Poco se sabe de sus primeros años, sólo que nace en Bagnorea-Italia, tal vez en 1217, y tenía como nombre de pila Giovanni Fidanza.
Redacción (15/07/2024, Gaudium Press) Celebramos hoy al gran San Buenaventura, pues es hoy la memoria de su inhumación.
Poco se sabe de sus primeros años. Solo se conoce que nace en Bagnorea-Italia, tal vez en 1217, y que tenía como nombre de pila Giovanni Fidanza. No es claro como llegó a cambiar su nombre de pila (Juan) por el de Buenaventura, aunque llega hasta nuestros días la tradición de que siendo niño fue llevado al seráfico padre San Francisco para ser curado de peligrosa enfermedad, y que cuando el santo lo vio exclamó “buenaventura”, conociendo proféticamente el bien que haría a la humanidad.
Entra a la orden del seráfico padre San Francisco, y luego va a estudiar en la Universidad de París, teniendo como tutor al famoso Alejandro de Hales.
El alumno de Hales es brillante y él mismo se torna instructor en su alma mater, de teología y Biblia, entre 1248 y 1257. Pero no todo es camino de rosas en la vida de nadie y menos en la vida de los santos: la nutrida y organizada oposición de los profesores seglares a las órdenes mendicantes, hace que tenga que salir de la Universidad de París.
Sin embargo esta oposición también fue ocasión de que surgieran luces y maravillas. Ambientado por la campaña en contra Guillaume de Saint-Amour publicó “Los peligros de los últimos tiempos”, obra en la que se encarnizaba contra los frailes. Esto hizo que Buenaventura escribiera “De los pobres de Cristo”, como respuesta.
París
Estando en París, compuso su famoso “Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo”, que es una verdadera suma de teología escolástica. Escribió también su tratado “Sobre la vida de perfección”, destinado a la beata Isabel de Francia, hermana de San Luis Rey. Maravillosos tiempos estos, de profesores santos, escritores santos, princesas santas, reyes santos. Es también digna de mención su obra Itinerarium mentis in Deum (El Itinerario de la mente a Dios), magnífico escrito de contemplación.
No tenía aún 36 años cuando fue elegido superior de los Franciscanos, asumiendo la dirección de la orden en el momento en que había una gran división entre quienes querían aliviar un tanto la regla y los que predicaban inflexibilidad. El aún joven superior escribió a los provinciales exigiendo perfecta observancia de la regla y poner a los relajados en orden, pero evitando que se cayese en un rigorismo farisaico.
Presidió cinco capítulos generales de la comunidad franciscana, en los que San Buenaventura influyó mucho en los destinos de la comunidad. Comenzó este gran doctor a escribir la vida de San Francisco de Asís. Y estando en estas labores lo fue a visitar el gran Santo Tomás, que al contemplarlo en su celda sumido en la contemplación se retiró, profiriendo esta bella frase: “Dejemos a un santo trabajar por otro santo”.
Al parecer San Buenaventura es si no el autor, por lo menos el gran inspirador de la práctica de la oración del Angelus, pues prescribió que a la caída de la tarde en los conventos franciscanos sonara una campana en honor de la Anunciación.
Fueron 17 los años en que gobernó su orden, y por ello se le llama de segundo fundador.
Renuente a las honras
Famoso ya en el mundo católico, Clemente IV lo quiso hacer arzobispo de York, una gran dignidad, pero nuestro santo disuadió de ello al Papa. Sin embargo, Gregorio X lo hace Cardenal obispo de Albano, y le obliga a aceptar el cargo. Se le encomienda que preparara los asuntos a debatir en el Concilio ecuménico de Lyon, y cuando inició la magna asamblea, aunque estuvo presidiendo el Papa, este le había confiado a San Buenaventura la dirección de las deliberaciones, encargándole particularmente el espinoso asunto de tratar con los griegos los puntos relativos a la abjuración de su cisma. En gran medida se debió a la iniciativa de San Buenaventura y de sus frailes enviados a Constantinopla que los griegos aceptaron la unión, cristalizada el 6 de julio de 1274.
Vivía de forma eximia los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad. Se le conoce como “Doctor Seráfico” por la virtud que impregnaba su ciencia, una virtud que parecía angélica, la de un serafín, a imitación del seráfico padre San Francisco.
Estando en las labores del Concilio de Lyon, muere San Buenaventura, la noche del 14 al 15 de julio de 1274, desconociéndose exactamente la causa de su deceso, aunque su secretario Peregrino de Bolonia, asegura que fue envenenado.
Hace el panegírico del santo un dominico que después sería Papa, Inocencio V. Dijo de él en la homilía: “Cuantos conocieron a Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de todas las virtudes”.
Su maestro, Alejandro de Hales, decía que Buenaventura parecía haber escapado a la maldición del pecado de Adán. Fue una de las más altas flores de la gran Edad Media, y reunía en sí en altísimo grado virtudes características de estos tiempos: piedad, contemplación, sabiduría.
Fue canonizado en 1482, y hecho Doctor de la Iglesia en 1588.
Con información de Catholic.net y Aciprensa – Enciclopedia Católica
Deje su Comentario