza establecida con nosotros mediante nuestro bautismo.

Que nuestro ser, nuestro corazón y nuestras aspiraciones estén anclados en esta alianza eterna, confiados en que Dios nunca nos abandonará.

Por Guillermo Motta

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