“La Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”.
Redacción (08/12/2024 11:36, Gaudium Press) Conocida popularmente como la Purísima Concepción, la Inmaculada Concepción es un dogma de fe del catolicismo que sostiene que María, Madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original, sino que, desde el primer instante de su concepción, su persona, estuvo libre de todo pecado.
Hagamos un poco de historia…
Tiempos difíciles corrían para la Santa Iglesia, y por lo tanto para el Papa Pío IX, reinante en esos momentos, en el año 1849. Persecuciones dieron lugar a tener que huir del Vaticano, en una fuga nocturna, rumbo a Gaeta – ciudad marítima entre Roma y Nápoles – a refugiarse durante nueve meses. La Divina Providencia no deja de acompañar y proteger a su Iglesia. El Santo Padre, al ver las tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en un día de gran abatimiento, decía a un cardenal cercano a su persona: “No le encuentro solución humana a esta situación”.
El mundo, un mar agitado
Un historiador y catedrático francés, Luis Baunard, narra que Pío IX contemplando el mar agitado de Gaeta escuchó y meditó las palabras de un Cardenal cercano a su persona, Luigi Lambruschini, que, inspirado por Dios, aconseja una solución que llamará la atención a todos aquellos que la lean: “Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción. Solo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden”.
Así fue que el Papa Beato Pío IX, en un caminar previo de oraciones e inspiraciones del Cielo, lanza primeramente la encíclica Ubi Primum en la que exaltaba a la Santísima Virgen, tratando en parte al respecto de la Inmaculada Concepción de María. Su difusión produjo un aumento de la devoción marial extraordinario en los católicos esparcidos por el mundo todo. Pese a ese entusiasmo, el Pontífice quería conocer la opinión y parecer de todos los Obispos. Una solución sencilla fue enviar una consulta a todos los obispos del mundo, queriendo escuchar sus consideraciones. Eran otros tiempos, otros ritmos de vida y de comunicación; fue un recorrido de más de tres años en que llegaron tantas respuestas que conformaron un conjunto de diez volúmenes. La mayoría de los 604 obispos respondió de forma positiva.
Volviendo de Nápoles hacia Roma, sintiendo el fervor tanto episcopal como del pueblo cristiano, convocó -considerando que eran tiempos de gran persecución- apenas a los obispos más representativos para estar en la Basílica de San Pedro en el día 8 de diciembre de 1854.
La descripción de un cronista de esos tiempos es emocionante. Relata que eran las 11 de la mañana, estando el Papa en su trono, el Cardenal Decano de pie, con mucho vigor, en nombre de toda la Iglesia, dice: “Santísimo Padre, dignaos levantar vuestra voz apostólica y pronunciar el decreto dogmático de la Inmaculada Concepción que hará nacer nuevo júbilo en el Cielo y llenará de alegría a todo el mundo”. El Papa se levanta, da orden de cantar el Veni Creator Spíritus; terminado el canto, de pie, delante de su trono, los 92 obispos y los 54 arzobispos, más 43 cardenales, retiran sus mitras, una multitud del pueblo se arrodilla, los cañones del Castillo de Sant’Angelo tronando. El gran privilegio de la Virgen es definido por el Papa reinante con especiales palabras. Palabras que tienen una resonancia a través de los siglos – considerando especialmente que en aquellos tiempos el naturalismo despreciaba toda verdad sobrenatural como nuestros días contaminados de secularismo -, afirmando la Inmaculada Concepción de la Virgen María, proclamando la primacía de la obra de la Divina Providencia.
El telégrafo, quedó rojo de tanto reportar
Fue entonces que el Beato Pio IX, con toda la firmeza de su voz, leyó la bula Ineffabilis Deus, cuyo punto central afirmaba: “Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.
No había en esos tiempos ni televisión, ni los medios electrónicos modernos para transmitir al vivo el maravilloso momento, apenas el telégrafo, que, singularmente comenta el tal cronista, quedó rojo de tanto trabajar dando la noticia al mundo entero.
Este Dogma, que conmemoramos solemnemente, nos introduce en el misterio de la Creación y de la Redención (Efesios 1, 4-12).
La Inmaculada Concepción de María fue la gran señal de la proximidad de la llegada del Mesías, el “esperado de las naciones”, pues fue concebida aquella que iría a ser la Madre del Redentor. Momento de unión entre el Cielo y la tierra, de la victoria sobre el demonio y todas sus malas obras. “Pongo enemistad entre ti y la mujer” (Gen 3, 15), Aquella que vemos representada en las imágenes de la Inmaculada pisando la cabeza de la serpiente. Una hostilidad establecida por el propio Dios, como bien decía el Papa Pío XII en su Encíclica Fulgens corona: “La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida”.
Aplasta la cabeza del enemigo de Dios y del género humano: el demonio; al mismo tiempo poderosa intercesora arrancando las almas de las garras del demonio y, más aún, ayudando a la Santa Iglesia a combatir las herejías que continuamente la amenazan. Al ser concebida sin mancha, comenzó la destrucción del poder de Satanás en la tierra.
Es la maravilla que la Iglesia celebra todos los 8 de diciembre, María exenta del pecado original, su Inmaculada Concepción, dogma de una importancia extraordinaria, ligado a la Maternidad Divina, el más alto de los atributos de María Santísima.
De ahí el énfasis de las palabras del evangelio: “De la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1, 16). De la Virgen María nació Jesús, que es la fuente y el origen de la salvación, pues el nombre de Jesús significa precisamente, Salvador, y también la salvación misma.
(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica de El Salvador, 8 de diciembre de 2024).
Por el P. Fernando Gioia, EP
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