jueves, 21 de noviembre de 2024
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La Madre de Todas las Tentaciones

Y la doble solución a la Madre de Todas las Tentaciones.

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Foto: Taylor Van Riper en Unplash

Redacción (03/04/2024 17:29, Gaudium Press)  Hay un problema en la presente ‘construcción humana’, en el ente humano post-Adán, según lo dibujó un día magistralmente el prof. Plinio Corrêa de Oliveira.

Resulta que todo nuestro ser, nuestro espíritu, está hecho para volar hacia Dios: así lo hizo Dios.

Cada célula de su ser ansía la Bondad Total, la Belleza Sublime, la Verdad Cristalina, y cuando comienza a caminar en este mundo, él se maravilla con todos sus reflejos, lo que le da la impresión de vivir en un Reino Encantado: el pajarillo de la casa o del parque es un ave del paraíso, los padres son casi Dios encarnados, todo lo que es nuevo (que es casi todo), le encanta en su belleza, son buenas las cosas, son reflejos de la verdad.

El niño inocente es como un chorro robustísimo de luz dorada o plateada que se lanza fuerte y directo hacia la Perfección del Creador, por vía del Universo que va descubriendo, como si esto fuese ya el Cielo.

Sin embargo, sin embargo… esto aquí, que sí tiene reflejos de Cielo, muchos, muchísimos, es no obstante y también un camino penitencial, un valle de lágrimas.

Y un día el niño se choca con las lágrimas de este valle que se le hacía de hadas.

Será cualquier decepción de las muchas que hay en esta vida, tal vez una decepción con la visión dorada que tenía del padre, o del amigo, o la constatación de que en su ser que se le hacía completamente de oro, es probable que también aniden algunas alimañas, que cuando afloraron sus cabezas tal vez ya lo haya hecho sonrojar…

Entonces, viene la mayor tentación del ser humano en esta Tierra, una tentación que podríamos llamar la Madre de las Tentaciones, tentación también aupada por el Maligno:

— Todo eso que usted vio, dorado, en este mundo, eso dorado que le hablaba incluso de la existencia de un Super Dorado más allá de las estrellas, es mentira. Todo, tooodo, jajajaja, sopla fuerte el horrendo y sibilino bicho.

Entonces se produce un dolor en el alma que parecería que se estuviera desgarrando en mil jirones.

— Pero entonces, grita el alma, ¿todo era mentira? ¿Eran mentira los atardeceres de color lilás y naranjas, y eran mentiras el cortejo de virtudes cristalinas que veía en quienes me engendraron? ¿Era mentira que todos eran buenos, era mentira que los animales eran dóciles, era mentira el brillo de los peces de colores en el mar? ¿Será que era mentira que Dios bajaba en el paraíso a conversar todas las tardes con Adán? Es mentira el ratón Pérez, ¿será mentira… el Niño Dios?

Porque la inocencia es el pedestal de la fe, y cuando se intenta quebrar la inocencia, eso repercute directamente en la fe, en la relación y la esperanza en Dios. Que el niño o el hombre dude de ‘lo dorado’, es análogo a si dudara del primer artículo de la Fe. Que crea que no existe la maravilla en los hombres, repercute en su creencia en la maravilla de la Sociedad Celestial.

Ante lo oscuro del mundo, el alma suele tomar una de dos actitudes, que se pueden combinar.

Una es decirse: “Ahhh, entonces, ¿todo es entonces oscuro, es ruin? Pues yo seré más violento, más rudo, llegado el caso seré más ruin. Van a ver quién soy yo…” Y otra actitud es la de meramente refugiarse en su mundo interior, para intentar conservar allí su castillo dorado, la visión de su castillo dorado. Sin embargo, ni una ni otra son adecuadas y vamos a mirar por qué.

Primero, porque aunque los hombres sean proyectos de demonios, y a veces lo son en realidad, también son proyecto de ángeles, y también los hay de carne y hueso. Creer que en el reino humano todo es negro, no pasa de una falsa generalización.

Además, con mucha frecuencia, el hombre que se decepciona deprimente o rabiosamente con el universo, no ha integrado en su cosmovisión a la criatura más perfecta que existe, que es la gracia, esa comprada con la sangre de Cristo, y que es capaz de convertir las piedras en otros hijos de Abrahán, que es capaz de transformar los carbones en diamante, que inclusive consigue encarcelar a las propias serpientes interiores, que existen, aunque queramos negarlas.

Esas actitudes son inadecuadas, porque al mismo tiempo que Dios quiere educarnos con el Libro del Catecismo, también quiere educarnos con el Libro de la Creación, incluso de esta Creación herida con el puñal del Pecado Original:

Si no hubiera existido la traición de Judas, no entenderíamos ciertos aspectos de la bondad extrema de Dios, que quiso hasta el final salvarlo. Nos maravillamos con la inocencia de un Santo Tomás de Aquino, a quien cuenta la tradición que Dios ciñó con el cíngulo místico de la castidad cuando rechazó la mujer impura que le ofrecían los hermanos. Pero también nos encantamos con San Agustín, que de orgulloso, adúltero y mini-sabio mundano, la gracia transformó en ángel de luz de la teología católica, justamente en el Doctor de la Gracia: ese es incluso el Universo católico, la Iglesia, donde hay pináculos que mantuvieron su inocencia, y pináculos que se reirguieron del pecado, y de la acción de Dios. Tanto en unos como en otros, podemos conocer de Dios, en todos Dios muestra su ser.

La solución a la Gran Tentación es pues dupla:

Tomar el Universo como es, con sus luces y sus sombras, dejarse educar por la presencia y la acción de Dios en él, y sobre todo, integrar en la Cosmovisión propia la visión católica, particularmente la de la acción de la gracia, que es potencia de maravilla ya aquí en la Tierra, que nos muestra que detrás de las nubes grises el cielo existe y es siempre azul, como decía Santa Teresita.

Gracia que rechazada, la vida se trasforma en caverna oscura.

Pero Gracia que puede transformar las nubes grises, en polvo de oro y de cristal.

Por Saúl Castiblanco

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