“¡No hay nada como María! Nada fuera de Dios”. Las muchas razones de la conveniencia para el Universo de la Inmaculada Concepción.
Redacción (08/12/2024 12:12, Gaudium Press) La Santísima Trinidad quiso aplicar los méritos de la Pasión de Cristo a María de la manera más gloriosa, incluso antes de que se produjera en el tiempo la encarnación y vida de Jesús. “Así Ella, siempre absolutamente libre de toda mancha de pecado, toda bella y perfecta, poseyó tal plenitud de inocencia y santidad, que, después de la de Dios, no es posible pensar en otra mayor, y de quien exceptuando Dios, ninguna mente puede comprender la profundidad”. [1]
En María la naturaleza humana recuperó la belleza ideal que había perdido cuando nuestros primeros padres abandonaron el Paraíso, castigados por la mano justísima de Dios. En ella brillaba, deslumbrante y aún más graciosa, la grandeza sobrenatural que constituía la gloria de Eva antes del pecado.
A través de la Inmaculada Concepción, los hermosos días del Edén regresaron a la tierra del exilio. Ella se convertía en la flor más digna de ese hermoso jardín.
Los buenos teólogos son unánimes al admitir que la gracia concedida a María en el acto mismo de su concepción alcanzó una magnitud extraordinaria, precisamente porque extraordinario fue el amor que Dios, desde el principio, rindió a Aquella que se debía constituir junto con Cristo el arquetipo de la humanidad.
Y nadie se atreve a negar que en aquella ocasión la Trinidad le confirió toda la riqueza de las virtudes infusas y de los dones del Espíritu Santo en medida igual a la gracia que le adornaba. Se diría que, después de Jesús, recibir más sería imposible.
Por eso prevalece entre los mariólogos el sentimiento de que, en el primer momento de su existencia, la Santísima Virgen gozó del uso de razón, formándose un alto concepto de Dios, y conociendo claramente el don que le era concedido. ¿No nos cuenta san Lucas en su Evangelio que el pequeño Juan Bautista exultó de alegría en el seno de su madre al ser santificado por la voz de María (cf. Lc 1,41-44)? Sin duda fue un acto consciente. ¿Por qué entonces dudar de que el Todopoderoso haya favorecido a su Madre de manera aún más eminente? [2]
Eres toda hermosa y sin mancha
“María fue preservada del pecado original. ¿Cómo podemos imaginar, entonces, que en su alma hayan podido germinar las espinos, las plantas viles y malignas que pueblan nuestras almas?
El honor de Dios, con quien debía tener tan íntima relación, exigía que estuviera exenta de la mancha del pecado de desobediencia de nuestros primeros padres; entonces, ¿podría Él permitir que Ella se volviera culpable por un acto de su propia voluntad?
Los Ángeles Inmaculados no podían reconocer como su Reina a una criatura caída por la fuerza de una ley fatal; mucho menos, por tanto, una criatura que se hubiese deshonrado por su propia voluntad.
Además, ¿de dónde surgiría el pecado en un alma en la que las pasiones sumisas se sometían dócilmente al imperio de la razón, en la que la gracia previsora preparaba incansablemente la morada de la Sabiduría eterna, Jesucristo?
¡No, nada de faltas, por más leves que pudiesen ser! Es necesario que el oráculo tenga absoluta razón, que la Amada de Dios sea toda bella y sin mancha: “Tota pulchra es amica mea et macula non est in te – Bella eres toda, amiga mía, y en ti no hay pecado” ( Ct 4, 7-8).
Mira hasta dónde llega la delicadeza del divino Guardián. La Virgen inocente podía llegar a ser sospechosa de un crimen cuando se produzca el prodigio de su Maternidad. Conviene evitar que la debilidad humana, engañada por las apariencias, perturbe con acusaciones injustas la paz del lugar bendito que la fuerza del Altísimo cubrirá con su sombra y el Espíritu Santo fecundará (cf. Lc 1,35).
Un lugar, un seno bendito, que era Inmaculado.
___
[1] Ver Pío IX. Ineffabilis Deus, n.2.
[2] Mons. João Clá Dias. ¡Santa María! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. Parte II.
Deje su Comentario