Hijo de pobres, de una inteligencia exuberante, Dios lo elevó a la mayor influencia en Francia.
Redacción (27/09/2024, Gaudium Press) San Vicente de Paúl, hombre de muchos dones, naturales y sobrenaturales, de muchos matices que se revelan en las múltiples tareas apostólicas que desempeñó en su vida, en sus variadas ‘aventuras’.
Nace en Aquitania, Francia, en 1581, de familia pobre.
De una inteligencia que se mostraba desde el inicio excepcional, fue enviado a estudiar con los franciscanos de Dax, al suroeste de Francia, cuando tenía alrededor de 13 años. Allí permanece hasta los 17, momento en el que su padre muere.
Doctor en Teología
Continúa con sus estudios de teología, que costeaba siendo maestro, y en septiembre de 1600 es ordenado sacerdote por el obispo de Périgueux. En 1604 obtiene el doctorado en Teología.
No es que nuestro santo fuese siempre santo. Parece que al inicio de su vida ambicionaba cargos eclesiásticos. Pero así es la santidad, que se construye día a día, con el esfuerzo constante auxiliado por la gracia.
Primero esclavo, luego párroco rural, después preceptor en una gran familia
Persiguiendo una fortuna que le había sido legada por una viuda, embarca de Marsella para Narbona en un barco que es capturado por los turcos. Vueltas de la vida, virajes queridos por Dios, el P. Vicente es hecho prisionero y vendido como esclavo en Túnez, donde fue sirviente de cuatro señores distintos, un pescador, un médico, su sobrino y de un cristiano que había abandonado la fe.
Normalmente estos renegados de la fe de Jesús son más contrarios al cristianismo que los meros paganos, pero San Vicente logra convertirlo. Se escapa San Vicente, llega a Avignon, va luego a Roma y de ahí a París, donde arriba en 1608. Dura experiencia esa de su esclavitud, que muchas enseñanzas le dejó, sobre todo la de la futilidad de las cosas de esta vida y de este mundo. Pero en medio de esta dura prueba, San Vicente fortalece su fe, va siendo formado por la gracia.
Lo hacen en 1612 párroco de ‘Clichy la Garenne’, a una legua de París, parroquia semi-rural de 600 habitantes, en su mayoría campesinos, a quienes enseña catecismo, invita a sacramentos y donde se siente muy a gusto.
Pero en 1613 es nombrado preceptor de la familia Gondi, gran estirpe emparentada con el Arzobispo de París. “Me alejé con pena de mi pequeña iglesia de Clichy”, dijo entonces. Pero era esto lo que quería el cielo.
Ve la necesidad de llevar a todos los rincones el mensaje de la ternura de Dios
Da cursos, lecciona a niños, su vida es de corte, de palacio en palacio… pero no es feliz. Él siente la necesidad de que se les anuncie a los hombres de todas las condiciones la necesidad de acercarse a la ternura de Dios, para obtener su perdón, su ayuda. Un día predica en Folleville y propone a los fieles que convoquen a algunos sacerdotes para que las gentes realicen la confesión general de toda su vida. Ese sermón es la semilla de la comunidad que fundará, la “Congregación de la Misión”, más conocida como Lazaristas, pues su casa madre se llamaba San Lázaro. Dios iba inspirando en San Vicente la necesidad de las misiones, de una comunidad dedicada a la evangelización y caridad fuera de las grandes ciudades. Luego con Santa Luisa de Marillac fundará la Compañía de las Hijas de la Caridad, y también con laicos las Hermandades de Caridad, para atender las necesidades materiales de los pobres.
Cansado de la vida de corte, San Vicente obtiene la regencia de una pequeña parroquia entre Lyon y Ginebra, en Chatillon des Dombes, y allá renueva sus alegrías de párroco de campesinos.
Pero la familia Gondi quiere que él regrese a sus funciones de capellán y preceptor de niños, y con su influencia consigue el cometido. Tal vez el Santo no quisiese, pero ahí también se mostrarían los designios de Dios, pues desde ese puesto tendría influencia para llevar adelante sus múltiples obras y fundaciones.
Capellán de las visitandinas, y capellán de los más miserables
En 1618, ocurre el encuentro de dos santos, San Vicente y San Francisco de Sales, que en 1610 había fundado las visitandinas de clausura. Los dos hombres de Dios se reconocen en su virtud: San Vicente tendrá a San Francisco como referencia, y San Francisco de Sales lo encargará de la capellanía de las visitandinas de París y de la dirección espiritual de Santa Juana Francisca de Chantal, la fundadora.
En 1619 San Vicente de Paúl es nombrado capellán general de las Galeras, que era no solo ser encargado espiritualmente de los marinos, sino de los que pagaban su condena en los remos, “los más miserables entre los miserables”. El encargado de las Galeras era el propio señor de Gondi, a cuyo servicio se encontraba, y logra obtener de este caballero un trato más humano hacia estos prisioneros. “Herido, pues, por un sentimiento de compasión hacia aquellos miserables forzados, me impuse a mí mismo la obligación de consolarles y asistirles lo mejor que pudiera”, cuenta. Viajó a diversos puertos para cumplir ese cometido.
Estamos en plenos tiempos de las guerras de religión europeas. Es común ver iglesias y sacramentos profanados por los militares o por el propio pueblo que había abandonado la fe; es normal ver los campos arrasados por los ejércitos. A atender estas necesidades destina sacerdotes de la congregación que funda. Después la congregación se extenderá por el mundo entero. Él quiere que haya muchos más sacerdotes destinados a la misión, es decir, que salgan de las ciudades y vayan a evangelizar en los pueblos, en los campos.
Reformador y formador del clero
El Arzobispo de París, deseando una reforma del clero, cede a San Vicente la antigua leprosería de Saint-Lazare, San Lázaro, que se convierte en un centro de encuentros del clero, donde se reúnen los sacerdotes, a orar, reflexionar, y escuchar prédicas de San Vicente, especialmente las famosas “conferencias de los martes”. Se forman en esta casa de encuentros, con la espiritualidad de San Vicente, muchos sacerdotes y 22 futuros obispos.
San Vicente insiste en la oración, una oración donde quería que se hiciesen propósitos prácticos, en la intimidad con Jesús, oración donde se manifestase la ternura del Señor. Propone escuchar mucho la voz de la gracia y abandonarse a ella.
Gustaba de la actividad, pero no de forma compulsiva, sino siempre dando primacía a los recursos para obtener la gracia.
Después de toda una vida dedicada a los más variados apostolados, cae enfermo en junio de 1660, cuando heridas de antaño en sus piernas se vuelven a abrir y comienzan a supurar. Rechazaba también cualquier alimento.
Finalmente, muere el 27 de septiembre de 1660, en la madrugada.
52 años después, fue exhumado por el Arzobispo de París: “Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales”, según quedó registrado.
Con información de Aciprensa
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