“…en el fondo lo que yo vendo es vicio…”
Redacción (11/12/2024, Gaudium Press) Un día alguien, que considero bastante conocedor del asunto, intentó explicarme cómo funcionaban los algoritmos en ciertas redes sociales, algo así como la ‘inteligencia’ por ejemplo detrás de los videos de Facebook.
Después de pasar por el filtro de mi supina ignorancia en esas materias, lo que entendí y me quedó fue algo así:
‘Ellos’ recogen —de acuerdo con la navegación que la persona va realizando en internet— abundantes datos de la ‘presa’, por ejemplo edad, sexo, enfermedades, intereses, vicios, virtudes, cualidades y deseos, las ansias permanentes y las efímeras. Todo lo que se pueda y toda la huella electrónica rastreable que el cibernauta va dejando. En función de ese mapeo que hacen de cada cual (que frecuentemente puede llegar a ser más exacto del que uno mismo tiene de sí), nos van ofreciendo un producto, un video, una noticia, etc., que buscará atender las apetencias más vivas del navegante.
No somos pocos lo que hemos escuchado a más de uno decir algo del estilo ‘mire lo que me pasó de raro en estos días. Estaba pensando que de pronto necesitaría cambiar de lámpara de mesa de noche y, ¡oh sorpresa!, al entrar en el site de tal informativo, empezó a aparecer propaganda de lámparas de noche a muy buen precio… ¡Impresionante!’.
Sin embargo no, no es magia cibernética, ni ningún fantasma omnisciente de la web. Puede ser algo tan sencillo como que en algún correo electrónico o en otro tipo de mensaje mencioné que mi lamparita había comenzado a fallar, o que pensaba pasar por tal sector de la ciudad donde se venden lámparas, o simplemente apareció alguna propaganda de lámparas en la que mis ojos se detuvieron unos instantes, y ¡zas!, se recogió el dato, y con base en los datos se operó la ‘magia’… los algoritmos comenzaron a hacer su trabajo, se triangularon algunas informaciones, y la maquinita dedujo con una capacidad superior al ingenio humano que me estaba interesando en encontrar ese objeto.
Es decir, nos observan acuciosamente, aunque no nos demos cuenta…
Pero sigamos con el algoritmo.
Es el caso del chico, pensemos en un joven amante del skateboarding (para nosotros los de cierta edad, el deporte del monopatín), que llega a una sección de videos de alguna red social. Entonces el algoritmo, que ya tiene los datos, que ya lo ‘conoce’, es fácil que le presente un video con p. ej. declaraciones y alguna exhibición del campeón mundial de skate, que por ‘casualidad’ es su ídolo, un Tom Lynch cualquiera…
Eran las cinco en punto de la tarde, hora de revisar los deberes dejados en la escuela. Pero antes Andrés (la víctima) quiso revisar su whatsapp, del whatsapp saltó al Facebook, y ya estando allí, pues por qué no echarle un vistazo a los videos, en donde se encontraba el ágil Lynch…
Andrés piensa que solo será una ojeada rápida a la entrevista de Lynch y luego sí irá a los deberes. El pez ya ha mordido el anzuelo, que venía recubierto por una lombriz o golosina de su gusto, el skate.
Entre tanto el video es corto (los videos largos o son muy buenos o aburren, además el formato de las redes normalmente es corto), no durará más de ‘x’ minutos. No hay problema: de forma automática, terminado el primero, saltará a la vista otro de un contenido similar o no; no será otra entrevista a Tom Lynch, sino tal vez las declaraciones de otro experto en skateboarding describiendo unos descubrimientos realizados recientemente, que ayudan a perfeccionar la técnica del arte del monopatín y las rampas de curvas deslizantes. Las tareas de la escuela pueden esperar unos minutos, sólo serán unos minutos más…
Entre tanto, el algoritmo ya ‘sabe’ que no podrá mantener prisionera la atención de la víctima en el mismo asunto por más de cierto tiempo. No obstante, la maquinita ya tiene la solución: él conoce a su paciente y sabe de otro de sus entrañados intereses, y como por arte de ‘magia’, terminado un video, pum, saltará a otro sobre… las mejores playas del Caribe…
Los deberes ya han quedado refundidos en el empolvado baúl de los viejos recuerdos.
—Es como si este aparato me conociera, piensa el chico.
Resulta que él hace parte del comité de alumnos escogidos para sugerir destinos del paseo de graduación. Y, oh casualidad, el comité estaba considerando justamente un viaje a un destino turístico caribeño tal vez en las Antillas. Es claro, no es necesario ser adivino para suponerlo, la atención de Andrecito quedará subyugada por el nuevo video.
Y de esa manera, entre gustos y diversidades, cuando Andrés cae en sí habrán pasado tres o cuatro horas, de video en video, en una secuencia mezcla de skateboarders, el azul esmeralda del Caribe, el último challenge que causa furor en tiktok, alguno que otro video de su cantante preferido o de moda, etc., etc., etc.
La operación se irá repitiendo cada tanto, después podrá ser día tras día, hasta que el chico (y muchos de los no tan chicos) pueda ser formalmente declarado adicto al celular y sus redes. Ya ha sido noticiado que varios de estos algoritmos tuvieron asesoría de neurocientíficos expertos, que conocen como funcionan y se aprovechan de los circuitos cerebrales del placer.
La anterior historia no es fruto una sesuda investigación sobre la materia, de la que repito soy poco menos que ignorante. Pero quien ya hace unos años siguió todo el escándalo de cómo Cambridge Analytica usó datos de Facebook para influir en posibles e indecisos votantes, en la elección presidencial de 2016 de los EE.UU., tiene la sospecha de que la ficción en estas materias no está tan lejos de la realidad. Y si a esos algoritmos le sumamos los recursos que ahora se tienen con la Inteligencia Artificial, cuidado…
La adicción a las redes sociales ya está siendo tratada por los expertos como cualquier adicción, es decir, como un comportamiento compulsivo a hacer uso de esas redes, que tiene como posibles consecuencias las características de cualquier adicción, esto es depresión, o ansiedad, o afectación a la autoestima, dificultad para establecimiento de sanas relaciones sociales, etc.
Cuando al drogadicto le cortan el acceso a la droga, se puede dar el síndrome de abstinencia, un conjunto de síntomas consecuencia justamente por no tener acceso al objeto de su excesivo placer. Esos síntomas pueden ir desde los físicos como temblores, nauseas, hasta los más psicológicos como irritabilidad, cambios en el carácter, deseo irrefrenable de volver a consumir la sustancia, los mismos del estado de ánimo como ansiedad, depresión. ¿Se le ha quedado alguna vez en casa el celular en casa, de camino a la oficina? ¿No habrá sentido usted algunos signos de ese síndrome abstinente…?
El problema es que esta ‘droga’ de las redes sociales, tiene características que no tiene una marihuana, o la cocaína: nos conoce, es ‘inteligente’, sabe lo que nos gusta, y se puede revestir con el ropaje de las cosas que nos gustan. Por eso, aunque pueda ser una droga light, puede ser más peligrosa. Además para consumir cocaína, el adicto tiene que ir a comprarla, con el desmedro de su bolsillo y los riesgos que esto conlleva. En cambio la ‘droga light de los algoritmos’ es gratis, y nos acompaña 24 horas al día; tiene muchos sabores, olores y colores, ahora puede oler a pay de manzana, después puede traer el rumor y la espuma de las olas del Caribe, más tarde la voz del cantante favorito…
Pueda ser que no estaba tan lejos de la realidad ese empresario en marketing digital que un día, un tanto pasado de copas, dijo a un grupo de amigos “en el fondo lo que yo vendo es vicio…”.
Ocurre que como cualquier vicio, la general actitud pasiva de disfrute sensible, que asume el cibernauta cuando contempla las informaciones de las redes sociales, justamente va atrofiando particularmente las capacidades superiores del hombre, y va creando a un ser manipulable por el placer constante, a-crítico, a-analítico.
Hay estudios que correlacionan por ejemplo demasiado uso de internet con capacidad de comprensión de lectura y análisis crítico, particularmente en jóvenes: a mayor uno, menores los otros. Es claro.
Pero tal vez lo peor de vivir atrapado en la burbuja digital, es que la víctima va perdiendo la posibilidad de acceder a las riquezas de la vida real, a la contemplación extasiada y analítica de la naturaleza, de las psicologías de los hombres, a la admiración de la maravillosa diversidad de la realidad real. Se va convirtiendo en un autómata, atento solo al goce animal del su objeto de placer.
Por eso, cuidado. Menos redes y más uso de la contemplación, del análisis y de la cabeza.
Después de haber visto varios capítulos de una buena serie televisiva de Sherlock Holmes, me adentré en la lectura de los propios textos de Conan Doyle: estos tienen una riqueza que no tienen las imágenes, porque en la lectura puedo entrar más en el espíritu del autor, y puedo desplegar más mi espíritu, puedo yo mismo crear las imágenes que ilustrarán en mi mente la lectura; además puedo ser más crítico, puedo parar cuando quiera, retroceder, asentir, concordar con lo que me está siendo dicho, o rechazarlo.
Puedo ser yo, y no un mero autómata.
¿Las redes? Cuidado…
Porque al final, quienes manejan el mundo son los que piensan, no los autómatas. Estos normalmente son los esclavos. Que Dios nos libre y guarde.
Por Saúl Castiblanco
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