Las redes sociales: ¿son un nuevo poder?, ¿devoran a nuestros hijos?, ¿hacen perder el hábito de lectura?, ¿deterioran la capacidad de expresión?, ¿nos hacen menos inteligentes?, ¿nos alejan de la realidad?, ¿llevan a la ‘demencia digital’?
Redacción (07/07/2024 08:56, Gaudium Press) Con el surgimiento en los hogares —aproximadamente en la mitad del siglo pasado— de la televisión, poco a poco los sentidos e impresiones fueron sobrepasando el raciocinio; entraba, en el convivio de los hombres, la sed de novedades y de la acción y el pensamiento se iría evaporando con el correr de los decenios.
Los ritmos de vida, la sucesión veloz de las imágenes, fueron quitando el debido tiempo para un análisis razonable, llevando el hombre contemporáneo a vivir de puras sensaciones.
Los Pontífices de esos tiempos, no dejaron de resaltar los aspectos de la llamada “posmodernidad” ante el rápido desarrollo de las “modernas tecnologías”. Las comunicaciones se iban haciendo más rápidas y fáciles, pero: “no favorecen del mismo modo el frágil intercambio entre mente y mente, entre corazón y corazón, que hoy día debe caracterizar toda comunicación al servicio de la solidaridad y del amor”, decía San Juan Pablo II (Carta Apostólica El rápido desarrollo, 24-1-2005).
Si bien que fue San Pablo VI que conceptuaba la aparición de “la civilización de la imagen” ante la creciente influencia de la televisión, advirtiendo que, por su misma eficacia, “llegan a representar como un nuevo poder”; le preocupaban: “los fines que persiguen y los medios que ponen en práctica”, -pues veía, con especial discernimiento- “cómo la televisión, es un modo original de conocimiento y una nueva civilización lo que está naciendo: la de la imagen. (Octagésima Adveniens, 14-5-1971).
En los días de hoy nos encontramos completamente sumergidos en esta nueva “civilización”. Los niños y los jóvenes -que fueron las mayores víctimas en este proceso- pasaron a vivir una “realidad virtual”. Tienen una facilidad increíble para convivir con todo tipo de aparato electrónico, pero, por otro lado, van presentando serias dificultades, además de las psicológicas, en el estudio, en la reflexión, en la lectura.
Hemos tenido oportunidad de compartir con los lectores la singular circunstancia de la que fuera calificada como una tragedia educativa, que “los niños leen y no entienden”; como también la de estar menos inteligentes. En la era del celular, vemos como este aparatito se ha convertido en una parte indispensable de la vida, quasi parte del propio cuerpo. Entretenimientos y notificaciones roban la relación para con el prójimo -ni que hablar de la relación con Dios- y, evidentemente, el tiempo de lectura que exige un ambiente apropiado de quietud para ayudar la concentración, sin ser atropellado por distracciones, por lo inmediato, lo rápido, de saltar de una cosa para otra.
Si a esto le sumamos la consideración de que una de cada tres personas no ha escrito a mano en los últimos seis meses, y que la caligrafía va siendo desmerecida por la tecnología, se presenta ante nosotros el singular fenómeno – especialmente en los niños – no solo el no entender lo que leen sino, el que no leen. Se ha perdido el hábito de la lectura, que requiere dedicación y esfuerzo.
Los libros, especialmente los de cuentos para niños, ayudaban el despertar de la imaginación, hacerlos más creativos, ampliar su lenguaje y conocimientos. Y más aún, los ayuda en la comprensión lectora, o sea entender lo que están leyendo, logrando expresarse mejor por tener más vocabulario.
Bien decía el escritor argentino Jorge Luis Borges que: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Si bien que todo comienza en la escuela, el papel de los padres, que sean vistos leyendo, es fundamental. Pedir a un niño que haga cosas que sus papás no hacen, difícil es lograrlo.
Urge que se cultive el hábito de lectura, so pena de perder la “batalla” frente a las redes sociales, pues chateando a todo momento, viendo tiktok, instagram, vídeos insustanciales – cuando no de temas indecentes -, quedando atrapados en videojuegos, se está impidiendo el desarrollo de las aptitudes cognitivas. Leer es el acto más complejo para el cual es capacitado el cerebro, estimulando sus conexiones neuronales. Pero si el tiempo libre, los momentos que podríamos llamar de ocio, son tomados por el protagónico móvil y las redes sociales, como consecuencia, el grado de interés por la lectura va desapareciendo.
El psicólogo catalán Francisco Villar Cabeza, en su libro Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos, alerta el daño de los móviles en los menores, dando lugar a que no cuenten con el suficiente lenguaje afinado, ni las imprescindibles habilidades verbales; su vocabulario está bajo lo mínimo, funcionan con monosílabos, no saben expresarse.
Hemos pasado de tener un libro con hojas de papel a uno electrónico que lo captamos en un mero clic. Se ha modificado nuestro vínculo con la lectura, y perdido, el hábito con ella, la capacidad de atención, conservación y comprensión al leer, saltando en vistas rápidas a otros enlaces, no consiguiendo hacer una lectura profunda. Así es que se nota un alarmante declinar de la inteligencia: en el vocabulario, en los razonamientos, en las matemáticas, etc.
Nos deja asustados que, las que en su momento fueron consideradas como singulares imaginaciones del neuropsiquiatra alemán Manfred Spitzer en su libro Demencia Digital: el peligro de las nuevas tecnologías (2013), hoy lo estamos viendo a nuestro lado, en los niños y adolescentes, cuando no coexistiendo en nosotros mismos…
(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador, 7 de julio de 2024.)
Por el P. Fernando Gioia, EP
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