jueves, 21 de noviembre de 2024
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En nosotros está la decisión, de ser arena o polvo dorado de estrellas

Más inteligentes que Einstein, más fuertes que Mr. Atlas, más sabios que Newton…

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Foto: Jingda Chen en Unplash

Redacción (01/06/2024, Gaudium Press) La oración, ¡qué necesaria y cuán difícil que el hombre de hoy entienda su importancia!

En buena medida la dificultad reside en que no la valoramos; y no lo hacemos porque desconocemos el valor de la gracia, que es lo que nos aporta la oración. Desconocemos cómo son las leyes propias de la vida interior, no tenemos presente que la oración es más necesaria que el aire que respiramos, pues nos abre la puerta de la gracia, y no sabemos bien qué es la gracia.

Pero como la gracia no grita, sino que es discreta…

Sin gracia, que es vida divina participada, el hombre es como un zombie que camina por inercia sin saber que es zombie. Sin gracia el hombre es como un muñeco de cuerda sin alma.

Sin la gracia somos como alguien que pudiese ser un verdadero superhombre, como alguno que pudiese recorrer diez millas en un segundo, sumergirse en los corales del Caribe por días sin salir a buscar aire, alguien que tuviese la potencia de volar por los atardeceres de la Polinesia y luego por los amaneceres del litoral del Brasil, para después ir a visitar el Mont Blanc; pero el hombre se pierde de mil maravillas porque no tiene la gracia.

Superman no es nada, al lado del hombre con gracia.

El hombre con gracia es más inteligente que Einstein, pues participa de la inteligencia del Paráclito; su fortaleza es superior a la de Mr. Atlas, pues se nutre de la fuerza del León que vivió en Judá; su ciencia no la posee ningún Newton, pues vive del conocimiento de quien es Autor del Cielo y la Tierra. Pero como el hombre no sabe lo que es la gracia, ni como se accede a ella –o como se acrecienta o recupera– pues termina siendo más tonto que el Bobo Pomponio, más débil que Juan el Raquítico, más ignorante que el Burro que se creía flautista, el de la fábula de Iriarte.

A veces no valoramos la gracia no por ignorancia, sino por mundanismo.

Es decir, aunque hayamos recibido buenos cursos de catecismo –de esos que insisten en que sin la gracia de Cristo nada podemos hacer– vivimos como ateos prácticos de la gracia, porque el mundo no reza ni prestigia al hombre que reza, y como vivimos pegados del mundo, Vicente va para donde va la gente…

Es decir, es como si en el catecismo hubiésemos aprendido la fórmula de transformar la arena en oro –hallado la piedra filosofal–, o hubiésemos descubierto el mapa para encontrar la fuente de la eterna juventud, pero luego los hubiésemos engavetado en el closet, o tirado arriba en el desván de los olvidos.

Preferimos ‘las cuatro (o nueve, o siete) leyes infalibles para el éxito’ de cualquier bonzo de volátil moda, o ‘el secreto escondido del mindfulnessdel último coach de cartelera, o quien sabe qué, y mejor si es autor de uno de los ‘libros más vendidos’ de cualquier escalafón arbitrario. Sin embargo, la gracia, que no es otra cosa sino verdadera y embotellada vida divina, ella, pues, para las monjitas y los viejitos…

Entonces, ¿está usted diciendo que no hay que formarse en las artes humanas, que no hay que aprender, sino que es solo rezar?

Evidentemente no.

Lo que estoy diciendo es que ahí está la gracia, que actúa al interior del hombre como si Godofredo de Bouillon se hubiese posesionado dentro de ese pajecillo con paludismo que somos nos, con la posibilidad de transformarnos en guerreros de los más formidables de la Historia.

Pero como somos naturalistas y no accedemos a la gracia, como no rezamos, pues seguimos siendo meros, palúdicos, y poco útiles mocillos de espadas.

Sin embargo ahí está la gracia, que continúa tocando y tocando la puerta, y nos sigue diciendo:

– “Heme aquí, soy tesoro de rubí comprado con la sangre de Cristo. Quiero vivir en ti, impregnarte completamente en mí, con lo que serás la mejor versión de ti, sublime. Quiero ser tu super-alma. Acógeme, no me rechaces. Toma el Rosario y empieza a rezar…”.

En nosotros está la decisión, de ser arena o polvo dorado de estrellas.

Por Carlos Castro

20170901 JPR 4143

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