Nuestras peticiones muchas veces no llegan a lo que Dios quiere concedernos.
Redacción (20/10/2024 12:07, Gaudium Press) Refiriéndonos a las lecturas de hoy, domingo XXIX del tiempo ordinario, podemos decir que a primera vista, la búsqueda de los “hijos del trueno” de posiciones destacadas en el Reino de Dios fue el resultado de una ambición audaz. Pero al analizar lentamente el desarrollo de la escena, queda claro que el deseo de Nuestro Señor no es reprimir la petición, sino encaminarla hacia ambiciones mucho más audaces que las que perseguían los dos apóstoles.
Un cheque en blanco
En aquel tiempo, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te pedimos” (Mc 10,35).
El texto griego presenta una peculiaridad en cuanto al verbo utilizado por los dos hermanos. De hecho, cuando dicen “queremos que…” en griego se lee “θέλομεν ἵνα…” (thélomen ina) que puede traducirse por la forma condicional “querríamos que…”, o “nos gustaría que…”, lo que nos lleva a pensar que los dos hermanos no pretendían presentar directamente su deseo sin antes intentar comprometer a Nuestro Señor con una especie de cheque en blanco. [1]
Entonces Jesús les pregunta qué quieren. “Déjanos sentar uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”, responden.
En verdad fueron llamados a flanquear al Hijo del Hombre en su gloria. La solicitud no es tan irrazonable como se podría objetar. Era lo que les indicaba su vocación en lo más profundo de sus almas, era el plan de Dios para ellos.
Además, Nuestro Señor les había prometido que, el día de la renovación del mundo, cuando Él mismo esté sentado en su trono de gloria, cada uno de los doce apóstoles se sentaría en un trono desde el cual juzgarían a las doce tribus de Israel. [2]
No está mal desear un alto rango
En su obra magistral Lo inédito sobre los Evangelios, Mons. João Clá Dias explica que querer un cargo superior no constituye una falta.
“Algunos creen que Nuestro Señor, en este versículo, condena todo y cualquier deseo de prominencia; sin embargo, no hay en su respuesta fundamento para tal interpretación. Él da a entender que los dos hermanos piden poco.
Su naturaleza humana está ávida de glorias mundanas y pasajeras, mientras que el Maestro quiere invitarlos a las celestiales y eternas. Por eso, no niega el pedido, cuya verdadera dimensión desconocen.
No sabían lo que pedían, porque se equivocaban en cuanto al tipo de honra deseada. Esto demuestra que es legítimo aspirar a una grandeza terrena proporcionada -siempre que sea útil para la santificación de quien la pide y de los demás-, pues, enseña Santo Tomás que, respecto a los bienes temporales, ‘el Señor no prohibió la solicitud necesaria, sino la solicitud desordenada’”. [3]
La cruz es el camino a la gloria
Sin embargo, la preocupación desordenada por los bienes temporales sacude a menudo las mentes y los corazones.
Hay un peligro que hay que evitar a toda costa: el de buscarse a uno mismo y no a Dios. Este peligro afecta a todos, ricos y pobres, grandes y pequeños. Alguien puede ser grande y utilizar sus privilegios para glorificar a Dios y hacer el bien a los demás, y también es posible lo contrario, de modo que el equilibrio está en el propósito deseado.
Por otra parte, los grandes honores de la nobleza sólo se confieren a quienes han dado auténticas pruebas de devoción a su soberano.
Nuestro Señor está en plena lucha hacia el Calvario. Si alguien desea más la recompensa que hacer la voluntad del Maestro, se revela como un vil mercenario y no como un verdadero discípulo.
Por eso, el profeta Isaías, en la primera lectura, presenta la imagen del Siervo sufriente: despreciable, herido, cuyo aspecto repugna a la vista, presagio de los terribles tormentos de la Pasión.
Nuestro Señor pregunta entonces a los hermanos: “¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?” Significaba así el camino doloroso que estaba reservado para Él y para aquellos que deseaban y desean unirse a Él en gloria.
Los hermanos responden: “Podemos”. De hecho, los hijos del Zebedeo probarán la amargura del cáliz del sufrimiento, ya sea en el derramamiento de sangre o pasando ilesos por sufrimientos mortales, para llegar a ser dignos, por los méritos del Salvador, de estar junto a Él en su segunda venida.
Donación de un regalo superior
Pero, después de todo, ¿qué es lo que Nuestro Señor quiere dar a sus discípulos que supera en tanto su ambición? Un don espiritual, superior a cualquier distinción política o social. La gracia de la perfección cristiana que consiste en ser reflejo de Él, que será tanto más clara y luminosa cuanto mayor sea la renuncia a sí mismo, la generosidad al tomar la cruz destinada a cada día y el seguimiento de cada uno de sus pasos.
Que la Virgen de las vírgenes obtenga de su Divino Hijo la gracia de que estemos enteramente unidos a Ella para que nuestros deseos sean los mismos que los de Ella y, por tanto, los mismos que los de Nuestro Señor.
Por Rodrigo Siqueira
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[1] Cf. FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible: Évangle selon S. Marc. Paris: P. Lethielleux, 1893, p.154.
[2] Mt 19,28.
[3] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2014, v. 4, p. 442-443.
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