La fiesta de los Fieles Difuntos es la de las almas del Purgatorio. Aún no han llegado al cielo, pero con nuestras oraciones pueden pronto lograrlo.
Redacción (02/11/2024, Gaudium Press) Para nosotros cuando niños el Día de Difuntos era un día de alegría. La casa estaba llena de parientes, que venían a visitar el cementerio vecino a nosotros. Vivían lejos y nuestra residencia era el punto de encuentro de estas peregrinaciones. Ya temprano íbamos a decorar las tumbas de nuestros antepasados y llevar flores y velas. El perfume del lirio, flor tan abundante en el mes de noviembre nos hablaba no de muerte, sino de vida.
Pero ahí estaba la muerte: enigma, misterio, despedida, separación, dolor, tristeza. ¿Cuál es su significado, su alcance? El propio hijo de Dios, Jesucristo, quiso someterse a este pesado yugo. Se hizo obediente y obediente hasta la muerte y muerte de cruz: «Christus factus est pro nobis oboediens usque ad amortem, mortem nautem crucis».
Ella entró al mundo por medio de la culpa original, según lo encontramos en San Pablo: Por un hombre entró el pecado al mundo y por el pecado la muerte. (1 Cor 15,55) Pero Jesucristo resucitado y glorioso la venció. Afirma el Apóstol de las Gentes, a los Corintios: «la muerte fue tragada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?»
Cristo trajo vida a la muerte
La muerte de Cristo nos trajo la vida. Ella tiene un sentido universal, pues su amor alcanza a todos los hombres y mujeres del mundo. La verdadera muerte, como afirma San Pablo es el pecado.
Algo de historia
La Santa Iglesia como madre solícita, quiere ayudar a aquellos que murieron en el amor de Cristo, en la gracia de Dios, pero que precisan de un tiempo para expiar sus culpas en lo que se refiere a la «pena temporal». Instituyó así la devoción a las Santas almas del Purgatorio conmemorada el día 2 de noviembre de cada año. Esta práctica aparece por primera vez en la historia con el obispo de Sevilla, San Isidoro (Cartagena, 560 – Sevilla, 636), que mandó a sus monjes ofrecer el sacrificio de la Santa Misa por los fallecidos.
También el abad de Cluny San Odilón (994-1048) estableció que todos los monasterios bajo su jurisdicción festejasen esta conmemoración. Así las casas benedictinas pasaron a celebrar el segundo día del mes de noviembre, la solemnidad de las almas. En 1311, Roma incluyó, definitivamente, la fecha en el calendario litúrgico de la Iglesia: la conmemoración de «Todos los Fieles Difuntos».
El siglo XX inició con la Gran Guerra. Millares de personas murieron en los campos de combate. La sombra de la muerte estaba sobre toda la humanidad. El papa Benedicto XV ofició el decreto para que los sacerdotes de todo el mundo rezasen tres misas el día 2 de noviembre, por Todos los Fieles Difuntos.
El Purgatorio es un lugar donde están las almas que murieron en estado de gracia, es decir, sin pecado mortal. Pero que necesitan ser purificadas en lo que dice respecto «a la pena temporal» siendo de esta manera impedidas de entrar al cielo. Pues encontramos en el Apocalipsis: «nada de impuro puede entrar».
Es San Pablo que nos enseña: Aquel, cuya obra (de oro, plata, piedras preciosas) sobre su base resista, ese recibirá su paga, aquel, al contrario, cuya obra, (de madera, heno o paja), sea quemada, ese ha de sufrir perjuicio; él mismo, sin embargo, podrá salvarse, pero a través del fuego (Cfr. 1 Cor 3, 12 – 15).
Por tanto recemos, especialmente, por todos nuestros queridos fallecidos, para que salgan de ese lugar de expiación y contemplen a Dios por toda la eternidad.
Por Lucas Miguel Lihue
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