Dios manifiesta su amor inagotable a los hombres abriéndoles las puertas de la convivencia trinitaria mediante la obra redentora de su Hijo.
Redacción (27/05/2024, Gaudium Press) La Encarnación del Verbo reveló a los hombres un misterio reservado para la plenitud de los tiempos: la existencia de Tres Personas en unidad divina. ¡Dios es una Trinidad! Una realidad tan sublime trasciende los criterios humanos, iluminándose sólo a través de la fe: la única esencia de Dios es el Padre que genera eternamente al Hijo en el perfecto y pleno conocimiento de sí mismo, haciendo proceder el Espíritu Santo de la relación amorosa entre ellos.
Este conocer y amar divinos son infinitos, inseparables y completísimos. De esta manera, cada una de las Tres Personas es igual a la esencia divina misma, y de ninguna manera dividen su unidad perfecta, distinguiéndose entre sí sólo por relaciones mutuas. Por tanto, la vida trinitaria no altera la sencillez cristalina y la unidad divina, sino que se identifica con ella.
Por el hecho de generar, sólo la Primera Persona tiene el título de Padre; por ser generada, sólo la Segunda Persona merece llamarse Hijo o Verbo; por el hecho de proceder de ambos, la Tercera Persona se llama Espíritu Santo, cerrando este circuito misterioso, resplandeciente de luz y gloria que es la Trinidad. ¡Ninguna otra diferencia distingue a los Tres que son Uno! Y esta es la vida plena de Dios. El Padre es el principio de toda deidad, según expresión de San Agustín. Ahora bien, plenamente capaz de conocerse a sí mismo, sería “infeliz”, por así decirlo, si no se explicitase completamente a sí mismo, ya que no hay felicidad perfecta cuando la naturaleza no logra lo que le es inherente.
Conociéndose a sí mismo, el Padre se expresa plenamente en su Verbo eterno, que es Imagen tan perfecta del Padre (cf. Hb 1,3) que se equivocaría quien afirmara que constituyen dos inconmensurables, dos increados y dos omnipotentes. Por el contrario, los Dos son Un inconmensurable, uno increado y uno omnipotente, como nos enseña la antigua y poética profesión de fe atribuida a San Atanasio. Entonces, ¿qué diferencia al Padre del Hijo si son iguales en todo? Sólo sus relaciones opuestas: el Padre engendra al Hijo, y el Hijo es engendrado por el Padre.
En una palabra, lo que define al Padre es generar: ser la Persona Divina que sin interrupción, desde toda eternidad y por toda la eternidad, está generando continuamente al Hijo, comunicándole la plenitud de su propia naturaleza divina, agotándose por vía intelectiva de manera que no resta nada a dar de sí mismo. Esta propiedad del Padre, de ser Quien genera, indica una comunicación perpetua dentro de la Trinidad por el hecho de que no proviene de ninguna otra Persona Divina sino que es el origen de las otras dos. De ahí que se pueda decir que el Padre, además de la fuerza infinita de Dios para conocerse a sí mismo, es también la aspiración de Dios de ser plenamente conocido, de comunicarse.
En cuanto al Hijo, Santo Tomás lo define como la “emanación intelectual” del Padre. Dado que en Dios el ser y el entendimiento son idénticos a la esencia divina, la Segunda Persona se genera a partir del acto de inteligencia del Padre, que tiene como propios los títulos de Hijo y Verbo. Por eso, en la primera manifestación pública de la Trinidad a los hombres, durante el bautismo de Jesús en el Jordán, así como en la cima del monte de la Transfiguración, el Padre quiso manifestarse por la voz, indicando que allí estaba su Palabra, su Verbo, en quien había puesto toda su complacencia.
El Espíritu Santo, a su vez, proviene de la relación de amor que se establece inmediatamente entre el Padre y el Hijo. Como el Padre conoce plenamente al Hijo y el Hijo conoce plenamente al Padre, y ambos son el Bien sustancial, los Dos se aman y de esta relación pura, sublime y afectuosa surge el Espíritu Santo, que es Amor Personal.
Dios es glorificado en sus obras
En su continuo proceso trinitario, llamado por los teólogos de pericoresis, el Dios Trino disfruta del auge infinito de toda bienaventuranza imaginable. ¡Las Tres Personas encuentran sus delicias en esta vida eterna que consiste en estar indisolublemente unidas, mirarse y amarse bien! No les falta nada.
Sin embargo, como el bien es eminentemente difusivo y se complace en comunicar, la Trinidad tomó la libre decisión de crear el universo, compuesto por una innumerable multitud de criaturas dispares y complementarias, muchas de las cuales, como los ángeles, escapan al conocimiento sensible de los hombres. Dios hizo todo con tal grandeza, proporción y armonía que, al concebir a cada ser, le dio una razón de existir, un simbolismo y un propósito. Ninguno, por pequeño que fuera, fue creado al azar.
El fin supremo de toda la creación es magnificar a su Artífice, como dice el Salmo: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (18, 2). El Creador quiso comunicar su bondad y encanto a las obras de sus manos. Entre ellos, sin embargo, existe un orden establecido. Algunos, como se indicó anteriormente, lo reflejan de una manera distante. Se trata de las llamadas huellas divinas, entre las que se encuentran criaturas irracionales: animales, vegetales y minerales. Otros, en cambio, llamados a reflejarlo de manera más perfecta, participan de algo en su propia vida a través de la capacidad de conocerlo y amarlo, así como de acogerlo en sus corazones como verdaderos templos santos.
Estos son los seres inteligentes: Ángeles y hombres. ¡He aquí la sublime jerarquía de la creación! En la cúspide del universo, como punto monárquico que le da sentido y brillo, está Jesucristo, el Verbo Encarnado. Surge como el más bello entre los hijos de los hombres, el Alfa y la Omega, el arquetipo ideal que brilla por encima de los Ángeles.
La Santísima Trinidad, como bien sabemos, actúa siempre por amor y en perfecta concomitancia; los Tres son inseparables en la economía de la salvación. Sin embargo, para que podamos comprender mejor la diversidad de las Personas divinas, sus intervenciones llevan un sello trinitario. Todo hombre o mujer, por ejemplo, es capaz de tener tres amores: filial, conyugal y paterno o materno. Además, adaptándose a nosotros con extrema compasión, el Dios Trino hace que, en determinadas acciones, el “timbre” de una Persona sea más notorio que el de las otras dos. Así, la creación generalmente se atribuye al Padre; al Hijo, la Redención; al Espíritu Santo, la Santificación.
Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
(Extraído, con adaptaciones, de: Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens, v. 2.)
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