La historia de Francisco está entrelazada con la historia de Argentina, con su dolor y sus divisiones.
Redacción (24/05/2025, Gaudium Press) Jorge Mario Bergoglio salió de Buenos Aires en 2013 para asistir al cónclave en el Vaticano y nunca regresó. El entonces arzobispo de la capital argentina, a sus 76 años, se convirtió en el primer papa latinoamericano de la historia. Pero en 12 años de pontificado no regresó ni una sola vez a su patria. La ausencia no pasó desapercibida. Al contrario: se convirtió en una fuente de perplejidad, frustración e incluso rebelión entre muchos de sus compatriotas.
Según BBC News Mundo, el servicio de noticias internacionales de la radio británica, esta ausencia contribuyó a erosionar la popularidad del pontífice entre los argentinos. Según el Pew Research Center, la imagen favorable de Francisco en Argentina ha caído del 91% en 2013 a sólo el 64% en 2024, mientras que las opiniones negativas han aumentado del 3% al 30%. En ningún otro país latinoamericano encuestado se registró una caída tan pronunciada.
Al comienzo de su papado, Francisco fue celebrado como una fuente de orgullo nacional: un Papa “del pueblo”, amante del mate, del tango y del fútbol, que encarnaba el espíritu de Buenos Aires con sencillez, franqueza y calidez. Pero esta imagen se fue desvaneciendo, dando paso a una percepción de ambigüedad y distancia.
Durante su pontificado, Francisco ha estado en Brasil, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú, México, Cuba, Ecuador y más de 40 países más. Pero nunca regresó a Argentina. ¿Qué habría impedido al Papa regresar a su patria?
Gustavo Vera, amigo cercano de Francisco y fundador de la ONG La Alameda, dijo a la BBC que el Papa dijo que sólo regresaría a Argentina si pudiera ser “un instrumento de unidad nacional”. Francisco temía que su presencia fuera explotada políticamente en un país crónicamente dividido entre peronistas y antiperonistas, kirchneristas y opositores. Cabe recordar que como sacerdote y obispo, Jorge Bergoglio demostró cercanía con figuras emblemáticas del régimen de Perón.
Aún así, la explicación no fue suficiente para contener el resentimiento de muchos argentinos. La ausencia fue especialmente dolorosa en tiempos de crisis económica, con una inflación superior al 300% anual y una pobreza infantil en niveles alarmantes. “Nunca quiso volver a su país, es como si Jesús nunca hubiera predicado en Jerusalén”, comentó un internauta argentino.
La frustración con el Papa no se limita a la política. Francisco se ha convertido en una figura polarizante incluso entre los católicos devotos. Mientras los conservadores lo acusan de debilitar las tradiciones de la Iglesia, los reformistas se han sentido decepcionados por el lento ritmo de sus reformas. Entre estos postes, muchos lo ven como un símbolo de promesas incumplidas.
La relación amistosa con figuras políticas polémicas, como la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner —condenada por corrupción— también generó fricciones. Fotografías de encuentros amistosos entre los dos inflamaron sectores antikirchneristas. A Francisco comenzaron a llamarlo “Francisco K” en las redes sociales, como si fuera un aliado oculto de la expresidente.
Aunque el Papa negó pertenecer al peronismo, en una entrevista para el libro El Pastor declaró: “Si yo tuviera una concepción peronista de la política, ¿qué habría de malo en eso?”, reavivando la irritación de sus críticos.
Sus detractores, como el diputado libertario José Luis Espert, llegaron a acusarlo de ser “un defensor de la pobreza” y de sentirse “cómodo con una Argentina miserable”. Por otra parte, sus compatriotas seguidores siguen viéndolo como un ejemplo de humildad y compromiso social por todos los gestos que realizó hacia los pobres durante su pontificado. Entre ellos, Francisco instituyó una jornada de reflexión y de caridad: la Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra anualmente en Roma y en todo el mundo.
Lo cierto es que Francisco, para decepción de muchos, parece haberse convertido más en un Papa del mundo que de Argentina. Como resumió el líder Flavio Buccino a la BBC: “Francisco era un problema para todos. Eso dice más de nosotros, los argentinos, que de él”.
Es en este contexto que destaca el contraste con sus predecesores no italianos en el papado. Juan Pablo II visitó Polonia al menos tres veces durante su pontificado: en 1979, 1997 y 1999. Benedicto XVI estuvo en Alemania en 2006 y 2011. Ambos regresaron a sus países de origen. Francisco, no. La omisión sigue siendo un interrogante en su pontificado.
El Papa afirmó que quería ir a Argentina cuando su presencia pudiera ser un factor de conciliación. A pesar de su ausencia física, siguió de cerca los acontecimientos del país y mantuvo correspondencia con sus compatriotas, incluidas llamadas diarias al sacerdote argentino Gabriel Romanelli, párroco en Gaza. Su preocupación espiritual por Argentina, según fuentes cercanas, siempre estuvo viva.
La historia de Francisco está entrelazada con la historia de Argentina, con su dolor y sus divisiones. Quizás por eso su ausencia duele tanto allá. Un Papa que quiso evitar ser símbolo de división acabó siendo percibido como ausente y divisivo, en un momento en que su proximidad física habría sido algo positivo para la empobrecida nación que sigue atravesando una de las peores fases de su economía.
Tal vez, sin quererlo, Francisco se ha convertido en el espejo de una nación herida, que ni siquiera frente a la más alta dignidad espiritual jamás conferida a uno de sus hijos ha sido capaz de redescubrir su casa común. Es demasiado pronto para juzgar los frutos de esta ausencia, pero es imposible negar la cicatriz que deja. Queda por ver si un futuro Papa no italiano se enfrentará a un dilema similar y si optará por regresar a casa. Porque la pregunta que resuena no es sólo por qué Francisco no regresó, sino qué revela esta ausencia sobre su tierra y sobre sí mismo. Francisco cumplió con el dicho argentino: Más duele la ausencia que la distancia.
Por Rafael Tavares
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