La figura del ex cardenal americano McCarrick se ha convertido en un símbolo incómodo de un mal que todavía acecha a la Iglesia.
Foto: Vatican News
Redacción (09/04/2025, Gaudium Press) La muerte del ex cardenal Theodore McCarrick el 4 de abril pasado cierra una página oscura en la historia reciente de la Iglesia Católica, pero no su impacto. Por el contrario, su figura se ha convertido en un símbolo incómodo de un mal que aún acecha a la Iglesia: el de la impunidad clerical sostenida por redes de protección, silencio cómplice y desconfianza institucional hacia las víctimas de abusos. En este punto, es justo preguntar: ¿qué ha aprendido realmente la Iglesia del escándalo McCarrick?
En artículo publicado el 6 de abril en el sitio web de Crux, el periodista Charles Collins ofrece un análisis en profundidad del legado dejado por el ex cardenal. “El fantasma de McCarrick ronda la Iglesia”, escribe Collins. La expresión no es una exageración; de hecho, resume la percepción de que los mecanismos –en gran medida activos– que permitieron a McCarrick escalar los peldaños del poder eclesiástico, incluso bajo graves acusaciones, como demuestran casos como el del padre Marko Rupnik, continúan.
“Si no es asunto mío, no es mi problema”
El caso McCarrick expuso, con una brutalidad sin precedentes, la complicidad de varios prelados de alto rango de la Iglesia. “Ningún otro caso en la historia de la crisis de abusos ha expuesto la complicidad de tantos funcionarios eclesiásticos de alto rango”, dice Collins, citando la evaluación del sacerdote y abogado canónico Thomas Doyle. Durante años, obispos y cardenales declararon que desconocían las acusaciones contra McCarrick o que, habiendo escuchado rumores, no encontraban las acusaciones “creíbles”.
Esta lógica institucional de evasión de responsabilidad se resume en la actitud descrita por Collins: “Si no es asunto mío, no es mi problema”. Esta cultura de la omisión, marcada por una jerarquía que prefiere proteger su propia reputación y la de sus miembros en lugar de defender a los vulnerables, es uno de los elementos más arraigados y difíciles de erradicar.
Una respuesta forzada
Es innegable que la caída de McCarrick, expulsado formalmente del Colegio Cardenalicio en 2018 y reducido al estado laical en 2019, marcó un punto de inflexión. Bajo presión pública, el Papa Francisco convocó, en el 2019 la Cumbre sobre Abusos Sexuales de 2019 y promulgó el motu proprio Vos Estis Lux Mundi, que estableció nuevas reglas para responsabilizar a los obispos que encubren abusos.
Sin embargo, como bien señala Collins, “una ley sólo es buena cuando se aplica”. Y es aquí donde la cuestió permanece abierta. ¿Qué hacer cuando las normas existen, pero siguen funcionando los mismos mecanismos de silencio e impunidad? El caso Rupnik ofrece una respuesta incómoda.
Rupnik: El escándalo del artista celebridad
El jesuita esloveno Marko Ivan Rupnik, uno de los artistas sacros más influyentes de nuestro tiempo, ha sido acusado por varias mujeres, la mayoría de ellas ex religiosas, de abusos sexuales, espirituales y psicológicos ocurridos durante décadas. Su notoriedad como autor de mosaicos en santuarios y basílicas, además de su prestigio dentro de la Compañía de Jesús, parecen haber contribuido a una protección institucional sistemática.
Incluso después de ser excomulgado y expulsado de la Compañía por desobediencia (negándose a obedecer las restricciones impuestas cuando las acusaciones salieron a la luz), Rupnik continuó como sacerdote en situación “regular” ante la Iglesia. Increíblemente, fue acogido por una diócesis en Eslovenia y autorizado a ejercer el ministerio sacerdotal, incluso con decenas de acusaciones muy graves pendientes.
Al igual que McCarrick, Rupnik es un ejemplo elocuente de cómo la fama, la proximidad al poder eclesiástico y la connivencia de superiores pueden proteger a un clérigo, incluso en medio de evidencia consistente de abuso. Rupnik se tornó, en este caso, en una especie de símbolo de la dificultad de la Iglesia para aplicar concretamente los mecanismos que la propia Santa Sede instituyó para afrontar la crisis.
La vacilación del Papa
Otro punto delicado planteado por Collins es la renuencia del Papa Francisco a actuar con dureza ante las acusaciones contra sus aliados. Este fue el caso del obispo chileno Juan Barros en 2018, cuando el Papa inicialmente desestimó los relatos de las víctimas; y también con el argentino Gustavo Zanchetta, quien permaneció en cargos en el Vaticano incluso después de las denuncias, hasta que la presión pública obligó a su salida.
En el caso Rupnik, la vacilación papal resulta aún más difícil de entender. A pesar de la gravedad de los crímenes atribuidos al sacerdote, éste aún no ha sido juzgado ni por un tribunal civil ni eclesiástico y permanece, técnicamente, “en buena situación” dentro de la Iglesia.
La defensa de la reputación de los clérigos acusados, incluso frente a acusaciones consistentes, sigue siendo una característica notable del pontificado actual. En enero de 2025, el Dicasterio para los Textos Legislativos advirtió contra la difusión de noticias que pudieran dañar la reputación de personas —especialmente de personas fallecidas— que no hayan sido condenadas formalmente.
Pero, como sostiene Collins, “estas acusaciones son precisamente el principal medio por el cual se ha expuesto a los clérigos abusadores, y así es como funciona el periodismo”. Intentar silenciar a la prensa o desalentar la exposición pública de acusaciones basándose en criterios de reputación puede representar, en la práctica, un regreso a la cultura del encubrimiento.
Aprendizaje verdadero
Lamentablemente, decir que la Iglesia no ha aprendido nada del caso McCarrick sería injusto. Ha habido avances jurídicos, una mayor sensibilidad pastoral y una conciencia más clara de la necesidad de justicia para las víctimas. Sin embargo, sería igualmente ingenuo decir que el problema se ha resuelto. Persisten la cultura del silencio, la protección entre pares, la manipulación de la autoridad espiritual para encubrir crímenes y la vacilación de los líderes eclesiásticos ante las denuncias.
El periodista Christopher Altieri, al comentar el caso Rupnik, señaló que hoy existe una preocupación institucional con las “apariencias de justicia”, pero no necesariamente con la justicia en sí. La Iglesia, sostiene Altieri, corre el riesgo de parecer que está abordando la crisis de abuso sin abordarla realmente desde su raíz.
Cuando un sacerdote como Rupnik, cuya excomunión fue levantada “misteriosamente”, continúa ejerciendo el ministerio público incluso después de acusaciones devastadoras, el mensaje enviado a las víctimas y a los fieles es claro: el sistema sigue encubriendo al abusador. La confianza se tambalea, el escándalo se profundiza y la fe del pueblo de Dios se ve desafiada.
El ejemplo de McCarrick debería haber sido un punto de inflexión. Sin embargo, la persistencia de casos similares sugiere que los fantasmas de la impunidad clerical aún no han sido exorcizados.
El papel de los laicos y de la prensa
Lo que forzó la caída de McCarrick y otros abusadores no fueron sólo quejas internas, sino la presión del pueblo de Dios, las víctimas organizadas, los periodistas de investigación y la opinión pública.
Es profundamente lamentable que la inercia de la Iglesia sólo se haya roto por la presión de la opinión pública. La decisión de actuar contra los depredadores disfrazados de pastores debería surgir del corazón mismo de la Iglesia: de la fidelidad al Evangelio y no de la necesidad de preservar su imagen en los medios de comunicación. La influencia de McCarrick, su impresionante capacidad para recaudar fondos, mediar en diálogos con el gobierno chino y, según rumores, incluso influir en los votos del cónclave que eligió a Francisco, le garantizaron un blindaje casi inexpugnable, posponiendo su caída durante décadas. Es una contradicción evidente proteger a los abusadores por miedo al escándalo, cuando la verdadera tragedia —y el escándalo más devastador— es precisamente permitir que estos hombres permanezcan impunes dentro de la alta jerarquía de la Iglesia.
Una herida abierta
McCarrick está muerto, pero su historia no ha terminado. Su figura representa una herida que la Iglesia todavía necesita tratar con seriedad, transparencia y valentía. Y también representa una advertencia: si figuras poderosas como él y Rupnik pudieron abusar durante décadas con protección de obispos, colegas y superiores —incluso el Papa—, entonces la reforma de la Iglesia debe ir más allá de las simples normas eclesiásticas. Tal vez sea hora de tomar en serio la severa advertencia de Nuestro Señor contra aquellos que abusan de los pequeños y vulnerables: “Pero a cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran a lo profundo del mar” (Mt 18,6).
Hasta que se produzca este cambio, el espectro de McCarrick seguirá rondando los pasillos de la curia romana, las diócesis y los conventos. El Papa Francisco ha sido vehemente en su condena del clericalismo, calificándolo de “una perversión en la Iglesia y una plaga” que “esclaviza al santo pueblo fiel de Dios”. Es de esperar que durante su pontificado los abusadores clericales sean juzgados y castigados con la misma severidad con la que él denuncia esta plaga. Sólo así la Iglesia podrá ser verdaderamente purificada y restaurar la confianza de sus fieles, especialmente de aquellos que han sufrido abusos a manos de sacerdotes y obispos.
Por Rafael Tavares
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