Hay tradiciones en América que parecerían indicarlo.
Redacción (03/07/2024, Gaudium Press) Brasil, 1549. En la escuadra del gobernador general Don Duarte da Costa, llegan a Bahía los padres Nóbrega y Anchieta. Unos días después, en una carta a los jesuitas en Lisboa, cuenta el padre Nóbrega haber escuchado de los silvícolas referencias a un evangelizador que, además de predicar la doctrina cristiana, les había enseñado a cosechar raíces comestibles, como la yuca de donde hacían harina.
¿Quién sería él?
Misteriosas huellas en la roca
Los indios lo llamaron Zomé o Sumé. Y mostraron a los misioneros algunas de sus huellas, profundamente grabadas en la rugosa roca. El Padre Nóbrega informa en su carta:
“Dicen ellos que por aquí pasó Santo Tomás, a quien llaman Zomé. Esto les fue dicho por sus antepasados. Y que sus huellas están marcadas al final de un río, que fui a ver para estar más seguro de la verdad, y vi con mis propios ojos cuatro huellas marcadas con sus dedos, que el río a veces cubre cuando se desborda. Dicen también que cuando dejó estas huellas huía de los indios que le querían cazar a flechas, y cuando llegó allí se abrió el río y pasó al otro lado sin mojarse; y de allí pasó a la India. (…) Dicen también que prometió volver a verlos nuevamente”.
En otra carta, enviada al provincial de la Compañía de Jesús en Lisboa, informa que los indios “tienen memoria del diluvio, pero falsamente, porque dicen que cuando la tierra se cubrió de agua, una mujer y su marido subieron a un pino, y luego cuando las aguas se secaron, descendieron, y de ellas procedieron todos los hombres y mujeres”.
Escribiendo el mismo año al Dr. Martín de Azpicueta Navarro de Coimbra, vuelve sobre el tema: “Y también [los indios] tienen noticias de Santo Tomás y de un compañero suyo, y hay unas pisadas en una roca de esta Bahía que se cree que son suyos y otros de San Vicente. Dicen de él que les dio el alimento que ahora tienen, que son raíces de hierbas; Están bien con él, pero dicen cosas malas de uno de sus compañeros. Y no sé la razón, aparte de que, según oí, las flechas que le disparaban se volvían contra los tiradores y los mataban. Se sorprenden mucho al ver nuestro culto divino y la veneración que tenemos por las cosas de Dios”.
Cuando milagrosamente grabó las huellas de sus pies en la roca, el santo Apóstol “huía de los indios que querían cazarlo a flechazoso”. ¿Habría querido, en un último acto de bondad, dejar a los indígenas un testimonio que les ayudara a creer en la palabra de los misioneros que, siglos después, vendrían a traerles una vez más la gracia de la evangelización?
Los jesuitas promueven peregrinaciones
Adheridos a la piadosa creencia de que estas huellas procedían de Santo Tomás, los celosos apóstoles jesuitas promovieron peregrinaciones al lugar. En una carta de 1552, el padre Francisco Pires relata sobre una de estas peregrinaciones, encabezada por el entonces hermano jesuita Vicente Rodrigues, luego ordenado sacerdote y nombrado superior de la Compañía, en São Paulo:
Por el resto de la noche tuvimos un gran saludo con el Principal (Cacique) que estuvo presente. Nos dijeron que viviéramos allí y que nosotros, que sabíamos, les enseñaríamos y ellos nos harían una casa en las huellas del bendito Santo. Salimos con ellos en la mañana (…) Llegando allí estaba media marea baja, y vimos huellas, que se cubren con la marea alta, que son en piedra muy dura, y las huellas marcadas como las de un hombre que se escabullía, y la piedra había cedido bajo sus pies como si fuera barro”.
La opinión de un historiador autorizado
Sobre el paso de Santo Tomé por tierras americanas, el conocido historiador Rocha Pitta escribe:
“La venida del glorioso Apóstol Santo Tomás anunciando la doctrina católica, no sólo en Brasil, sino en toda América, tiene más razones para ser creída que para dudar; porque Cristo Nuestro Señor mandó a sus sagrados Apóstoles predicar el Evangelio a todas las criaturas y en todo el mundo, no consta que ninguno de los demás viniera a esta región, habitada tantos siglos antes de nuestra Redención; y después de haber redimido tantas almas, no deberían permanecer mil quinientos años en invencible ignorancia de la ley de la gracia; y puesto que la misión de Etiopía y de la India recayó en este santo Apóstol, y no se mencionase América (que aún está por descubrir), no se puede imaginar que faltara la providencia de Dios para estas criaturas con la predicación que él mandó hacer a todas.
“Que el apóstol Santo Tomás fue quien predicó la doctrina evangélica en el Nuevo Mundo, hay gran prueba, con el testimonio de muchas señales en ambas Américas: en la castellana, aquellas dos cruces que los españoles encontraron en diferentes lugares con letras y figuras, que declaraban el nombre mismo del Apóstol, según lo escrito por Joaquim Brulio, Gregório García, Fernando Pizarro, Justo Lípsio y el Obispo de Chiapa; y en nuestra América portuguesa, las señales de su báculo y de sus pies, y la antigua y constante tradición entre todos estos gentiles, de que era un hombre de larga barba, a quien con poca corrupción llamaban en su lengua Sumé, añadiendo, había venido a enseñarles cosas sobre la otra vida, y al no ser escuchado, lo hicieron ausentar” (História da América Portuguesa, vol. XXX – W.M. Jackson Inc. Editores — 1970).
(Texto extraído con adaptaciones de Revista Arautos do Evangelho n. 23 de noviembre de 2003).
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