Santa Isabel viuda joven, perseguida por el cuñado, se le restituyeron al final sus bienes, que dedicó a atender a los pobres. Uno de los mayores ejemplos en la Historia de la caridad de Cristo.
Redacción (17/11/2024, Gaudium Press) La vida de Santa Isabel de Hungría, uno de los santos que la Iglesia celebra hoy, es corta pero llena de riquezas.
Nace en ‘cuna de oro’, pero su vida es tierra de cruces.
Hija del rey Andrés II de Hungría, fue llevada con apenas 4 años a la Corte de Turingia. En 1221, cuando tenía 14 años, desposa al Landgrave Luis, que pronto comprendió la grandeza y brillo de su esposa. La quería, la protegía, también en sus devociones.
Igualmente la apoyaba en sus limosnas, que la esposa del landgrave hacía en profusión. Era una esposa solícita, madre ejemplar. El landgrave también comtemplaba admirado como su fiel esposa todas las noches dedicaba tiempo a la oración. Otro mundo, diferente a este de nuestros días.
Su amor a los pobres y enfermos fue uno de los más conmovedores ejemplos de la caridad de Cristo de toda la historia de la humanidad. Un día atendió a un… leproso en… el lecho nupcial. El landgrave, por mucho que la quería le reclamó, a lo que ella respondió: “Este hombre es Nuestro Señor Jesucristo”, y en ese momento el Duque tuvo una visión y realmente vio al propio Jesús ahí, un hermoso crucifijo derramando su sangre, y del leproso partió un admirable humor de rosas.
Pero como era habitual en esos tiempos, el landgrave Luis debió pagar el impuesto de sangre de los nobles y tuvo que partir para la cruzada, muriendo en esas lides en el año 1227. Es decir, sólo 6 años Santa Isabel tuvo esposo.
De la pompa a la miseria. Luego a la gloria
Fue cuando el hermano del landgrave, Enrique, se apropió de los terrenos del difunto, y expulsó de su casa a la Duquesa con sus 4 hijos. Pasa ella de la opulencia a la miseria en poco tiempo. Enrique prohibió a sus súbditos socorrer a la princesa, tal fue el odio que la virtud de Isabel le suscitaba. Sólo encontró en ese primer invierno refugio en un establo de puercos, con sus hijos.
Se refugia en un convento, donde toma el hábito de la tercera orden franciscana. Ese, no fue un mero ‘refugio de felicidad’ para la princesa. Llevaba una vida austera, dura. Atendía a los pobres. También tenía que aguantar a un confesor que le ponía penitencias excesivas y que en lugar de tranquilizar una conciencia tan pura creaba en su mente problemas, por pecados que nunca había cometido. La princesa santa y destronada aguantaba todo con paciencia.
Pero después de un tiempo, por mediación del Rey de Hungría, consiguió que su fortuna fue restituida. Ella no olvidó a sus pobres, vestía como los pobres y construye un hospital para ellos y muere en medio de ellos, el 17 de noviembre de 1231.
El mismo día en que murió, un hermano lego ve destrozar su brazo en un accidente, y sufría terribles dolores. Entonces ve aparecer a Isabel, no con los austeros trajes de terciaria franciscana que usaba, sino con una pompa que nunca se le había conocido. Y le pregunta: “¿Señora, usted que siempre vestía trajes tan pobres, por qué ahora tan hermosamente vestida?». Y ella le responde con una sonrisa: “Es que voy a la gloria. Acabo de morir. Estira tu brazo que está curado”. Fue el primero de muchos milagros obrados por su intercesión.
Cuatro años más tarde la canonizó Gregorio IX.
Dio ella el ejemplo de la constancia en las mayores desgracias, de la calma y la resignación cristiana ante el dolor que se aproxima, que llega, y que es ofrecido a Dios en medio de la oración.
Con información de Arautos.org y Catholic.net
Deje su Comentario