“…a medida que la va deshojando, prueba carnes verdes y amarillas más tiernas, más deliciosas, degusta pistilos más concentrados…”
Redacción (02/04/2024, Gaudium Press) Era frecuente que el prof. Plinio Corrêa de Oliveira se saliese de los padrones conocidos: son las dulces sorpresas del don de sabiduría, que brilla en los hombres con concentración de Dios.
Como cuando comparó el buen viaje del alma en esta vida a quien come una alcachofa.
Sí, una alcachofa, la de verdes pétalos, sencilla y deliciosa.
El ser humano comienza su periplo y va conociendo el universo que lo rodea, va alegrándose con unas cosas, a veces sin saber por qué, va comiendo los pétalos exteriores de la rosa verde de la Creación, que ya le anuncian, le traen una noción de algo más rico, más allá, más dentro.
A medida que la va deshojando, prueba carnes verdes y amarillas más tiernas, más deliciosas, degusta pistilos más concentrados, hasta que llega al corazón, que entre verde, amarillo y blanco, siente el gourmet que arribó a la esencia, al elíxir, al jugo más rico y concentrado de la verde rosa.
Así debería ser el caminar del hombre. El buen caminar.
A medida que va conociendo el Universo, el mundo de los hombres, de la naturaleza, de la cultura, el ser humano se va maravillando, se va dando cuenta de que la cualidad que tanto le llamaba la atención ayer, es buena sí, pero que debe haber algo más. Hasta que un día encuentra ese algo más, y se encanta, descansa. Pero después de un tiempo, ya como que se apropió de ese grado mayor, y desea algo más, busca algo más.
Es como el camino de un trompetista.
De regalo de su primera comunión un niño le ‘exige’ a su papá que le regale una trompeta.
– Pero fulano, si son costosas, ¿no será un capricho, como cuando me hiciste comprarte el equipamiento de béisbol?
– Que no, ya te dije que no, adoro los sonidos, su música, por favor, por favor… regálame una.
El Padre mira a su mujer, siempre de ojos arregalados y complacientes con los deseos del crío, y parte al sector de la ciudad donde se ubica el enjambre de prenderías a ver si encuentra algo que se pueda permitir.
Después de escudriñar y regatear, consigue la que le mejor le pareció, que necesitaría algunos arreglos, pero que sabe que quedará como nueva, reluciente.
Llega el día y el chico abre la caja, besa a su madre y abraza cual oso triturador al padre, quien sonríe pero le advierte con mirada y gestos que lo obligará a soplar y a soplar hasta que se le salgan los pulmones, hasta que le haya dado hartas razones para no creer que perdió el tiempo y el dinero.
No obstante, más miradas o advertencias no serán necesarias.
El muchacho desde ese primer día le saca de los tubos dorados sonidos destemplados, que logran abrirse paso por la brillada campana. Había hecho ‘trampa’, porque en los días previos había ensayado con un cornetín que conservaba desde el inicio de los tiempos. Había pues probado el primer pétalo de la Alcachofa.
Viendo que el entusiasmo no se apagaba, los padres lo inscriben en un curso de la universidad pública, donde el maestro para animarlo, interpreta un trecho del ‘Verano’ de las Cuatro Estaciones de Vivaldi; ágilmente, con arte. El chico queda extasiado. Segundo pétalo de la Alcachofa. Estaba decidido, sería trompetista.
– Ya veremos, a su hora, replica el Padre, cuando con solemnidad el chico le comunica la decisión. Ojalá no haya cometido un error comprándote eso. Por en cuanto, solo una condición para que siga pagándote las clases: buen rendimiento en los estudios. El día que pierdas una materia, trompeta confiscada y ciao pescao. ¿Entendido?
A decir verdad, el crudo chantaje fue lo mejor que pudo haber ocurrido, porque el chico ponía ahora más cuidado a lo que explicaban los profesores, para así tener los conocimientos claros y rápidos al momento de realizar las tareas en casa.
Pero terminadas las tareas, a soplar su trompeta, que iba siendo cada vez más domesticada con tesón y constancia.
Terminado el ciclo secundario, no cabía la duda en el corazón de los padres.
– Mamá, Papá, presenté los exámenes de admisión a la carrera de música en la universidad y pasé. Había muchos aspirantes, pero aunque no ocupé los primeros lugares, fui uno entre mil.
– Si eso es lo que te hace feliz… La vida de los músicos es a veces la de los indigentes, a veces en las calles; pero vemos que es tu pasión, nada que hacer, dijo el padre. Debes dedicarte, esforzarte, para no ser uno más del montón.
Ya en la universidad se da cuenta que la trompeta se entiende mejor cuando se incluye entre los múltiples instrumentos de una orquesta. Estudia además profundización en solfeo y además varios cursos de teoría musical y sus conocimientos de la música que eran sensibles y experimentales, limitados casi a un instrumento, se van volviendo más teóricos, más abstractos, más generales, más amplios. Tercera, cuarta hoja de esa Alcachofa.
Entiende que si Vivaldi conjugó las notas, los ritmos y las tonalidades para ilustrar cada una de las cuatro estaciones, no lo hizo al azar, y que sí, que las partituras del Otoño exhalan algo o mucho de la tristeza serena de las hojas que se van tornado amarillas y comienzan a caer de los árboles; que las notas de la Primavera sí reflejan los ríos que vuelven a correr a medida que se va realizando el deshielo, y que los brotes de margaritas ya anuncian el abundante colorido de las flores de los suelos y las praderas.
– Ahh, música que puedes reflejar e incitar la alegría, o la tristeza, o la vivacidad, o la plenitud. Pero esto no es solo la música. Así como los acordes del invierno de Vivaldi espejan tristeza, también una rosa negra, o una dama que llora evidentemente; la tristeza es como una nube que sobrevuela por encima y se conecta con ciertas situaciones y objetos sensibles de nuestro mundo.
Y también alegría no es solo la de la primavera de Vivaldi, sino la de un cachorrito que salta en torno a su niña dueña, la de mi padre y mi madre cuando estuvieron en la ceremonia de mi graduación como profesional músico. La alegría es como una nube dorada encima de nuestras cabezas que se conecta de vez en cuando por medio de rayos con situaciones en la tierra. Quinta, sexta, séptima, octava hojas de la Alcachofa.
Entre tanto, el joven va sintiendo que alegría, tristeza, belleza, fealdad, bondad, maldad, todos esos sentimientos o nociones se dan en grados, a veces mayores, a veces menores, pero para que se pueda hablar de algo mayor o menor, debe haber un valor supremo que les sirva de referencia: Una Belleza Perfecta, una Bondad Total, una Verdad Suprema. Comienza así a llegar al Absoluto, al corazón de la Alcachofa, que evidentemente es el Hacedor de las Alcachofas y de todo el Universo, el Dios Eterno.
Ese es el buen Proceso Humano aquí en la Tierra, el que apunta, camina y llega al Absoluto, el de quien lo recorre, que va adquiriendo cualidades del absoluto, que se transforma y brilla como reflejo de ese Absoluto.
El problema es cuando se trunca ese proceso, cuando se corta ese camino.
Porque preferimos las visiones parcializadas, cuando nos apegamos a una hoja de la alcachofa creyendo que ya hemos hallado el corazón, hasta el día en que la hoja nos dice ‘no, soy sólo un pétalo…’ y viene la frustración.
No hay salida: o buscamos el corazón de la alcachofa o nos frustramos, pues somos Esclavos del Llamado del Absoluto.
Pero esto es imposible hacerlo sin la gracia, es decir, sin la oración y los sacramentos, pues la tendencia del hombre es a apegarse a los pistilos exteriores de las hojas de la alcachofa.
La vida del hombre es como un dilema: cada uno es proyecto de diamante que o solo llega a ser piedra tosca o que con el auxilio de la gracia llega a ser su particular ‘Kohinoor’, o como decía el Dr. Plinio el “Príncipe heredero de sí mismo”.
La diferencia la termina haciendo el que aceptó, con humildad, que debe siempre juntar las manos para suplicar a Dios las fuerzas, y así ser pulido en el camino e ir brillando como cristales cada vez más cercanos del puro Absoluto.
Pero ahí, cuando el hombre pide esas fuerzas para el camino de la vida, ocurre un milagro: el hombre se da cuenta que el corazón de la alcachofa es el corazón de Dios, que lo transforma en su Kohinoor y lo introduce en su Corazón.
Por Saúl Castiblanco
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