Un hombre maduro es aquel capaz de, con su inteligencia, voluntad y sensibilidad, producir cosas más excelentes.
Redacción (22/04/2024, Gaudium Press) Muchos han tenido la experiencia –ciertamente nada agradable– de saborear una fruta aún verde. El color indefinido, la consistencia cuestionable y el sabor amargo bien pueden caracterizar esta sensación. De hecho, todo el atractivo de la piel, el jugo de la pulpa, la riqueza de la semilla y, por supuesto, el sabor, sólo se materializan cuando el fruto está completamente maduro y, por tanto, cuando ha desarrollado todo lo que contiene.
Sin embargo, no es posible que la fruta madure sin pasar por el sol, la lluvia, el viento y diversos tipos de clima natural.
Ahora bien, con el hombre ocurre algo parecido: entre la fruta inmaduro y la poca experiencia de niños y jóvenes, y el fruto maduro y la respetabilidad de la edad adulta, existe una correlación. Sin embargo, esta correlación no sigue reglas matemáticas exactas. Como observa Dom Rafael Cifuentes en su obra La madurez, “los años influyen mucho en el grado de madurez de una persona, pero no lo condicionan inevitablemente. Podemos encontrar una notable madurez en personas muy jóvenes, y una inmadurez casi infantil en hombres y mujeres mayores de cincuenta años. El criterio no es la edad; el criterio es el hombre.”[1]
El hombre maduro
En pocas palabras, un hombre maduro es aquel capaz de, con su inteligencia, voluntad y sensibilidad, producir cosas más excelentes, buscando intentar superarse cada día.
Por supuesto, las formas de madurez varían según la constitución psicológica de cada persona, pero los efectos siempre serán pensamientos, sentimientos y decisiones bien reflejados. Es decir, una seguridad y serenidad tal que cualquier acto, por arduo y audaz que sea, pueda realizarse sin dejadez ni muestras de esfuerzo o desesperación. Pero no te preocupes, lector: este profundo equilibrio del alma, afortunadamente, se puede adquirir.
¿Cómo podemos, después de todo, dejar de ser una fruta verde?
Por tanto, domesticar los ánimos y las pasiones; objetividad y superación de la imaginación desordenada, que podríamos traducir como “tener los pies en la tierra”, sin perder el tiempo en ilusiones; desempeñar bien el deber y adquirir responsabilidad; La paciencia, especialmente ante los fracasos y contratiempos de la vida diaria, son rasgos indicativos de madurez, según Cifuentes. [2]
Pero todo esto se puede resumir completamente, en una sola palabra: SUFRIMIENTO.
Todo hombre sufre; nadie está excluido de esta regla, en absoluto. Sin embargo, las adversidades que permean nuestra vida diaria a menudo se consideran “no muy bienvenidas”. Nada más natural: lo contrario se llama masoquismo.
Por tanto, no se trata de disfrutar el sufrimiento, sino de aceptarlo bien. Recibirlo siempre con paz y serenidad de alma, con resignación, sin rehuirlo, teniendo siempre presente a Aquel que sufrió infinitamente más, y que murió en la Cruz para redimir a los hombres.
Dirigiéndonos a Él y a Nuestra Señora, invocada como Auxiliadora de los cristianos, encontraremos fuerzas para afrontar con énfasis las pruebas permitidas por Dios. De esta manera nuestra alma desarrollará todo lo que necesita para desarrollarse y nos transformaremos en frutos sabrosos y agradables al paladar de Dios.
Por Alessandro Tiso
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[1] Cifuentes, Rafael Llano. A maturidade. 3ª edición. São Paulo: Quadrante, 2021, pág. 8-9.
[2] Ibídem. pp. 29-95.
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