San Nicolás de Tolentino, agustino, debe su nombre a una promesa.
Redacción (10/09/2024, Gaudium Press) El Santo de hoy, San Nicolás de Tolentino (1245-1305), agustino, debe su nombre a una promesa: La peregrinación de sus padres al santuario de San Nicolás de Bari, pidiendo un heredero que no llegaba.
Y cuando al año siguiente aparece el niño ansiado, se cumple la promesa y se le impone el nombre de Nicolás.
Gustaba el niño Nicolás de irse a una cueva a recogerse, orar, entrar en contacto con el Creador.
Un día, siendo joven, entró a una iglesia y escuchó admirado la predicación de un famoso fraile agustino, el P. Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: “No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará”. Conmovido por la prédica, quiso entrar a esta comunidad religiosa, donde fue recibido por el mismo sacerdote, que fue su director espiritual.
Siendo seminarista, y encargado de atender a los pobres, repartía tanta limosna que fue acusado un día ante sus superiores. Pero en esos momentos ocurrió un milagro: colocó sus manos sobre un niño enfermo y le dijo ‘Dios te sanará’, y al momento este fue curado. Los superiores confirmaron que estaban tratando con alguien más que singular.
Cuando fue ordenado sacerdote, en 1270, ocurrió otro hecho similar: colocó sus manos sobre una mujer ciega, repitió las palabras dichas al niño, y la mujer recobró la vista.
Una voz lo guió a Tolentino
Un día fue a visitar un convento de la comunidad, en el que quiso quedarse, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: “A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás”. Después de contarle eso a los superiores, fue enviado a esa ciudad.
Tolentino sufría una gran devastación, en todos los órdenes, por luchas intestinas entre facciones. Dedicó pues su apostolado a enfervorizar a las gentes y a que reinara la paz. A los que no iban al templo, se ponía a predicarles en las calles. El Arzobispo San Antonino, al escucharlo, dijo: “Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala vida pasada”.
Un día un impenitente fue con un grupo hasta la puerta del templo donde proclamaba el sermón San Nicolás, para boicotearlo. Pero ocurrió lo que no esperaba, la prédica terminó conmoviéndolo y entró a la iglesia arrepentido, y luego se confesó. San Nicolás pasaba horas y horas en el confesionario atendiendo gente, movida con frecuencia a la confesión por sus sermones.
Gustaba de recorrer los barrios pobres de la ciudad, donde atendía de todas las formas posibles a las gentes, particularmente ofreciendo auxilio espiritual.
En el proceso de su beatificación, empezaron a surgir abundantemente los milagros que operaba San Nicolás. Varios testigos afirmaron que él repetía constantemente, después de operados los prodigios: “No digan nada a nadie”. “Den gracias a Dios, no a mí”. “Yo no soy más que un poco de tierra, un pobre pecador”.
Muere el 10 de septiembre de 1305, y 40 años después su cuerpo en encontrado incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazo y de la herida salía mucha sangre. Aún de esos brazos, hoy, sale periódicamente sangre.
Fue en un sueño que San Nicolás vio que muchas almas del purgatorio le pedían oraciones, lo que él atendió con profusión. Una razón a más para encomendarnos a la intercesión de ese santo.
Con información de EWTN
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