La gente todavía tiene grandes dificultades para discernir la verdad y asumir la responsabilidad de sus acciones, sus elecciones, sus fracasos y sus omisiones.
Redacción (10/12/2024 11:13, Gaudium Press) Dos mujeres estaban hablando y no pude evitar escuchar, ya que era una discusión acalorada y el tema parecía de suma importancia. Se trataba de la aparente muerte de una planta ornamental que una de ellas le había regalado a la otra, y ambas estaban indignadas por la “muerte” del pobre vegetal.
Las dos señoras, que luego supe que eran hermanas, no estaban discutiendo entre ellas; más bien parecían estar de acuerdo y ambas dirigían su descontento a una tercera persona, no presente en la conversación que tuvo lugar en la sala de espera de un consultorio médico.
La cuestión era que una de ellas, que vivía en un departamento, le había regalado a la otra una planta que no vivía bien en su hogar, por falta de iluminación natural. La hermana que recibió de regalo la planta vivía en una casa, y ahora sí la planta estaba colocada en su salón, bien iluminado y ventilado y se había desarrollado admirablemente.
Esta explicación la dieron a otras dos pacientes que se sumaron a la conversación. Y, como el médico se estaba tomando su tiempo, el tema terminó volviéndose casi general, y prácticamente todos en esa sala terminaron dando su opinión.
El bien que trae el sol
–¡El sol de la mañana brilla en mi sala y la planta estaba hermosa! ¡El verde de las hojas saltaba a los ojos!
– Y no me digas del tamaño. ¡Las hojas nunca han sido tan grandes y tan exuberantes! En mi apartamento, ella no crecía.
–Pero bastó que fulana elogiase y comparase con la de ella, que no crecía tanto, ¡que la pobre empezó a marchitarse!
–¡Marchita!
–¡Y de un momento a otro! ¡Por la mañana estaba hermosa, por la tarde estaba toda marchita!
–¡Vaya, qué dolor!
–¡Pobrecita! ¡Tenía dos flores!
–¡Era la tercera vez que florecía! ¡Lirios de paz!
–¡Parece un pimentero seco!
–¡Sí, la envidia es un problema!
–¡Ni siquiera me digas! ¡Teníamos una vecina que no podía elogiar una planta pues ella moría!
–Fue mejor que esta energía negativa entrase en la flor, ¿no es cierto? ¿Ya pensaron si hubiese entrado en ustedes?
–¡Realmente sería capaz de derribarnos!
–¡Gente tóxica, abunda por ahí!
–Hay mucha gente que no cree en el “mal de ojo”, pero ¿existe realmente?
–Mal de ojo, ¿quieres decir?
–Así es, “mal de ojo”. A veces también atrapa animales. ¡E incluso en niños!
Cuidados al regar
Una quinta persona, una mujer mayor, que estaba mirando una revista, se unió a la conversación.
–Escucha, dijiste que era un lirio de paz. ¿No se marchitó por falta de agua? Esa planta necesita mucho riego.
–¡Nada! ¡Si le agrego agua todos los días!
–Anoche, antes de irme a dormir, la regué.
–Y también la regué esta mañana, porque ya estaba un poco marchita.
–¡Mira! Ya la había regado anoche, ¿la volviste a regar?
– La regué, porque se estaba marchitando…
La secretaria me llamó y fui a mi cita, con la conversación resonando en mi mente.
De regreso a casa, y como no estaba conduciendo, para despejar de una vez por todas los restos de la conversación, no pude resistirme a una breve búsqueda en Google sobre qué causa que una planta ornamental se marchite y muera repentinamente y, entre otras posibilidades, una de ellas era el exceso de agua que al empapar la tierra impide que la planta se oxigene, pudre las raíces y hace que las hojas se marchiten y la planta muera.
Por supuesto, si se mira con un poco más de atención, también encontrará la explicación del poder de la envidia y el “mal de ojo”, al que se referían las mujeres…
¡La buena voluntad no es suficiente!
La verdad es que cuando sucede algo malo, nunca examinamos nuestra conciencia para ver nuestros propios errores. Siempre es culpa de otra persona. Esto es lo que les pasó a las dos hermanas, que inmediatamente acusaron a una tercera de haber echado una mirada destructiva a su planta. Pasamos por situaciones en las que es más fácil atribuir a los demás las consecuencias de nuestras acciones, nuestras elecciones, nuestros errores, nuestros descuidos, nuestras omisiones.
Las hermanas ancianas, en su afán por cuidar bien la planta, en lugar de hablar entre ellas sobre el momento adecuado para regarla y decidir quién lo haría, por cierto, con muy buena voluntad, empaparon a la pobre y la llevaron a muerte por físico ahogamiento.
Esto nos lleva a reflexionar que, en la vida, la vigilancia hacia los demás y la buena voluntad no son suficientes para santificarnos. Necesitamos también discernimiento y coherencia para ver nuestros defectos y combatirlos. A la gente todavía le cuesta mucho discernir entre la envidia, el mal de ojo y la exageración a la hora de regar…
¡Cuánto nos falta aún, Señor, caminar en la humildad y en el reconocimiento de nuestros errores!
“Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconoce al Señor en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Pv. 3, 5-6).
Por Alfonso Pessoa
Deje su Comentario