El cuerpo es exigente e insaciable. El cristiano debe tratarlo como esclavo, no como amo. Con el pretexto de la salud, muchas personas se someten a los caprichos despóticos de la carne. (Monseñor Ascanio Brandão)
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Redacción (29/04/2025, Gaudium Press) Cuidar la salud del cuerpo no es sólo una necesidad, sino una obligación. Sin embargo, cuando estas precauciones van más allá de los límites del sentido común, el alma puede estar en peligro.
Nunca antes ha habido tanto ejercicio físico ni tanta preocupación por la alimentación saludable y la calidad de vida como hoy. A pesar de ello, la gente sigue muriendo, algunos incluso mientras hacen ejercicio.
Y esto sucede por una razón muy simple: somos seres mortales, destinados a la eternidad desde la concepción. Ninguno de nosotros nació para quedarse, aunque parezca desagradable decirlo.
Lo que hace bien y lo que hace mal
Crecí viendo a la gente trabajar, comer cosas normales (comida sencilla, sana y sabrosa), beber agua cuando tenían sed y descansar lo necesario para reponer energías.
Ahora, hay que fijarse si contiene gluten, lactosa, alérgenos, si la comida es balanceada, libre de grasas trans, qué combina con qué, pesar y medir las cantidades, calcular las calorías, beber de dos a tres litros de agua al día, pero no beber líquidos durante las comidas.
Se recomienda pesarse, medir la presión arterial y la frecuencia cardíaca diariamente, tomar whey protein y creatina antes de hacer ejercicio; si no haces entrenamiento con pesas, cross fit, Pilates, caminas, corres y no vas a un gimnasio, mantén esto en secreto, ya que es tan grave cuanto los pecados ecológicos, ¡o más!
Y, sin embargo, la gente nunca ha estado tan enferma, tan deprimida, tan angustiada, tan desanimada, tan intoxicada. La gente visita al médico y a las clínicas de belleza como antes visitaba a sus amigos, en busca de algo que parece cada vez más inalcanzable.
Y, curiosamente, a medida que aumenta la preocupación por el cuerpo, disminuye la preocupación por el alma, lo que deja al hombre cada vez más lejos de la verdadera curación.
No tengo nada en contra del ejercicio físico y la búsqueda de la salud, pero ciertamente menos gimnasio y más iglesia, más misas y menos entrenamiento podrían hacer mucho bien a mucha gente…
La tiranía de la carne
San Alfonso María de Ligorio, a quien tanto admiro, dijo muy sabiamente: “Piensa que si los santos hubieran cuidado su salud como tú lo haces, nunca habrían llegado a ser santos”.
Santa Teresa de Ávila también abordó muy seriamente este tema con sus hijas religiosas, a las que recomendaba no prestar demasiada atención a su cuerpo, explicándoles: “Desde que me trato con menos cuidado y delicadeza, me siento mucho mejor”.
Y, sobre este tema, Mons. Ascânio Brandão reflexiona, en su Breviario de Confianza, “que el cuerpo tratado con extrema delicadeza se vuelve cada vez más exigente, con graves perjuicios para la vida espiritual”. Es la tiranía de la carne, a la que muchos de nosotros estamos esclavizados sin darnos cuenta.
No se trata de descuidar tu salud, sino de no poner tu cuerpo en primer lugar o preocuparte demasiado por él. El cuerpo es nuestra herramienta, y una buena herramienta es aquella en la que no tenemos que pensar todo el tiempo.
Si el cuerpo, la salud, el bienestar y los músculos ocupan buena parte de nuestra atención, y la adquisición y mantenimiento de bienes materiales el resto, ¿qué queda para el cuidado del espíritu, las oraciones y una vida de piedad?
Sabemos hacia dónde va el cuerpo y no podemos cambiar ese fin, pero el destino del alma está en nuestras manos, y no es “sacando músculo” que adquiriremos estatura moral, músculo espiritual y la salvación del alma.
El otro lado del apego al cuerpo
Siendo un poco tímido, siempre he sido más de escuchar que de hablar, y últimamente, siempre que estoy en una reunión o evento social, he notado cuánto ama la gente su cuerpo e incluso sus enfermedades.
Como ya tengo cierta edad, es natural que la mayoría de mis interacciones sean con personas mayores en lugar de con personas más jóvenes.
Ora, en un grupo de personas mayores, la mitad del tiempo se la pasan hablando de enfermedades; la otra mitad, de tratamientos y medicamentos.
Simplemente di que tienes dolor de espalda y pronto verás desfilar hernias discales, bursitis, espondiloartropatías, epicondilitis, artritis, artrosis, cifosis, lordosis, escoliosis, reumatismo, osteoporosis, espolones…
He anotado todos estos nombres en círculos de conversación, y estas son sólo las patologías relacionadas con los huesos y la columna vertebral. Si habláramos de enfermedades cardiovasculares, respiratorias, del sistema digestivo, de la piel, etc., ¡un artículo no sería suficiente para nombrarlas todas!
La disputa por ver quién sufre más
Y existe una clara disputa por ver qué enfermedad es más grave y quién la padece más, por eso muchas personas mayores se esfuerzan en memorizar los nombres de sus patologías – reales o imaginarias – y, cuanto más complicado es el nombre, ¡más disfrutan pronunciándolo!
Digo real o imaginaria porque, muchas veces, basta que el médico sugiera la lejana posibilidad de una enfermedad y, aún sin las pruebas que la demuestren, que normalmente el médico ni siquiera pide, pues se trata solo de una ligera sospecha, la persona mayor sale de la consulta “sintiendo” todos los síntomas, a lo que contribuye mucho Google, pues todo está ahí.
Es curioso, ahora me doy cuenta de que la única enfermedad de la que nunca oigo hablar es la hipocondría: la manía o la creencia infundada de que uno está enfermo. Esta, parece medio desaparecida…
Como dije, la mitad del tiempo hablamos de enfermedades y la otra mitad de medicina. Y esta parte se subdivide entre los medicamentos alopáticos que la gente toma, ya ha tomado o tiene intención de tomar –además de aconsejar a otros que también los tomen– y las recetas caseras, que van desde la antigua infusión de la receta de la abuela hasta las composiciones más peligrosas y dañinas que circulan libremente por internet y que pueden provocar las reacciones más diversas, incluso provocando el deterioro de las funciones hepática y renal.
Comprensión necesaria
También hay una competencia a nivel de dolor –algo prácticamente imposible de medir y comparar–, en la tasa de diabetes y en las cifras de presión arterial. Nadie quiere morir, pero casi todo el mundo quiere ensalzar las enfermedades, a las que me gusta llamar “dolores mimados”, es decir a las que muchos ancianos dedican más atención y cariño que a sus propios nietos.
Sin embargo, no son sólo las enfermedades y dolencias las que reciben este tratamiento VIP, muchas personas –y aquí los mayores tienen que aceptar la competencia de los más jóvenes– ponen especial cuidado en alimentar su dolor emocional y sus traumas. “Ah, eso que me pasó cuando tenía 20 años, en mi infancia…”
Hay mucho mérito en el sufrimiento, y los santos nos enseñan que sin sufrimiento no se puede alcanzar el Cielo. El problema radica en tener un “gusto” sentimental por el sufrimiento y adquirir una dependencia emocional de él.
Los sufrimientos son los pasos inevitables de nuestro progreso espiritual, no nuestra condición de vida y, mucho menos, motivo de emulación. Hay mucho más mérito en callar el propio sufrimiento que en proclamarlo y exagerarlo, uniéndolo a los sufrimientos de Cristo quien, “[…] como cordero que es llevado al matadero, y oveja en manos del esquilador permanece muda, así Él no abrió la boca”.
¡Que nuestras conversaciones no se transformen en quejas y vanas disputas!
Por Alfonso Pessoa
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