Queda por ver si los cardenales preferirán continuar el camino de Francisco o elegirán un Papa que quiera unir a la Iglesia en torno a un conjunto claro de principios militantes.
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Redacción (23/04/2025, Gaudium Press) Una de las constantes del pontificado de Francisco ha sido el trato favorable que ha recibido por parte de los medios seculares en lengua inglesa. Además de los homenajes que exige la diplomacia internacional, podemos esperar que sus obituarios en los grandes medios de comunicación sean benévolos. Sin embargo, cuando el polvo se asiente, podemos comenzar a preguntarnos: ¿qué exactamente se propuso hacer el Papa Francisco y si lo logró?
Sorprendentemente, la segunda pregunta es un poco más clara que la primera. Podemos observar los efectos de sus acciones, aunque el Papa Francisco nunca ha hecho una declaración pública. Por ejemplo, él tomó una serie de medidas para centralizar la Iglesia, debilitando los poderes de los obispos para establecer nuevas comunidades religiosas y para controlar la celebración de la misa en latín anterior al Vaticano II (“tradicional”). También creó una vasta burocracia de “sinodalidad”, que canalizaba los asuntos locales hacia Roma, donde las respuestas podían ser cuidadosamente manipuladas o pospuestas indefinidamente. Sin embargo, nunca abogó por el centralismo, insistiendo en que quería autonomía local mientras impedía a los obispos conservadores estadounidenses hacer de la misa tradicional una parte importante de su estrategia pastoral, a los obispos liberales brasileños crear diaconisas y a los obispos alemanes favorables a los homosexuales autorizar textos litúrgicos para las uniones entre personas del mismo sexo.
Una manera de leer este pontificado, por tanto, sería en continuidad con los pontificados del Papa Benedicto, del Papa Juan Pablo II y del Papa Pablo VI: simplemente tratando de mantener las cosas unidas. Podríamos llamarla la lectura “Rowan Williams”, una vez que la herramienta retórica preferida del Papa Francisco, en contraste con la de sus predecesores, no fue la persuasión sino la ambigüedad, en una sucesión de documentos y declaraciones extremadamente difíciles de ser comprendidos por cualquier persona.
Los críticos conservadores del Papa Francisco señalarían, sin embargo, que sus declaraciones délficas (ambiguas) parecían servir a una función muy diferente a la del arzobispo Williams. Aunque el primado anglicano a menudo tuvo que responder a declaraciones estridentes y mutuamente contradictorias de partes constituyentes de su Comunión, con una formulación que, con un poco de suerte, podría ser respaldada por anglicanos con una amplia gama de puntos de vista, las declaraciones del Papa Francisco parecieron abrir, en lugar de tapar, las grietas.
Cuando condenó la pena de muerte, no afirmó claramente que fuera intrínsecamente mala; sus declaraciones sobre el divorcio y las uniones entre personas del mismo sexo no llegan a afirmar que estos fueran queridos por Dios. En cuanto a la restricción a la Misa Tradicional, no llegó a afirmar que la diversidad litúrgica socavaba la unidad de la Iglesia. Las respuestas de sus diversos subordinados a la cuestión de la ordenación femenina nunca cruzaron la línea de afirmar que era imposible tener mujeres diáconos. En cada caso, muchas personas, al leer los textos, dirían que esas conclusiones estaban implícitas, pero se trataba de una implicación retórica, no lógica: la distinción que permitió a Boris Johnson decir que describir una afirmación como una “pirámide invertida de disparates” no era lo mismo que decir que ella, de hecho, era falsa.
El efecto de cada uno de estos documentos fue rasgar los términos de una tregua que habían establecido sus predecesores. El Papa Juan Pablo II había alentado a sus seguidores a hacer campaña contra la pena de muerte en la práctica, aunque admitía su legitimidad en principio, algo con lo que casi todos podían vivir, pero el Papa Francisco ha obligado a muchos conservadores a oponerse abiertamente a la visión ahora adoptada por muchos liberales: que ella es siempre y en todas partes errónea. Su documento sobre las uniones entre personas del mismo sexo ha provocado que conferencias episcopales africanas enteras se opongan abiertamente a la práctica establecida de gran parte de la Iglesia en Alemania, lo más cerca que hemos estado de un cisma geográficamente definido en siglos.
Por su vez, el Papa Benedicto XVI permitió que la Misa Tradicional ocupara un lugar honorable pero subordinado en la Iglesia, algo que inicialmente despertó cierta oposición antes de que se estableciera un acuerdo viable. Pero la nueva política del Papa Francisco introdujo una persecución abierta contra algunas de las pocas áreas en crecimiento de la Iglesia. Su postura sobre las diaconisas ha alejado a sus aliados más devotos, los obispos de América Latina y las feministas. Mary McAleese, ex-presidente de Irlanda, respondió llamando a la Iglesia un “imperio de misoginia”. Al mismo tiempo, muchos conservadores enojados seguían convencidos de que el Papa Francisco todavía planeaba ordenar mujeres en algún momento en el futuro, algo que nunca imaginaron que el Papa Juan Pablo II haría, a pesar de que él no incluyó el diaconado en su rechazo a la ordenación de mujeres al sacerdocio.
Así, en lugar de una hermenéutica de Rowan Williams, necesitamos otra herramienta para analizar la estrategia del Papa Francisco, tal vez una que lleve el nombre de Juan Perón, el presidente militar de su país natal, Argentina. Un relato apócrifo ilustrativo de Perón cuenta que un día, su chofer, mientras conducía, le preguntó si debía girar a la derecha o a la izquierda. “Señalice a la izquierda, gire a la derecha”, respondió el gran estadista.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuál es el propósito de la ambigüedad si no fuere crear al menos la apariencia de unidad? Los cínicos nos dirán que un gobernante puede sacar ventaja del conflicto entre sus subordinados, ya sea participando personalmente para debilitar a sus enemigos o quedándose al margen, permitiendo que las facciones se agoten luchando entre sí.
Hay que decir que esta lectura del Papa Francisco es una visión minoritaria, porque sugiere que estaba más interesado en el ejercicio del poder que en imponer un conjunto específico de políticas a la Iglesia. Para quienes están profundamente involucrados en las diversas batallas ideológicas que el Papa Francisco ha desatado, tal actitud parece inconcebible, pero la historia está repleta de líderes no ideológicos que gastan su tiempo aplastando rivales, recompensando amigos y criticando a los tipos de personas que no les agradan.
Queda por ver si los cardenales preferirán continuar el camino de Francisco o elegirán un Papa que quiera unir a la Iglesia en torno a un conjunto claro de principios militantes. El tiempo del Papa Francisco en el poder ha hecho que este último proyecto sea mucho más difícil. Tal vez sería mejor aconsejar al nuevo Papa que hablara poco y se concentrara en calmar los ánimos: es otras palabras, para utilizar una frase de San Francisco, ser un instrumento de paz.
Por Joseph Shaw
(Traducción del artículo de Joseph Shaw en First Things)
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