viernes, 13 de septiembre de 2024
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¿A quién iremos, Señor…?

En un episodio decisivo en el anuncio del Reino de Dios, los discípulos se dividieron entre los que se escandalizaron por las palabras de Jesús y los que, aun sin entenderlas, las aceptaron mediante un acto de fe.

Sao Pedro e Nosso Senhor museo arzobispal de arte religioso Cuzco Peru Foto Gustavo Kralj

Redacción (26/08/2024 07:04, Gaudium Press) “¿Cómo puede este Hombre darnos a comer su Carne?” (Jn 6,52), se preguntaban entre ellos los judíos que escuchaban a Jesús referirse al Sacramento de la Eucaristía. Y Él les respondió: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53).

Sin fe suficiente, ¿cómo podrían alcanzar el verdadero significado de las revelaciones hechas por el Mesías?

Los judíos no querían admitir que el Divino Redentor pudiera llamarse a sí mismo “pan de vida” (Jn 6, 48). De hecho, lo es, tanto por su divinidad como por su humanidad. En cuanto Dios, Él crea, sostiene y alimenta a todos los seres vivos. Al asumir un cuerpo, su Carne es vivificante porque ser el Verbo de Dios. De la misma manera que el hierro se vuelve incandescente al introducirse en el fuego, adquiriendo su sustancia y propiedades, sin dejar de ser hierro, así el sagrado Cuerpo de Jesús se une a la naturaleza divina. Por tanto, sin la Eucaristía el hombre puede tener vida natural, pero no vida eterna.

Hoy nos damos cuenta de cuán inexplicable es el rechazo de los judíos a la preciosa invitación de Nuestro Señor. Sus antepasados ​​habían adorado a muchos dioses falsos, además de haber admitido las doctrinas más absurdas. Cuando se presentó como Dios verdadero, ofreciéndose como alimento para la inmortalidad, su reacción fue de repulsión.

Cuando Moisés ascendió al monte Sinaí para recibir las Tablas de la Ley, los israelitas permanecieron esperándolo al pie de la montaña. Como tardaba mucho en bajar y el pueblo ya estaba cansado, se pidió a Aarón que les hiciera un dios visible al que pudieran seguir, adelantándolos en su camino (cf. Ex 32,1). En el fondo, querían tener un Dios, un Elohim, el Dios verdadero que creó el Cielo y la Tierra, en forma visible. Ahora bien, lo que Jesús les ofreció, en este discurso eucarístico del capítulo 6 de San Juan, es precisamente esto: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, el que come este pan vivirá para siempre” (Juan 6,51).

Es una paradoja: lo que los judíos pidieron a Aarón, nosotros lo recibimos. Sí, en la Eucaristía están el Elohim bajo las especies visibles. Con una gran diferencia: los judíos creían posible realizar esta maravilla por manos humanas y nosotros creemos, con toda fe, que esto se logra por la exclusiva autoridad divina: “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). Lo curioso es que, aunque los judíos creían que era posible cumplir este gran misterio a través de fuerzas naturales y humanas, no creían que el Dios omnipotente fuera capaz de cumplirlo.

Misterio de fe

En las palabras de Cristo encontramos un gran misterio: “Caro enim mea verus est cibus, et sanguis meus vere est potus: mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55).

Escuchemos a Santo Tomás: “Que el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo están en el Sacramento no puede ser aprehendido por los sentidos, sino sólo por la fe, que se apoya en la autoridad divina”. [1]

El problema se centra en el hecho de que “toda conversión que se produce según las leyes de la naturaleza es formal”. [2] Ahora bien, en el caso de la Eucaristía debemos considerar que la acción de Dios “se extiende a toda la naturaleza del ser. Por lo tanto, Él no sólo puede realizar la conversión formal […]; sino también la conversión de todo el ser, de modo que toda la sustancia de un ser se convierte en toda la sustancia de otro. Y esto, por tanto, se cumple en este Sacramento por poder divino. En efecto, toda la sustancia del pan se convierte en toda la sustancia del Cuerpo de Cristo, y toda la sustancia del vino se convierte en toda la sustancia de la Sangre de Cristo. Por tanto, esta conversión no es formal, sino sustancial. […] se le puede llamar con el nombre apropiado ‘transustanciación’”. [3]

Además, debemos considerar que las dimensiones de la Hostia consagrada no corresponden a las del Cuerpo de Nuestro Señor. Ella continúa con las mismas medidas que le eran características cuando en ella se encontraba la sustancia pan.[4] Sin embargo, “es absolutamente necesario confesar, según la fe católica, que Cristo está todo en este Sacramento”. [5]

La virtud de la obediencia

“Muchos de los discípulos de Jesús que lo oyeron dijeron: ‘Esta es una palabra dura. ¿Quién puede oírla?’” (Jn 6, 60)

Por eso muchos discípulos que lo escucharon dijeron esta frase respecto a la Eucaristía. Les faltó entonar el cántico: “Prestet fides suplementam, sensuum defectui – Que la fe complete la insuficiencia de los sentidos”, como dice el Pange lingua. O “Visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur — La vista, el tacto, el gusto en Vos fallan, pero sólo por lo que oigo, creo firmemente”, en los versos de Adoro Te devote.

¿Cuál debe ser nuestra actitud ante las verdades de nuestra fe?

Dado que Dios es el Señor de toda la creación, los seres inteligentes –ángeles y hombres– tienen la obligación de reconocer, amar y servir este señorío. Él es Señor de todas nuestras facultades y, sobre todo, de nuestro entendimiento y voluntad. Por eso san Juan de la Cruz [6] afirmó que, en la tarde de esta vida, seremos juzgados según el amor, ya que estamos obligados a querer lo que Dios quiere que queramos. [7]

Ahora bien, en el orden del universo está incluida la voluntad del hombre, la cual, siendo libre, debe estar en armonía con la de Dios mediante la virtud de la obediencia.[8] Esta última no es una virtud superior a las teologales, la fe, la esperanza y la caridad. Sin embargo, es una manera rápida de unirnos a Dios y ser de lo más agradable a Él. A través de ella hacemos una entrega en sus hermosas manos, con más valor que si hiciéramos cualquier sacrificio. [9]

La invitación a la práctica de la obediencia que nos hace la Liturgia del domingo XXI del Tiempo Ordinario queda claramente enfocada aquí: en la primera lectura (Josué 24,1-2a.15-17.18b), con las palabras de Josué: “En cuanto a mí y mi familia, serviremos al Señor” (24,15), obteniendo la respuesta del pueblo: “también serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios” (24,18); en la segunda lectura (Ef 5,21-32), la epístola de Pablo: “Los que teméis a Cristo, estad atentos unos a otros. […] Cristo es la Cabeza de la Iglesia, es el Salvador de su Cuerpo. […] cómo la Iglesia es solícita por Cristo, […] cómo Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,21.23-25); y, especialmente en el Evangelio, en cuanto a la fe, causándonos perplejidad aquella apostasía de “muchos de los discípulos”, que se negaron a creer y, en consecuencia, a obedecer.

Excelente oportunidad para un examen de conciencia de quienes viven en nuestro tiempo: ¿cuál es el nivel de fe y de sumisión a Dios, a la Iglesia y al Evangelio?

Extraído, con adaptaciones, de:

  CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2014, v. 4, p. 311-325.

Por Guilllermo Maia

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[1] SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 75, a. 1.

[2] Idem, a. 4.

[3] Ibidem.

[4] Cf. Ibid.

[5] Idem, a. 1.

[6] Cf. SÃO JOÃO DA CRUZ. Dichos de Luz y Amor, n.59. In: Vida y Obras. 5. ed. Madrid: BAC, 1964, p. 963.

[7] Cf. SÃO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., II-II, q. 104, a. 4, ad 3

[8] Cf. Idem, a. 1; a. 4.

[9] Cf. Idem, a. 3, ad 1.

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