“El mito del ‘alma gemela’, tal vez más antiguo que el de la caverna de Platón…”
Foto: Mae Mu / Unplash
Redacción (06/02/2025 19:11, Gaudium Press) El “amor es el motor que todo lo mueve”, se repite por ahí, con frecuencia, envuelto en diversos papel-regalo y con diferentes versiones (‘el amor mueve el mundo’, ‘el amor es la esencia de la vida’), en expresiones que se usan casi siempre para referirse al amor romántico entre un hombre y una mujer.
Con acento creciente desde finales de la Edad Media, líricos de todos los pelambres y lugares se han encargado de nutrir o representar cantos, odas, piezas de teatro, novelas, y últimamente series de televisión y filmes de todo género, con argumentos que tienen como trasfondo que el secreto de la vida es encontrar el ‘buen amor’, hallar ‘el amor’, refiriéndose al amor humano. El mito de la ‘media naranja’ o del ‘alma gemela’, tal vez más antiguo que el de la caverna de Platón, resiste más que el titanio y ha sobreaguado épocas, modas, decepciones, ocupando aún un lugar central en el arte, desde el más depurado hasta el más vulgar.
Para decir la verdad, no es que ocupe ‘un lugar central’: es que si se hace una rápida ‘investigación’ en internet, ratificamos que el asunto amor / desamor mantiene el primer lugar en los temas del canto y de la lírica.
¿Cómo se explica eso?
Creo que no hay que devanarse los sesos para encontrar la razón, desde que se la busque en la psiquis humana, donde forzosamente se debe buscar la explicación de todos los hechos sociales (la sociología más que estadística, debería ser psicología, digo yo).
Nos dice la buena psicología, esa que surge de la buena filosofía, que uno de los instintos más profundos y potentes en el hombre es el de sociabilidad, tan fuerte que a veces logra pasar por encima del propio instinto de conservación: Por ejemplo, hay personas que van a la guerra (venciendo el instinto de conservación), solo para no ser tildados de cobardes (hiriendo su instinto de sociabilidad). Sin embargo, el instinto de sociabilidad —que comúnmente se define como la tendencia a buscar la compañía y la interacción con los otros— podría tal vez mejor explicarse como el deseo de sentirse amado por los demás, el anhelo de sentirse acogido, querido por los otros. No creo que haya alguien que ose negar eso. Y si ese es uno de los instintos más básicos del ser humano, pues es normal que encuentre abundante expresión en las artes de todos los tiempos.
El hombre siente hambre de comida, pero con frecuencia el hombre tiene más hambre de ser amado, gigantescamente. Esto por lo demás corresponde y es una demostración de la vocación sobrenatural del hombre, pues como decía San Agustín en una frase inmortal, “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, algo que podría traducirse como ‘nuestro corazón, nuestra voluntad tiene una sed de amor infinito, y solo cuando encuentre esa fuente de amor infinito que sos Vos, Señor, descansará…’.
La anterior sentencia de Agustín de Hipona, por lo demás, ya nos va poniendo en los debidos rieles en estas materias y deshaciendo ilusiones de los mitos mundanos del amor romántico a los que nos hemos referido arriba, pues estamos hechos para recibir un amor infinito, y solo este amor infinito nos saciará por entero, por lo que ya se puede ver que eso de la felicidad completa en el hallazgo de la “media naranja”, no pasa de argumento para vender música.
Sin embargo, no negamos que el buen amor humano trae solaz en el exilio que es esta tierra. Entretanto, en este campo es muy importante distinguir, el verdadero amor del falso amor, algo que ya no es tan difícil desde el momento en que el Verbo se hizo Hombre, por amor: el verdadero amor es el que se parece al amor de Dios, y el falso es el que se aleja del amor de Dios; el verdadero amor es el que busca generosamente el bien del otro, y el falso, pues, lo contrario; el verdadero es el que se parece al amor de Cristo, y el falso es el que se parece al ‘amor’ de satanás; verdadero es el amor que está pendiente del otro y se sacrifica (como Cristo en la cruz), y falso es el ‘amor’ que solo busca el placer o el beneficio propio, que además es efímero; falso es el amor romantizado, verdadero es por ejemplo el recto amor familiar.
Y al final, al final, incluso aunque se sea el objeto del mejor amor humano, este será insatisfactorio de fondo, pues será limitado por la finitud de la criatura.
Por lo demás, si lo buscamos bien, ya en esta vida podemos probar las gotas con sabor infinito del amor de Dios. La piedad —es decir, la relación con Dios, la Virgen, los santos, canales directos a Dios— puede y casi que debe ser considerada como el camino hacia una maravillosa unión de amor con Dios.
Es en esta atmósfera divina, en que el hombre debe desarrollar sus relaciones humanas, bajo esta clave: “Amaos los unos a los otros, [pero] como yo os he amado” (Jn 13, 34). Esa atmósfera es la de la gracia, de Dios, la atmósfera divina del amor humano la da la gracia de Dios, que construye la civilización del verdadero amor.
“No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, dijo Cristo (Jn 15, 13).
El verdadero amor es ese. La vara para medir cualquier amor es esa, es Jesús. El resto, no pasa de ‘amor’ de satanás. Mero mito romántico, frustrante.
Por Saúl Castiblanco
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