“Aquellos que mueran con este Escapulario no padecerán el fuego del Infierno. Es señal de salvación, amparo y protección en los peligros, y alianza de paz para siempre”.
Redacción (16/07/2024, Gaudium Press) El culto y la devoción a la Virgen del Carmen se remonta a los orígenes de la Orden Carmelitana, en los misterios del monte del profeta Elías, “el más célebre de estos hombres de Dios – según palabras de Benedicto XVI el 15-7-2006 – quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente, de la contaminación de los cultos idolátricos, la pureza de la fe en el Dios único y verdadero”. El Monte Carmelo, ese alto promontorio de una cadena montañosa de Israel, que partía de la región de Samaria hasta llegar a la costa oriental del Mar Mediterráneo, cerca de un puerto llamado Haifa.
Una crónica recuerda que, en aquellos días lejanos, había en esa zona hombres que vivían en la oración, en la búsqueda de Dios, en medio de esas soledades íngrimas. Así fue, según respetable historia, que se constituyó la Orden del Carmen, en alabanza a la Santísima Virgen María que debería venir, y en la espera de Ella, que puede ser consideradas la orden profética por excelencia, el primer filón de hijos devotos de Nuestra Señora en el mundo, antes de Ella nacer.
Establecidos apenas en el Oriente próximo, al momento de ser castigados por las invasiones sarracenas, se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Cuenta una antigua historia que antes de partir, se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina, prometiéndoles ser este sagrado monte, que se alza como un lucero junto a la costa, su Estrella del Mar.
Vagaron por Europa como miembros de una orden ignorada y al borde de su ocaso. Recién en la mitad del Siglo XII, encontramos el primer documento mencionando un grupo de eremitas del Monte Carmelo. En 1246 fue nombrado San Simón Stock general de la Orden Carmelita. Un día, rezando con mucho fervor, imploró a la Santísima Virgen -llamándola “Flor del Carmelo” y “Estrella del mar”-, que no permitiese el desaparecimiento de la Orden; comprendía que, sin una intervención de Ella, en poco tiempo la orden fenecería.
En medio de sus aflicciones, un 16 de julio de 1251, la Virgen se le aparece y le da el escapulario para ser usado como ropa. Vestido originalmente sobrepuesto sobre la túnica, que cae sobre los hombros, llevado por los monjes durante sus trabajos.
Este escapulario (“scapulae” del latín, hombros), significaba la especial dedicación y entrega a la Santísima Virgen, imitando su vida de entrega a Cristo, su Divino Hijo.
En esos momentos la Virgen le dijo estas palabras: “Hijo dilectísimo, recibe el Escapulario de tu Orden, señal especial de mi amistad fraterna, privilegio para ti y todos los carmelitas. Aquellos que mueran con este Escapulario no padecerán el fuego del Infierno. Es señal de salvación, amparo y protección en los peligros, y alianza de paz para siempre”.
Para beneficiarse del privilegio, hay que usarlo com recta intención
Si bien que la Santísima Virgen no puso ninguna condición a su promesa, evidente es que, para beneficiarse de este privilegio, es preciso usarlo con equilibrada finalidad. Ocurrirá que, si la persona, en la hora es que sea llamado a la eternidad, se encontrase en pecado, Ella providenciará, que se arrepienta y reciba los sacramentos.
Más aún, con el correr de los años, según afirma una antigua tradición, la Santísima Virgen, en aparición al Papa Juan XXII, prometió librar del purgatorio en el primer sábado después de la muerte, a todos lo que hayan portado devotamente el escapulario, es el llamado “privilegio sabatino”.
Si bien que el escapulario fue dado a los Carmelitas, la Iglesia extendió este privilegio a los laicos, representado como un hábito miniatura, un cordón que lleva al cuello dos piezas pequeñas de tela color café, una sobre el pecho, otra sobre la espalda, para usarlo debajo de la ropa. Hoy en día cualquier sacerdote puede bendecir e imponer el mismo, valiendo para toda la vida, basta recibirlo una sola vez. El Papa San Pío X autorizó sustituirlo por una medalla que tenga de un lado el Sagrado Corazón de Jesús y del otro una imagen de Nuestra Señora, si bien que su recepción debe ser hecha con un escapulario de tela.
Recordamos al Papa Pío XII que, en 1951, afirmaba: “El Santo Escapulario, que puede ser llamado de Hábito o Traje de María, es una señal y prenda de protección de la Madre de Dios”. Ya Juan Pablo II, 50 años después: “El Escapulario es la constante protección de la Santísima Virgen, no solo a lo largo del camino de la vida, sino también en el momento del paso a la plenitud de la gloria eterna”.
¿Cuál es el nexo en los días de hoy, tan convulsionados, con esta manifestación tan antigua de la Virgen del Carmen?
El proceso de decadencia que ha sufrido la Cristiandad, acelerado en el correr de los últimos siglos, pareciera caminar a un inexorable proceso de ruina. Fue en la última de las apariciones de Fátima, precisamente el 13 de octubre del 1917, en que ocurriera el llamado “milagro del sol”, la Santísima Virgen hizo ver a los pastorcitos una secuencia de cuadros representando los Misterios del Rosario. En la visión de los Misterios Gloriosos, vieron la imagen de Nuestra Señora del Carmen.
Era el ápice de las apariciones de Fátima en que Ella aparece revestida del traje de su más antigua devoción, la del Carmen.
Ya había la Virgen, en aparición anterior del mes de julio de ese año, como decía el gran líder católico brasileño del siglo pasado, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: “Nuestra Señora censurado la decadencia, recriminado al mundo por el torrente de pecados en que se encontraba sumergido, y anunciando los castigos que habrían de sobrevenir sobre la humanidad, caso no se arrepintiese y enmendase de sus faltas. Después, expresándose con las famosas palabras, hizo la promesa del Reinado de Ella, diciendo: ‘Por fin, Mi Inmaculado Corazón triunfará’”.
Surge a nuestros ojos una síntesis entre lo más lejano, el Monte Carmelo, y lo más reciente, el “monte” de Fátima, un futuro glorioso de la victoria de ese mismo Corazón de María.
Caminando para ese maravilloso momento prometido, en medio de las turbulencias del mundo contemporáneo, nada mejor que invocar a la Virgen del Carmen, como Madre amorosa con todos los fieles, especialmente los que visten el sagrado Escapulario, para que interceda por todos ante Su Divino Hijo Jesús, nuestro Señor.
Por el P. Fernando Gioia, EP
(Publicado originalmente em La Prensa Gráfica de El Salvador, 16-06-2023.)
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