La procesión mariana del “Renacimiento Eucarístico Nacional” pasó por la diócesis de Mons. Barron. “Amamos a Dios, y de ahí surge el amor a quienes Dios ama”, dice el Obispo.
Redacción (18/06/2024, Gaudium Press) Para Mons. Robert Barron, el conocido obispo de Rochester en los EE.UU., la liturgia bien cuidada y hasta pomposa no va en contravía con el servicio a los pobres, según expresa en artículo difundido por la Agencia Zenit.
Resulta que en el marco de la campaña “Renacimiento Eucarístico Nacional”, iniciativa promovida por el episcopado americano, “la peregrinación mariana recorrió mi diócesis en dirección a Indianápolis. Procesionamos con el Santísimo Sacramento por las calles de Rochester, Minnesota, y luego celebré una Misa grandiosa y festiva en el Centro Cívico de la ciudad. Pocos días después, celebré una Misa en la ciudad de La Crescent, que se encuentra justo en la orilla de Minnesota del río Mississippi, y luego procesioné con la Eucaristía, en compañía de unas tres mil personas, hasta La Crosse, en la orilla de Wisconsin. Al final de la procesión, entregué la custodia a mi colega, Gerard Battersby, obispo de La Crosse, y celebramos juntos la Misa para la multitud congregada en el Centro Cívico de La Crosse. Todos estos servicios de oración y liturgias eucarísticas se caracterizaron por los cantos, las campanas, el incienso que salía de los incensarios, los suntuosos ornamentos y las letanías en abundancia”. Al día siguiente Mons. Barron participó en una liturgia de ordenación sacerdotal, “una de las más bellas del repertorio de la Iglesia”.
“Todo ello fue maravilloso, dice el obispo de Rochester. Todo ello, estoy seguro, elevó los corazones y las almas de quienes lo vivieron. Pero en la mente de algunos, este tipo de gran despliegue litúrgico da lugar a una pregunta, incluso a una crítica: ¿Qué tiene que ver con la labor de la Iglesia de atender a los enfermos y los necesitados? ¿Qué tiene que ver todo esto con Jesús, que recorría, simplemente vestido, los polvorientos caminos de Galilea y tendía la mano a los pobres? ¿Acaso la preocupación por la música, los ornamentos, las procesiones, las letanías, etc., equivale a una especie de esteticismo quisquilloso, a una fijación por las tonterías litúrgicas?”. E incluso confiesa que “de hecho, ¿no oímos a menudo precisamente esta crítica de sacerdotes mayores hacia sacerdotes más jóvenes?”
Amamos a Dios, y de ahí surge el amor a quienes Dios ama
Pero es claro que no hay contradicción, pues “el culto consiste en centrarnos en Dios, asegurando con gestos, palabras, cantos, procesiones, etc., que Dios es la preocupación central y última de nuestras vidas. Pero cuanto más amamos a Dios, más amamos a aquellos a quienes Dios ama; y cuanto más amamos a aquellos a quienes Dios ama, más amamos a Aquel que los hizo amables en primer lugar. Por eso San Juan nos dice que el que dice que ama a Dios pero odia a su prójimo es un mentiroso, y por eso el Señor mismo insistió en que hay dos mandamientos indispensables: el amor a Dios y el amor a los hermanos. Quisiera expresar esto como un principio: cuanto más alto se va litúrgicamente, más bajo se debe ir en el servicio a los pobres; y cuanto más bajo se va en el servicio a los pobres, más alto se debe ir litúrgicamente”.
Mons. Barron pone varios ejemplos de esa reversibilidad entre oración dedicada y amor efectivo por los pobres, tanto americanos como de la Iglesia Universal, y deplora “un desmoronamiento de lo que una vez fue una unidad. Ahora los «liberales» tienden a ser los que se preocupan por los pobres y los «conservadores» los que se preocupan por la liturgia. Pero esto es estúpido y peligroso para la Iglesia. Cuanto más seas uno, más deberías ser el otro, y viceversa. Así que, una vez más, me gustaría repetir mi adagio: cuanto más se sube litúrgicamente, más se baja en el servicio a los pobres; y cuanto más se baja en el servicio a los pobres, más se sube litúrgicamente”.
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