“Mi pueblo aún conserva mucha vitalidad, un fuego interior desbocado y medio salvaje…”
Redacción (21/12/2024, Gaudium Press) Mi pueblo aún conserva mucha vitalidad, un fuego interior a veces desbocado y medio salvaje, que las personas emplean en hacer y pensar en la lucha de la vida, en meditar en las cosas necesarias para la subsistencia, comúnmente dejando de lado las trascendentales.
Mi pueblo, casi que todo él construido por la Iglesia, venida en sangre enfrascada de España sumada a unos naturales no tan belicosos, es, en este mundo de ateísmo práctico, un oasis donde se conserva mucha fe, una fe que llamaría intuitiva. Fe de carbonero, pero sensible y vivaz, sin hollín ninguno. Ellos, los de mi pueblo, saben que Dios existe, es como si lo olieran en el ambiente, pero no les pidan que expliquen esa fe, pues no serían capaces. Es que en mi pueblo muchas cosas son intuitivas…
—Ayer Mariana hizo una amiguita, me dijo mi hermana para desatollar la parla del almuerzo.
Mariana, la sobrina de tres años, desenraizada desde Michigan y por estos días de visita junto a los sudacas, es de carne y sangre enteramente sudaca. Quedé intrigado, pues ella entiende algo de castellano pero no habla ni jota de la lengua de Quevedo.
—¿Quien es la nueva amiguita de Mariam?, indagué con cierto tacto, ya que en frente mío se encontraba la niña, que tiene ‘pluma’ y pronto había percibido que hablábamos de ella.
—Juliana, la hija de fulana, ¿te acuerdas?
Recordaba perfectamente al encantador retoño de mi prima, de más o menos la misma edad de Mariana, que había estado de visita en casa el día anterior.
—Pero… ¿cómo se comunicaban?
—Ja, y dizque psicólogo… ¿No sabe usted que el 80 por ciento de la comunicación es no verbal?
—Bien, no sé si será tanto como el 80 por ciento, dudé para mis adentros.
De mis estudios en esas materias, que la bruma del tiempo va tornando indefinidos y cubiertos bajo el polvo de una memoria no tan buena, creo recordar que un luminoso día un arriesgado americano se aventuró en estimar en un 50 por ciento, el papel del lenguaje no verbal en la comunicación. Pero si en alguna parte del mundo los términos de lo que se dice son solo una parte de lo que se dice, es en esta región y en mi país. Aquí también es importantísimo el tono en que se dicen, los gestos con que se dicen, la actitud corporal que acompaña lo que se dice…
En días pasados participaba de un abigarrado círculo de conversación, atizado por una aceptable pizza margarita, en el que se hallaba un amable religioso europeo, fino intelectual y excelente escritor, que lleva bastante viviendo en América Latina, y quien entendió y quiere mucho a este exuberante rincón del planeta, tanto que está dando su sangre por su evangelización.
—Aquí, en estos países, ratificaba el monje, la gente no pone cuidado en lo que se le dice, sino en la cara de quien se lo dice. Después, si la cara le interesó, entonces irá a las palabras. Todos, agradecidos con la benévola comprensión, concordamos con indisimulada sonrisa, reveladora de que en el fondo nos sentíamos un tanto vanidosos con esa realidad.
Pero ¿qué es la intuición? ¿Complemento u obstáculo a la verbalización? ¿O simplemente algo que camina por vía propia?
Recuerdo que el prof. Plinio Corrêa de Oliveira decía que antes de recurrir al diccionario, él primero removía, escarbaba y usaba lo que se había sedimentado en su cabeza a lo largo del tiempo, buscando extraer de ese tesoro personal alguna conclusión propia. Intentemos ahora esto. (Ah, el delicioso placer de pensar…).
¿Para qué dirigir los focos primero en la actitud y el rostro de quien nos habla? Creo que es porque viéndolo, se considera que poco o mucho se conocerá del interior de esa persona. Es un intentar percibir quien es el interlocutor, si es sincero, si sabe de lo que habla y merece ser escuchado, si no nos estará tendiendo una trampa, si realmente tiene buena disposición hacia nosotros, etc. Se cree posible así penetrar en el interior de la psicología del interlocutor, y la experiencia ha mostrado varias veces que sí.
¿No es eso un don?
Hay cierto extranjero que queda loco cuando llega por primera vez, por ejemplo, al caribe de mi tierra, creyendo que había hecho bien el curso de español:
—Peerrrro, ¿por qué me está cobrando más de lo que le cobró a ese otro?
—Ajá, porque ajá. Sin calenturas compa, que aquí no hay bochinche; vamos con ‘su-avena’ y su pitillo que terminamos de amigos… (Traducción, incluida sobre todo la interpretación del lenguaje no verbal: ‘No digas eso; por qué estás diciendo eso. Mantén la calma que todo tiene arreglo. Vamos conociéndonos que te voy a hacer una rebaja que acabaremos de compadres’).
Conozco algunos franceses, que después del primer choque con el swing latino, y por veces tras una primera impresión de haber desembarcado en África (palabras textuales de alguien sin mucho freno), van siendo subyugados por cierto ‘encanto’ hasta que un día anuncian solemnemente a su familia de ultramar que no los esperen más, que mejor si quieren, aquí los esperan…
¿Cuál es el embrujo que los cautiva? Porque no son propiamente los elementos de una civilización ‘desarrollada’.
Creo que es una combinación de varias cosas:
Una intuición que agiliza las cosas y hace que la comunicación sea más rápida y más densa, aunque no necesariamente explícita sino con muchos aspectos subentendidos; un deseo no solo de escuchar al otro, sino también de conocerlo por entero y de apreciarlo en sus lados buenos o sorprendentes, que alegran y enriquecen; un ambiente con muchas notas de familia, donde en el trasfondo pareciera que todos se sienten de una misma familia, y donde si usted quiere, foráneo, las puertas están abiertas para entrar en esta onda y hacer parte de la ‘familia’; en el fondo del horizonte, una sensación de que por estos lados del mundo hay realidades que los meros conceptos no son capaces de revelar, pero que se perciben aquí más intensamente.
Ahora bien, ocurre que enseñan la sana filosofía y teología, que las realidades terrestres no son sino reflejos de realidades trascendentes. Una cualidad que avistemos en esta tierra, por ejemplo, la elegancia de un cisne, no es sino un reflejo de esa virtud hecha realidad superior en el Ángel de la Elegancia, la cual a su turno no es sino mero reflejo de esa virtud presente de forma absoluta, en la Esencia Divina, en el Creador.
Si la intuición es una capacidad superior de percibir esas realidades trascendentes, si la intuición puede constituirse en un puente constante a la fe, entonces es un don superior, que habrá que ir puliendo y explicitando por la cultura, pero en extremo valioso aunque sea diamante en bruto.
Y ese lado bastante afectivo —muchas veces deformado sí, pero que es de lo principal del encanto de estos pueblos del sur del Río Bravo— bien considerado, se justifica en una cierta conciencia colectiva subyacente de que todos somos hijos de Adán y llamados a ser hermanos en Cristo. Por lo demás, la afectividad generosa latina no es sino consecuencia de los muchos restos de fe que aquí resisten, pues lo normal del mero ente humano no es la afectividad generosa sino el egoísmo individualista pútrido, frío, que envilece, también aquí presente en la medida en que sectores de estos pueblos se descristianizan.
Hay atrasos aquí, tenemos problemas no pequeños, sin duda. Pero si el desarrollo fuese perder todo de lo que hemos hablado, en beneficio de rígidos modelos importados, que hacen por ejemplo desaparecer el sentido de familia aún presente en la sociedad, es la hora de preguntarse cual es el tipo de desarrollo que queremos. Si el progreso conlleva en perder la nota católica, mejor no. Más bien va siendo hora de adquirir conciencia de lo que tenemos y nos fue dado, y de lo que podemos y debemos dar a la Iglesia, a Dios.
Porque verdadero progreso es tener cada vez más a Cristo en el corazón, que el resto nos será dado por añadidura, como ya mucho se nos ha dado.
Por Saúl Castiblanco
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