jueves, 21 de noviembre de 2024
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El origen de la Solemnidad del Cuerpo de Dios o Corpus Christi

Un milagro portentoso está en el origen de la tradicional fiesta del Corpus Christi, solemnemente celebrada en todo el mundo católico. “Aunque renovamos cada día en la Misa la memoria de la institución de este Sacramento, consideramos aconsejable que se celebre más solemnemente al menos una vez al año para confundir especialmente a los herejes” (Papa Urbano IV).

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Foto: Cathopic/Dulce María.

Redacción (30/05/2024, Gaudium Press) En el lejano año 1263, un sacerdote llamado Pedro, originario de Praga, según la tradición, caminaba hacia Roma. Al verse muy tentado en su creencia en la presencia real de Cristo en la hostia consagrada, emprendió una peregrinación para revitalizar su fe vacilante, ya que su identidad sacerdotal estaba en juego en ese período atormentado de su vida. Al acercarse a Bolsena decidió entrar en la ciudad para postrarse ante la tumba de santa Cristina —mártir de los primeros siglos del cristianismo, de la que era muy devoto— y celebrar allí la Eucaristía.

Durante la Misa volvió a él la duda atroz que lo atormentaba y pidió insistentemente la intercesión de la Santa para alcanzar esa misma fuerza en la Fe que la hizo afrontar el martirio.

En el momento de la Consagración, sosteniendo la hostia en sus manos, pronunció las palabras rituales: “Este es mi Cuerpo…”. Inmediatamente ocurrió el milagro: la hostia tomó un tono rojizo y comenzó a gotear sangre, que cayó copiosamente sobre el corporal. Los fieles presentes también pudieron contemplar el acontecimiento y, asombrados, lo comentaron con la vivacidad característica de la región.

¿Cómo continuar la celebración después de esta impresionante manifestación divina? Al sacerdote le faltó coraje. Lleno de inmensa alegría y, al mismo tiempo, de gran emoción, interrumpió la misa, envolvió en el corporal las especies eucarísticas y se dirigió a la sacristía.

Su tortuosa duda se disipó, su alma se llenó de fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y su corazón rebosaba de gratitud a Dios y a su santa intercesora.

Tras los momentos iniciales de fuerte emoción, decidió ir sin demora y comunicar el milagro al Papa Urbano IV, que entonces residía temporalmente en la vecina ciudad de Orvieto. También quiso confesar su pecado de duda al Vicario de Cristo y pedirle la absolución.

Investigaciones y confirmación del milagro

Con suma paternalidad, el Pontífice lo atendió, junto con los clérigos y otros testigos del prodigio. Tras escuchar atentamente todos los detalles del suceso, decidió enviar a Bolsena una comisión encabezada por el propio arzobispo de Orvieto —se dice que en ella formaban parte santo Tomás de Aquino y san Buenaventura— encargada de llevar a cabo una rigurosa investigación de los hechos y, si se confirma el milagro, traerle las preciosas reliquias.

Después de cuidadosas comprobaciones, la comisión concluyó que efectivamente se había producido un milagro. Luego se formó una espléndida procesión para llevar las reliquias de valor incalculable. En él participaron dignatarios y una multitud de fieles de la ciudad de Bolsena, agitando ramas de olivo. A su encuentro llegó otra procesión desde Orvieto, formada por el Papa, su corte, miembros del clero y numerosas personas.

Urbano IV se postró de rodillas en el suelo para recibir la Sagrada Hostia envuelta en el corporal de lino impregnado con la Preciosísima Sangre de nuestro Redentor. Luego todos fueron a la antigua catedral. Allí, las Sagradas Especies y el corporal fueron mostrados al público, exultantes de alegría y emoción, antes de ser colocados en el sagrario.

Con toda la Iglesia, el Papa tenía conocimiento del famoso milagro de Lanciano, en el que la hostia consagrada y el vino se transformaron en carne y sangre visibles y tangibles, conservándose así, sin descomponerse, desde el siglo VIII. Además, era confidente de santa Juliana de Mont Cornillon, quien, en visiones místicas, había recibido del cielo el encargo de transmitir a la Iglesia el deseo divino de incluir en el calendario litúrgico una fiesta en honor de la Eucaristía.

Santa Juliana de Mont Cornillon

En 1208, cuando apenas tenía 16 años, Juliana fue objeto de una visión singular: un disco blanco refulgente, similar a una luna llena, con uno de sus lados oscurecido por una mancha. Después de algunos años de intensa oración, se le reveló el significado de aquella luminosa “luna incompleta”: simbolizaba la Liturgia de la Iglesia, a la que faltaba una solemnidad en alabanza del Santísimo Sacramento. Santa Juliana de Mont Cornillon fue elegida por Dios para comunicar este deseo celestial al mundo.

Pasaron más de veinte años hasta que la piadosa monja, venciendo la repugnancia que le brotaba de su profunda humildad, decidió llevar a cabo su misión, dando cuenta del mensaje que había recibido. A petición suya, se consultó a varios teólogos, entre ellos el padre Jacques Pantaléon, futuro obispo de Verdún y patriarca de Jerusalén, que se mostró entusiasmado con las revelaciones de Juliana.

Al cabo de algunas décadas, y ya tras la muerte de la santa vidente, la Divina Providencia quiso que este fuera elevado a Solio Pontificio, en 1261, tomando el nombre de Urbano IV.

Institución de la Fiesta del Cuerpo de Dios

Y ahora, visto lo ocurrido en Bolsena, Urbano IV ya no tenía dudas sobre lo que tenía que hacer.

Así, el 11 de agosto de 1264, mediante la bula Transiturus de Hoc Mundo, instituyó la Fiesta del Corpus Christi, extendiendo a todo el mundo cristiano el culto público a la Sagrada Eucaristía, que sólo era oficiada en algunas diócesis, bajo la influencia de Santa Juliana.

Cincuenta años después, el Papa Clemente V hizo obligatoria la celebración de esta Fiesta de la Eucaristía. Y el Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, oficializó las procesiones eucarísticas, como acción de gracias por el don supremo de la Eucaristía y como manifestación pública de fe en la presencia real de Cristo en la Sagrada Hostia.

Así, se instauró en toda la Iglesia la “Fiesta en la que el Pueblo de Dios se reúne en torno al tesoro más preciado heredado de Cristo, el Sacramento de su propia Presencia, y lo alaba, canta y lo lleva en procesión por las calles de la ciudad” (Juan Pablo II, Homilía durante la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, 14/6/2001).

Para contener las preciosas reliquias del milagro de Bolsena, la piedad católica construyó un espléndido relicario y luego erigió la hermosa catedral gótica de Orvieto, cuya colorida fachada sigue siendo objeto de admiración en todo el mundo.

Por el Padre David C. Francisco, EP

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