Finita Márquez nació un día en México, hace 52 años. Desde joven, tuvo que enfrentar dificultades que marcaron su vida, de maneras profundas.
Redacción (05/02/2025 08:17, Gaudium Press) Finita Márquez nació un día en México, hace 52 años. Desde joven, tuvo que enfrentar dificultades que marcaron su vida, de maneras profundas.
Nació en una familia numerosa, diez hermanos, donde el amor de los padres era el refugio.
Entretanto, su infancia fue señalada por una enfermedad, ocasión de rechazos. Ese padecimiento forjó una timidez, marcó su carácter. Las miradas de los compañeros de escuela siempre estaban llenas de curiosidad y desagrado. Ellas —las miradas— le decían, que Finita no encajaba ahí. Esto la hacía sentirse aún más sola.
A pesar de esos momentos oscuros, Finita nunca perdió la fe en Dios ni el apoyo de su familia, que velaba por su salud y bienestar. Su madre hacía todo lo posible por llevarla a tratamientos médicos, que al final consiguieron una recuperación asombrosa. La felicidad volvió a llenar su vida y la de su familia, pero la adolescencia presentaría nuevos desafíos.
Llegada a la juventud, Finita quedó embarazada y tomó una lamentable decisión que cambiaría su vida de forma sustancial. Sometida a un legrado, sintió en su corazón que no había sido lo correcto. “Al poco de quedarme embarazada” sintió que “ya había vida”, confesó después. La determinación de truncar su embarazo no solo la marcó, sino que abrió la puerta a una serie de cambios oscuros dentro de ella.
Su forma de ser, antes tranquila y obediente, se transformó. Comenzó a salir de noche, demasiado; probó el cigarro, y la tristeza la invadió. Los pensamientos suicidas no tardaron en llegar, y Finita se empezó a cuestionar constantemente sobre el propósito de su vida.
La culpa le hacía sentir algo como un demonio invisible que la atormentaba. “Cuando una mujer renuncia a la vida que lleva dentro, abre una puerta a un espíritu de muerte”, reflexionaba después. En medio de ese dolor, se convirtió en una mujer celosa, amargada y profundamente triste, siendo ya casada: una sombra de la persona que había sido. Su vida ya no tenía esperanza, y hasta dejó de mirarse en el espejo. Le resultaba imposible aceptar su reflejo.
Empieza el camino hacia la luz
Pero su ser seguía buscando la redención.
Finita comenzó a asistir a misa, y, en su búsqueda de alivio se unió a un retiro espiritual, en el que tuvo la ocasión de confesar sacramentalmente su pecado. Pero aunque sentía que Dios la había perdonado, no lograba encontrar paz en su corazón. La tristeza seguía ahí, profundamente arraigada.
Un día, durante una oración comunitaria, algo inexplicable ocurrió. Finita, sentada frente a una imagen de la Virgen María, pidió una vez más perdón por su pecado. De repente, una mujer que llevaba unas bolsas pasó cerca, pidiéndole permiso. Finita, sin pensarlo dos veces, quiso ayudar a cargarlas. Al tomar una de ellas, un aroma a rosas llenó el aire, perfume que sintió divino y penetrante. Al revisar la bolsa de la mujer le preguntó “¿qué perfume llevaba?”; pero esta le aseguró que ninguno. El olor permanecía en el aire. En ese momento, algo milagroso sucedió, en su mente. Finita sintió que la Virgen le susurraba al oído, calmando su alma: “No sufras más, tu hijo lo tengo entre mis brazos, hasta que puedas reunirte con él. Reza el Rosario”, le dijo. Esas palabras la llenaron de consuelo; pero faltaba pasos más en su sanación.
Los días no dejaban de tener momentos oscuros. Un día Finita, en un video de Youtube, escuchó el mensaje de un predicador que es como si hubiese sido escrito para ella, describía todo lo que ella estaba sintiendo: “Ábrele tu corazón al Señor, dile que ya no puedes más”. En ese instante, percibió una calidez profunda que recorrió todo su ser. Era el Espíritu Santo que con su amor la abrazaba y la ayudaba a sanar sus heridas. Entonces se postró a llorar de arrepentimiento, reconoció una vez más sus pecados y pidió perdón desde lo profundo de su corazón.
El dolor y la angustia de años se fueron, pero seguían los desafíos.
Se fueron los demonios
Tiempo después, su padre falleció frente a ella; un momento muy doloroso, que se convirtió en una nueva oportunidad para experimentar la gracia divina. Finita sintió como la Virgen María la tomaba de la mano, llevándose con ella el dolor y todos los demonios que habitaban su corazón: la lujuria, el adulterio, la muerte, la depresión y la ansiedad.
Ahora, con un corazón sanado y una paz rehabilitada, Finita comparte su testimonio con el mundo, invitando a todas las mujeres a encontrar el perdón y la esperanza en el amor de Dios, sabiendo que el camino de sanación no es fácil, pero que con la fe cristiana y la intercesión de la Virgen, todo será posible. “Si alguna vez decidiste abortar, si no puedes perdonarte a ti misma, ve a la Virgen. Ella, con su amor maternal, te ofrece la paz que tanto necesitas”. (MCV)
Con información Religión En Libertad.
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