Hombre gigantesco, según lo dijo el propio Jesús: “Os digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan”.
Redacción (24/06/2024, Gaudium Press) Hoy celebramos la Natividad de San Juan Bautista, el único santo al que la Iglesia celebra el día del nacimiento.
Es este un gran hombre, gigantesco, según lo dijo el propio Jesús: “Os digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan”.
Nace el Bautista seis meses antes que el Señor, del seno de una prima de la Virgen, Santa Isabel. Pero era el Bautista también hijo de la Virgen, pues fue la presencia de Nuestra Señora ya encinta la que lo engendró a la gracia, estando aún en el seno de Santa Isabel. Dice Mons. Juan Clá Dias en su más reciente obra “María Santísima: El Paraíso de Dios revelado a los hombres”, que el mayor milagro intercedido por la Virgen en el orden de la gracia fue la santificación de San Juan Bautista.
Su nacimiento fue milagroso, y anunciado por el mismo Arcángel Gabriel. Este se le aparece al sacerdote Zacarías y le dice que él verá al Mesías, y que va a engendrar en su mujer vieja un precursor de este Mesías. Le anuncia San Gabriel que este retoño que florecerá cuando el tallo ya esté viejo será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios. El hecho de que sea el mismo mensajero celestial (“Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios”) el enviado por Dios a anunciar el nacimiento del precursor y del Dios humanado, nos colocan en la perspectiva de la grandeza del Bautista y de su altísima misión.
La madre del Bautista era también una gran mujer, la primera después de San José y la Virgen que por inspiración divina reconoció y alabó la presencia del Mesías en la Tierra, en el seno de una Virgen: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme?”. La Virgen responde a este saludo, entonando su gran himno, el Magnificat.
De San Juan Bautista se cree que ya de niño, y lleno del Espíritu de Dios huyó al desierto, siendo probablemente ya huérfano, y allí comenzó su vida de penitencia y oración.
Sus vestidos eran pieles de animales, su comida lo que la Providencia pusiera a su alcance.
Avanzando lo que sería la vida del Salvador, cuando tenía 30 años se fue a la ribera del río Jordán y comenzó a predicar la conversión, e inició sus bautismos, señales del sacramento que daría Cristo a los hombres.
Muchas gentes empezaron a seguirlo.
“Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de sus sandalias. Él es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo…”, decía.
Los fariseos comenzaron a preocuparse con esta estrella naciente que amenazaba obnubilar su prestigio, y le mandaron emisarios. Él claramente les dijo que sólo era el precurso de Aquel que bautizaría con el Espíritu Santo.
El propio Jesús quiso recibir el bautismo del Bautista, y al momento del Señor salir del agua bajó el Espíritu Santo en forma de paloma y se escuchó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”. Era la primera epifanía, dada con ocasión del bautismo del Bautista.
Final maravilloso
Pero ya había aparecido el Sol, Jesús, y la estrella que lo anunciaba había cumplido su misión, la cual concluiría despidiendo un maravilloso haz de luz.
Juan Bautista recriminó al rey Herodes que hubiese tomado por mujer a Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Instigado por Herodías, Herodes puso preso a Juan, pero en un primer momento no quiso matarlo, pues sentía su santidad.
Sin embargo el odio de Herodías, que temía ser despedida si la presencia de Juan convencía a Herodes, maquinó la trama asesina, hizo que su hija bailara ante Herodes y Herodes agradado realizó la siniestra promesa: “Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino”. Y la hija de Herodías, instigada por su madre, pidió la cabeza del gran Bautista.
Aunque le dio tristeza, Herodes cumplió en el acto el terrible juramento, e hizo que le entregaran, en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista. Se había apagado en esta Tierra la estrella, pero ya había surgido el Sol.
Con información de EWTN
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