El Renacimiento dio origen a la Revolución gnóstica e igualitaria que, en sus distintas etapas, atacó el orden religioso, social y económico. Y también afectó al hombre mismo, produciendo tipos humanos cada vez más decadentes.
Redacción (03/08/2023 11:11, Gaudium Press) En la Edad Media existía la mentalidad católica, es decir, la visión global del universo, de las bellezas de las sociedades espirituales y temporales, de los Ángeles, de los Santos, según la Doctrina Católica. Tal mentalidad es un fruto de la fe, de la adhesión de la inteligencia a la verdad revelada y, por tanto, al Magisterio de la Iglesia.
Todo en la Edad Media apuntaba a lo maravilloso, lo sublime, lo angélico, lo celestial, con horror a lo vulgar. Las personas, incluso la gente común, mostraba continuamente una tendencia hacia lo más santo y lo más bello, convencidas de que, por encima de los seres visibles, hay seres invisibles más nobles y perfectos.
Y en la cima de la pirámide de los seres espirituales está Dios, la Perfección suprema. Así, habían movimientos de ascensión para mejorar las cosas terrenales y, a través de ellas, avanzar en el camino hacia el Creador. [1]
El porte de un hombre, su forma de vestir, de caminar, de gesticular, de hablar, el tipo de vocabulario que utiliza son expresiones auténticas de muchos aspectos de su alma y caracterizan un tipo humano.
Edad Media, Renacimiento y Antiguo Régimen
Veamos cómo, debido al veneno de la Revolución, los tipos humanos se fueron degradando.
El hidalgo en el apogeo de la Edad Media era un tipo de caballero casi sublime, imbuido de una visión sobrenatural de la Caballería y su misión. El hombre del Renacimiento se presentaba como un superhombre olímpico y heroico. Bello, inteligente, culto, bailaba admirablemente, luchaba como nadie. Era, ante todo, un artista y apreciaba la belleza en todas sus formas. Amaba el esplendor de la vida y quería disfrutarla al máximo. Tenía una risa amplia y una mirada dominante, que se extendía sobre los demás como una montaña dominando todo el paisaje a su alrededor.
En el Ancien Régime (Antiguo Régimen), período de la Historia de Francia que comenzó a principios del siglo XVII y finalizó en 1789, con la Revolución Francesa, se produjo un cambio.
Del guerrero-bailarín se pasó al simple bailarín. Por sorprendente que parezca, éste derrotó a aquel. Si con Luis XIV el combatiente era bailarín y el bailarín era combatiente, con Luis XVI los nobles eran sólo bailarines. Frágiles, llevaban grandes tacones rojos, pañuelo en mano, perfumes, anillos, encajes y chucherías. Rara vez se pensaba en las batallas: no había espíritu de combatividad. Eran sonrientes, amables y les gustaba la música muy delicada.
En todo esto, la sensibilidad relajada comenzó a rugir en un amor libre desenfrenado. Esta situación continuó hasta que estalló la gran catástrofe: la Revolución Francesa.
El romántico y el dandy
En el siglo XIX surgió un nuevo patrón de mentalidad. Por ejemplo, los personajes del teatro clásico, siempre hieráticos, al estilo de Racine, fueron sustituidos por personajes románticos.
Las obras de Víctor Hugo están llenas de rugidos, pasiones desenfrenadas y crímenes. Es una explosión de sensualidad humana descubierta que crece y emerge en los escenarios y en la literatura. El adulterio, el concubinato, el incesto y otros desórdenes morales se presentan con colorido, imprescindible para dar vivo interés a las representaciones. Peor aún: se vuelven realidad en la vida.
A partir de mediados del siglo XIX aparecieron diferentes tipos humanos que han ido cambiando hasta nuestros días.
El primero de ellos, el dandy, es descrito elocuentemente por el célebre escritor francés Chateaubriand, quien lo compara con el elegante del romanticismo. Estaba cuidadosamente mal vestido, con ropas muy buenas y bien cortadas, en triste desorden, pelo suelto al viento y una mirada triste. Le daba cierto prestigio ser ligeramente tuberculoso o, en todo caso, un poco enfermo.
El dandy es el hombre opuesto al romántico. Goza de espléndida salud, siempre bien peinado, bien vestido, rico y no le importa la tristeza. La alegría es lo que embellece su vida y se obtiene con dinero. Por tanto, lo importante son las posesiones monetarias y los negocios. Así, la buena salud, la vida cómoda, la risa, el baile y el oro son lo que caracteriza al dandy.
Burgués, galante, petimetre, hombre-fino
Junto al dandy aparece el tipo burgués, que encontró su expresión en el rey de Francia Luis Felipe –reinó de 1830 a 1848–, que pasó a la Historia con el título de “rey paraguas”.
Luis Felipe es el burgués característico: sumamente sano, bien establecido en la vida, sólido, con ropas resistentes. No se ocupa de literatura, ni de política y mucho menos de ideas. Sólo le interesa el dinero. Su casa es grande y cómoda, todo es sólido y estable, tiene grandes propiedades en el campo, opera ferrocarriles. Comienza a hacer negocios en Asia y África, lo que le obtiene sumas considerables.
Luego apareció el galante, sucesor del dandy a la francesa: cabello engominado, bigote, monóculo atado con una cinta de terciopelo, polainas de fieltro, bastón y cintura muy ajustada. Conocía todas las artes del baile, superaba a su antecesor en materia de negocios, pero sin igualarlo en riqueza, porque la vida en sociedad se había vuelto cada vez más ruinosa.
El galante dio como resultado el petimetre de 1920, que, a su vez, produjo el mero hombre-fino bien erguido. Este no estaba lejos de lo extravagante de décadas posteriores, como el playboy. [2]
“Con la Revolución de Mayo de 1968 –también llamada Revolución de la Sorbona– se consolidó un tipo humano contestatario, que buscaba la abolición de todas las leyes morales, de todas las reglas, la liberación completa de los instintos del hombre, convirtiéndose pasando la sensibilidad a ser fuerza dominante sobre la razón y la voluntad. Fue la revolución dentro del hombre mismo, el triunfo del desorden en las potencias del alma; por tanto, la inversión de valores más radical posible. (…)”
“Como símbolo de protesta, el joven comenzó a presentarse de una manera cada vez más extravagante: su cabello estaba despeinado, y los jeans rasgados y desgastados se volvieron universalmente usados. Se abolieron las formas de cortesía en las relaciones sociales, el vocabulario se volvió vulgar, las modas rápidamente tendieron al nudismo y las costumbres al amor libre”.
Y la difusión universal de “dispositivos electrónicos de todo tipo, que sólo favorecen la sed de novedad, de nuevas impresiones, sin la ayuda del pensamiento. La rápida sucesión de imágenes y hechos no permite ni siquiera un análisis adecuado de la razón. El hombre contemporáneo vive así de sensaciones” [3].
En nuestros días, el tipo va dejando de ser humano para tornarse cada vez más animalesco, sucio, aficionado a lo feo e incluso a lo hediondo, llegando incluso, en muchos casos, a rendir culto al demonio.
Por Paulo Francisco Martos
Nociones de Historia de la Iglesia
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[1] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A civilização da admiração. In Dr. Plinio. São Paulo. Ano 15, n. 168 (março 2012), p. 33.
[2] Cf. Idem. Da Idade Média ao século XX, as transformações dos tipos humanos. In Dr. Plinio. Ano II, n. 17 (agosto 1999), p.14-17.
[3] CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. Por ocasião do Ano Sacerdotal, sugestões dos Arautos do Evangelho à Congregação para o Clero. 24-6-2009.
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