Mons. João Scognamiglio Clá Dias, de 85 años, falleció el viernes 1 de noviembre. Fundador de los Heraldos del Evangelio, la entrega de su alma se produjo en medio de varios signos vistos por muchos.
Redacción (06/11/2024 16:58, Gaudium Press) La muerte del fundador de una orden o congregación religiosa ocurre casi siempre en medio de signos o asociaciones a la santidad por parte de sus hijos espirituales, que buscan en las gracias del Cielo que le han sido concedidas, el refuerzo de la misión a la que dedicó su vida y a la que sus miembros, a ejemplo del fundador, se dedicarán a partir de allí. Sin embargo, las señales no siempre son tan evidentes o claras como las que vimos el último fin de semana, con la muerte del fundador de los Heraldos del Evangelio.
Mons. João Scognamiglio Clá Dias, de 85 años, falleció el viernes 1 de noviembre. Fundador de los Heraldos del Evangelio, la entrega de su alma se produjo en medio de varios signos vistos por muchos, y ante los cuales no hay duda. En primer lugar, se da un día después del aniversario de su Primera Comunión, ocasión en la que también pudo recibir por última vez el Cuerpo de Cristo. Quienes acusan a los Heraldos de una devoción exagerada o de una veneración precipitada al fundador, no pueden decir que esta coincidencia haya sido inventada por ellos. Además, fue el 1 de noviembre, fecha en la que todo el mundo celebra el Día de Todos los Santos, excepto en Brasil, tierra de Monseñor, quizás repitiendo el dicho de que “el santo de la casa no hace milagros”. Brasil es conocido por tener a sus héroes más valorados fuera que dentro de sus fronteras, al menos oficialmente: en Brasil, la Iglesia traslada la Solemnidad al domingo siguiente, a diferencia de la mayor parte de la Iglesia Católica en el mundo. Aún así, la Solemnidad del domingo marcó la despedida y última misa fúnebre del fundador cuyo maestro espiritual fue Plinio Corrêa de Oliveira, también llamado fuera de Brasil con el título de Cruzado del Siglo XX.
Una fotografía que circula entre sus miembros muestra un arcoíris justo arriba de la Basílica en la que fue velado el cuerpo de Monseñor, durante la ceremonia de tres días que culminó este domingo. Esta simbología podría compararse con la de otra foto, la del famoso rayo en el Vaticano. El rayo como símbolo de castigo, y el arcoíris, de esperanza. La tibieza de una parte del clero será ciertamente cobrada con altos intereses, mientras que la verdadera esperanza que ofrece la Iglesia es la de siempre: el deseo de santidad y de radicalidad en el servicio a las almas, del apostolado vivo que solo parece poder renacer en el mundo cuando existe una orden fuerte y devota hacia su fundador. El amor al fundador es, contrariamente a lo que predica la malicia del mundo, el fermento de la verdadera acción de la gracia en la Iglesia, habiendo tantos ejemplos de ello en la historia: jesuitas, franciscanos, dominicos y tantos otros que tuvieron a sus fundadores como signos visibles de Dios en la Tierra.
La estructura creada por los Heraldos del Evangelio ha sido fundamental para el sustento de la vida religiosa, a través de una esmerada educación católica de niños y niñas, buscando la preservación de la inocencia y la verdadera formación para la santidad entre una creciente multitud de familias. En este crecimiento, ciertamente algo silencioso, avanza aquella contrarrevolución soñada por Plinio Corrêa de Oliveira, puesta en acción de manera aún más profunda por Mons. João al seguir radicalmente los pasos de su maestro y fundador.
El ejemplo contrarrevolucionario de los Heraldos debería servir como gran alerta y amonestación a todos los que piensan enfrentar un mundo moderno anticristiano por sus propias fuerzas, ya sean políticas, retóricas o intelectuales, olvidando que todo éxito proviene de Dios y que nadie vencerá absolutamente nada sin estar radicalmente unido a Él. Y esta unión, defendida por el Dr. Plinio, solo podría lograrse a través de la Virgen María, Madre del Redentor, canal de gracias por el cual Dios mismo quiso venir al mundo y vía perfectísima para acceder a Él en este mundo. No es casualidad que todas las obras marianas en la historia de la Iglesia hayan tenido una profusión de gracias y realizaciones increíbles, siendo igualmente perseguidas sin embargo, en cierta medida, por las fuerzas de las tinieblas representadas en los poderes de este mundo.
Los Heraldos son radicales en su devoción a la Eucaristía: sus miembros, religiosos, religiosas y sacerdotes reciben el Cuerpo de Cristo dos veces al día, el máximo permitido [por la Iglesia]. Esto se debe a la percepción del fundador de que, si el mundo amplía cada día las oportunidades para el pecado, como vemos, es preciso ampliar aún más las oportunidades para la gracia, so pena de no perseverar. Para ellos, considerados exagerados y radicales por un mundo indiferente y tibio, un alma que no se esfuerce al máximo para obtener la santidad por medio de la gracia, disponible exclusivamente en la Iglesia Católica, no se mantiene estable ni siquiera en la obediencia a los diez mandamientos y, por lo tanto, no puede salvarse. Esta percepción viene del Dr. Plinio, quien vio al mundo caminar por los pasos de la Revolución, que evolucionaría hasta el culto al demonio en su literalidad más radical. Si hoy vemos al mal presentarse de forma cada vez más radical, ¿no es en la radicalidad que los buenos precisan alinearse?
La metáfora de la guerra, de la batalla, siempre fue la que más santificó en la Iglesia. Esta combatividad, sin embargo, sufrió un gigantesco revés en el siglo XX, siendo esta y no otra la razón principal de la crisis actual.
Por Cristian Derosa
Periodista y escritor, autor del libro O Sol Negro da Rússia: as raízes ocultistas do eurasianismo, además de otros cinco títulos sobre periodismo y opinión pública. Editor y fundador del site del Instituto Estudos Nacionais
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